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Miércoles, 13 de mayo de 2015

CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. SE REALIZó EL FESTIVAL DE LITERATURA DE SANTA FE

La felicidad de escribir

Durante tres días, el FeLiSa tuvo una segunda edición inolvidable, con paneles
que convocaron al debate y la construcción de memoria colectiva sobre la casi
inverosímil aventura que es hacer literatura contemporánea en Argentina.

 Por Beatriz Vignoli

Desde Santa Fe

Todo empezó el año pasado cuando Luis Escobar (librero, Palabras Andantes), Mercedes Bisordi, Federico Coutaz y Mariano Pagés decidieron organizar en forma independiente un festival de literatura. Este año, con el apoyo de entidades públicas y privadas, el Festival de Literatura de Santa Fe, más conocido como "el FeLiSA", tuvo su inolvidable segunda edición 2015. La Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Santa Fe prestó el Centro Experimental del Color y el Brew Pub Estación Saer de la Estación Belgrano, el centenario edificio ferroviario recuperado por dicho organismo; Mutual Maestra cedió su acogedor hotel Casa Campo, que por tres días fue invadido de escritores en desayunos extendidos hasta el amigable almuerzo de pescado o locro compartido, preparado por los mismos organizadores, y la radio Ochava Roma (www.ochavaroma.org, 107.1) transmitió en vivo las lecturas de cada noche desde su bar en Santiago de Chile y Magallanes, mientras las mesas de editoriales independientes locales convocaban lectores en la ochava en cuestión. Allí, entre otros, Gonzalo Geller, escritor y editor del Sello La Gota, venido desde Sauce Viejo con una mochila capaz de cargar trescientos libros en su vientre, hizo el aguante al calor de una estufa portátil a gas que atemperó el frío otoñal. La imaginación de los participantes apodó a la estufa "el chino", por su tope cónico parecido a un sombrero de bambú. En la misma mesa se desplegaron cuidadas ediciones de sellos como Conejos (Buenos Aires) o Iván Rosado y Danke, los rosarinos que llevó el viernes Julia Enríquez.

Desde el primer día (jueves 7), los paneles convocaron al debate y la construcción de memoria colectiva sobre la casi inverosímil aventura que es hacer literatura contemporánea en Argentina. Sin protocolos, Francisco Bitar preparó con un relato el clima para un panel sobre narrativa argentina actual y mercado en el que Hernán Vanoli, Alejandra Zina y Maximiliano Crespi rememoraron los tiempos post crisis del 2001, cuando en medio de la nada algunos autores jóvenes (como Zina, cogestora del ciclo Carne Argentina con su colega Leonardo Oyola, también de la partida de invitados) tramaron circuitos solidarios de recitales de prosa recién escrita que ganaron un público atento. De allí (coincidieron todos) nació la movida de editoriales independientes que marcó un antes y un después en el acceso a la publicación de obra contemporánea. "El club de la buena onda", resumió alguien sin mala onda, y la discusión estalló: fueron casi dos horas de ping pong intenso entre oradores y público, quienes continuaron la charla en el bar.

Allí, cerveza artesanal fresca de todos los colores regó lo que en el primer día fue un mano a mano de stand up autobiográfico entre Oyola y Mariano Dubin sobre "el lector como retorno, como amenaza o promesa", luego de un conmovedor relato de ficción por Claudia Chamudis. Fueron dos anécdotas muy bien contadas sobre encuentros cercanos con un lector, cosa nada fácil cuando éste está enojado o se siente aludido y pide cuentas al filo del entrevero. Los dos abuelos de Dubin definieron para él dos formas distintas de leer: el abuelo criollo analfabeto que se sabía de memoria el Martín Fierro y lo recitaba como fuente de sabiduría en cada ocasión ("a veces lo inventaba", sospechó Dubin), y el abuelo materno judío, hijo de un rabino y que lo obligaba a leer con el permiso para detenerse luego de un punto. Dos formas de los textos, la escrita y la oral, marcaron al parecer dos modos de hacer propios esos textos: por obligación, como en la vida académica de Dubin, o por pasión, como la del abuelo memorioso y payador.

"No hay buenas o malas lecturas", coincidieron Oyola y Dubin, invitando a desobedecer los prejuicios de cualquier índole. En particular aquellos contra lo popular que marcan la distinción para la clase media, ese falso sentido común que pretende hacer creer que lo bueno es para pocos. Oyola hizo varias confesiones, no siendo la menor ni la mayor de ellas su gusto por las canciones de Enrique Iglesias. Dubin contó que a sus alumnos les muestra las reseñas peyorativas de los contemporáneos de William Shakespeare, que en su época fue considerado un autor chabacano.

El viernes, Jorge Consiglio, Carlos Godoy, Patricio Zunini y Oyola profundizaron la veta autobiográfica a la hora de explicar "De qué vive un escritor", siendo tan inciertos los ingresos por derechos de autor. El formato "confesiones" de las charlas en Estación Saer dio con su autoparodia festiva el tercer y último día, el sábado pasado, cuando Gabriela Cabezón Cámara, Roque Larraquy y Zina, junto con Carina Radilov Chirov y gran parte del público (coincidiendo con una multitudinaria celebración religiosa en otro de los salones de la Estación Belgrano) "testimoniaron" sobre sus lecturas "inconfesables". Revisar los prejuicios en materia de lectura y reírse de uno mismo, de eso se trató. Alegre y vital, el FeLiSA 2015 permitió ahondar en las cuestiones que importan, convocando lectores a buscar libros de autores a la vera del mainstream editorial y que sólo llegan al público en eventos como este.

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Felisa Copetín: charla "¿De qué vive un escritor?" con Zunini, Oyola, Consiglio y Godoy.
Imagen: Mercedes Bisordi
 
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