rosario

Sábado, 12 de abril de 2008

CONTRATAPA

FUSIONES

 Por Miriam Cairo *

I. Me he dado el gusto de ponerle música a tus silencios. Por supuesto, prescindiendo del pentagrama y de las interpretaciones abusivas, pero con ese vaivén natural que tiene todo lo anhelado. Tus silencios no son todos iguales. No todos son hijos de la misma noche. Algunos serían imposibles sin la luna. Otros, se vuelven vivos por la mañana, crecen y se dilatan al atardecer. Tienen crías pequeñísimas y un ave ciega las arrulla, las cubre, las amamanta. Apenas nacen, son tan mínimos que costaría pensarlos. Yo les pongo la música que elijo. Piano. Pájaro. Tañido. Cascada. Explosión.

II. A tus silencios yo los dibujo, los presiento, los deseo. A cualquier hora de la noche, antes o después de un crimen, los desnudo, los respiro, los acuesto. A tus silencios los consumo y les pongo la música que quiero. Los mastico. Los ilumino. Los bebo lentamente. Los hundo. Los desordeno. Antes o después de los ascensos, los huelo sobre mi almohada, los acerco, los cobijo, los escurro por lo alto y por lo bajo. Los abismo.

III. Me he dado el gusto de ponerles música. Melodías que crecen y se desarrollan y sirven como sostén para mis devaneos y mis culpas. A tus silencios yo los confundo. Los disgrego. Los acoplo. Los retuerzo. Antes o después de nacer yo los aprieto contra mi miedo. Luego los callo. Los apago. Los estiro. Ningún azar se interpone entre ellos y yo. Ningún rostro desfigura el molde de quien los crea. Antes o después de romper mi colección de muñecas holandesas, los perforo. Los relleno con murmullos y los vacío de dolor.

IV. A tus silencios los enlazo con mis silencios. Les confieso que entre ellos y yo no hay cánones secretos. Cuando ellos estiran la mano en actitud de encontrarme al son de un jadeo, no oculto la turbia emoción de ser una pura conciencia que recuerda. Una gota de sudor equivale a una gota de silencio. Antes o después de los libros, los estremezco. A tus silencios los obligo a fallecer y los reavivo. Cuando apago la luz, los integro. Los acerco al primer escalón del infinito. La sola idea de perderlos me llena de desesperación.

V. Piano. Arpegio. Guitarra. Saxo. Explosión. Yo elijo la música que quiero. Ningún silencio es llamado gratuitamente. No revienta en mi pecho como una llaga. No equivale a un repentino sopor. Tus silencios no repiten otros silencios. No son grandes árboles ni altas cumbres. Tus silencios son mínimos. Caben en mi mano. Caben en mis oídos. No pesan sobre mi falda. No están reñidos con la noche ni con el día. No entorpecen la comunicación. Tus silencios recorren despacio la vibración y los suspiros. No sé cómo les fue dado quitarme los clavos del corazón.

VI. Sobre el pavimento me estrellan contra la otra realidad y en un abrir y cerrar de ojos enroscan su cuerda entre mis dedos. Yo no invento. Tus silencios no son un bien ajeno. No le pertenecen a los otros porque los otros no saben escuchar, los otros creen que callar tiene que ver con la mudez y el retraimiento. Tus silencios no se contraen como serpientes, no huyen como avispas. No son pájaro de soledad desplomándose desde el tejado. No son la fábula del pez que reina en un estanque seco. Tus silencios nacieron para mecerse en mis oídos, son la exclusiva riqueza de una música diáfana de apariencia temible.

VII. A tus silencios los hiero y los reanimo. Les ayudo a resplandecer. Los contemplo. Antes o después de tener un hijo, los bautizo y les pongo la música que quiero. Trombón. Cuerdas. Campanadas. A tus silencios los apreso. Los incrusto en mis anillos y en mis furias. Los culpo. Los redimo. Los escribo en mis cuadernos. Los lloro. Los acuso de desesperación. En el mismo cuarto donde encarno el puro vagar del pensamiento, los ahogo, los respiro, los expando, y ante los ojos despavoridos de la noche, los exhibo.

VIII. A tus silencios los espero. Los contradigo. Los codicio. Los repudio. Los pienso. Los desespero. Antes o después de mi vida les doy valor de nacimiento. Tus silencios a veces se inflaman y enloquecen. Entonces los desgarro. Los muerdo. Los asesino y les pongo música de entierro. Salvas. Trompetas. Diluvio. Arpegio. Avanzada la noche, tus silencios remuerden mi conciencia en fantasmales duetos, cuartetos, coros. No les urge sino hacerse oír como obra impunemente perfecta. A tus silencio los reconozco entre todos los silencios. Entre todos los cadáveres de cualquier cementerio. Y los elijo. Los abrazo mortalmente. Los bailo en el más recóndito círculo de mi infierno.

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