rosario

Viernes, 20 de enero de 2006

CONTRATAPA

HOMBRES QUE CAMINAN EN LA CALLE

 Por Hugo Alberto Ojeda

Los inocentes están entre nosotros.

Un hombre camina con prestancia, como si atravesara con desprecio la puerta cancel de la senilidad. Un problema de salud lo obliga a apoyarse en un bastón y esta dificultad lo hace más... ¿Cuál es el adjetivo? Lleva un impecable traje cruzado gris (¿Armani?), camisa blanca y corbata. Lleva el saco desabrochado. Hay que ser muy observador para registrar el tono pastel de su corbata, ese detalle en la empuñadura del bastón o el riguroso brillo de sus zapatos. Sin perderse en la totalidad de su figura.

El adjetivo es romántico. El día da para bermudas y ojotas.

No es cualquier hombre. Camina con elegancia. Como si su traje fuera una capa de seda, como si recién hubiera descendido de una berlina tirada por briosos caballos negros y no de un 0 Km gris. Si en su bolsillo no tuviera un celular de ultísima generación, sino un reloj de oro con cadena. Camina como dicen lo hace un caballero. No digo inglés, sino italiano. Un personaje perdido de D`Annunzio. Alguno de esos nobles desheredados que se quejaban porque después de que se abrieron las anchas avenidas que comunicaron al centro de Roma con los suburbios, ya no se podía ir a Piazza Spagna. Estaba llena de gente.

Reitero, el adjetivo es romántico.

El hombre es un vecino nuestro, se llama Alberto y camina. No por la avenida Fochs ni por alguna oscura callejuela de Nápoles. Camina por calle Urquiza, vereda par casi llegando a Balcarce. Tampoco es un crepúsculo en el último capítulo de una novela conmovedoramente cursi. La acción transcurre en la realidad rosarina. Es el cotidiano mediodía del lunes 26 de diciembre. 2005.

No se puede enterrar una estrella en un pozo.

El hombre que dice creer en el sistema republicano nació en 1939 y su rostro no tiene arrugas sino esas finas cicatrices que dejan las huellas de los años.

Su melena ceniza se agita en la misma cadencia de su saco. Contrasta con sus gélidos ojos azules, los que le han hecho ganar tanto voto femenino.

El hombre es doctor en leyes, no ha hecho nada por lo que pueda ser condenado según nuestro código penal, se apellida Natale, hace pocos días ha dejado su banca de diputado nacional. Camina tranquilo, fue un colaborador de la última dictadura. ¿Acaso eso es un delito?

Al llegar a Balcarce, Alberto Natale se cruza con otro hombre, también ciudadano, pero que viste remera, bermuda y ojotas. El otro lo reconoce, lo interrumpe y le pregunta de la mejor manera posible:

-Natale, ¿cuando usted era intendente no sabía de la existencia de campos de tortura y exterminio?

La calle es una forma de la democracia.

-Para nosotros todo eso había terminado en el `78-, responde con firmeza y celeridad.

-¿Usted desconocía el informe de la Comisión de DDHH de la OEA del año `79?-, insiste con desparpajo el otro hombre.

-Durante mi gestión no se produjeron hechos de violación a los derechos humanos en Rosario-, responde el político. En su gesto hay algo de esa soberbia, la del león tranquilo midiendo la fuerza de su rival.

-¿Tampoco sabía de las desapariciones, de la Escuela Magnasco o la Quinta de Funes?

-Le repito, "todo eso" había terminado en el `78. No teníamos conocimiento de lo de Funes-, dice el político. Dice "todo eso", como si algo le impidiera decir "tortura, saqueo, muerte, violación", como si pronunciarlas afirmara su complicidad con los genocidas que le dieron el cargo.

-La cantidad de sepulturas NN en la Piedad y en el Salvador eran normales-, dice Natale como terminando el diálogo.

Los hombres se saludan. Hay un conflicto irresuelto. Siguen sus caminos. Se alejan, como si la vereda fuera el imperceptible laberinto que comunica distintas ciudades que se superponen en la misma ciudad. El último resquicio que hay entre la verdad y las formas jurídicas.

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