rosario

Miércoles, 13 de enero de 2010

CONTRATAPA

El primer día del nuevo año

 Por Irene Ocampo

Me desperté. Pestañeé. ¿Dónde estaba? O, mucho peor ¿qué día o tarde era? Vagamente me empecé a acordar que habíamos estado festejando año nuevo en el boliche. Pero bueno este lugar ya era otra cosa, porque sin dudas estaba acostada sobre una cama, y que además no era la mía.

Cuando pude girar mi cabeza, luego de que dominé una mezcla de dolor y mareo, vi un hombro, una espalda, cabellos sueltos, largos castaño claros, y un brazo que sostenía la sábana y descansaba sobre su costado. Quise acariciar y sobre todo intentar despertar, a quien quiera que fuese la persona que me estaba dando alojamiento en su cama el primero de enero.

Antes de eso, y porque me quise ubicar primero yo en esta situación, giré para mi lado y busqué algo que me perteneciera. Manoteé tanteando mis ropas, o el celu, o algo que me ayudara a recobrar un poco de sentido antes de retomar la socialización obligatoria que me proponía la situación. Visualicé mis jeans en el suelo, cerca de la punta de la cama, así que estiré un pie y conseguí arrastrarlos hasta el alcance de la mano. Suelo guardar todo en los bolsillos, así que se suponía que algo iba a encontrar que me permitiera reubicarme en tiempo y sobre todo en espacio.

Ni noticias del celu. En un bolsillo de los de atrás apareció el manojito de llaves de mi casa. Y en el otro la billetera. Nada de nada me daba ni una pista. Me levanté para ir al baño. Salí del cuarto y miré en la semi penumbra, supuse que una puerta al costado sería la indicada. Busqué la llave de la luz. Me miré en el espejo. Por favor, ¡qué cara! Mi rápida inspección a lo que encontré en ese lugar tan íntimo y privado tampoco me dio más pistas.

Volví a la habitación. Mi anfitriona dormía a pata suelta. ¡Qué envidia! Estaba en su cama, y aparentemente tranquila de compartirla con otra. O sea que éramos conocidas. Intenté recordar algo de lo último que había hecho antes de despertarme en casa ajena. Pero mi cabeza sólo daba vueltas y el mareo peligrosamente me daba náuseas.

Suspiré, y volví a mi posición original. Cerré los ojos e intenté volver a dormirme, pero la inquietud por no saber con quién y dónde estaba no me lo permitía. Despacito levanté mi mano y toqué el brazo de mi compañera. Apenas una caricia suave, y logré que al menos se moviera un poco. Entonces me tocó con la otra mano que yo no veía. Me presionó suavemente, como si fuese un saludo de alguien con no puede darte la mano. Ese toque me tranquilizó un poco. De algún modo sentí que era cordial, y que yo conocía esa mano.

Al cabo de unos minutos se levantó. Aproveché para abrir un ojo y mirarla. Seguía viéndola de espaldas. Tanteó su mesita de luz buscando algo. Eran los anteojos. Una pista para mí, al fin. Rodeó la cama como una sonámbula. Y cuando encaró para la puerta, ya de frente le vi apenas algunos rasgos, porque el cabello le ocultaba las mejillas. Me gustó lo que vi. Y creí reconocerla, más por la forma de caminar que otra cosa.

Era... ¡Gilda! ¿Cómo terminé en su casa? Intenté encontrar algún leve recuerdo, y el dolor de cabeza volvió a impedirme cualquier tipo de esfuerzo mental. Creí recordar que en algún momento la vi entrar al boliche con un par de amigas y me saludó muy alegremente. Fue un momento antes que mi estado de alegría etílica me sumergiera en otra dimensión.

Y la vergüenza me pone roja como un tomate. Por suerte la penumbra me protege. Gilda vuelve, se mete de nuevo en la cama. Ahora me mira. Me acaricia el pelo, la cara. Me dice: ¡Feliz año nuevo, Cintia! Me pregunta cómo estoy. Le digo que bien, pero que mi cabeza está a punto de estallar. Me dice que me va a preparar un café. Le pregunto si no la molesto, si no hice algo por lo que deba disculparme. Me mira a través de sus anteojos. Me sonríe socarrona, y me dice: la que tiene que pedir disculpas soy yo. Creo que en un momento de la noche te rapté.

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