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Viernes, 19 de febrero de 2010

CONTRATAPA

Esclavitudes

 Por Beatriz Suarez

Hace un año pusimos en casa un toldo en el patio. Es muy lindo, útil, transparente, sirve para atajar vientos, lluviecitas, hojas, Pórtland volante, y para que el patio se convierta en un ambiente más a la hora de ciertas vicisitudes meteorológicas.

Claro es un toldo, no un techo, y podría caerse si pesara sobre él mucha cantidad de agua por ejemplo.

Si lo corremos y al rato sale el sol el ambiente que se genera abajo es más o menos parecido al de una olla hirviente con papas y zanahorias.

Tiene tres rieles y varias arandelas que lo sostienen, las cuales me hacen pensar (cada vez que llueve) de dónde viene la tormenta, cual será la mas afectada, si conviene entonces tenerlo a medio correr, o correrlo del todo, o guardarlo, o atarlo con la tirita de la punta para que esté liso y firme cosa de adquirir lubricidad en los aguaceros.

Si se prende un espiral y está el toldo puesto el patio parece un recipiente de vidrio de laboratorio de película, si alguien llega dice "¡Qué hermoso toldo! Pero, transparente, ¿para qué sirve?", entonces yo explico que desde que lo tenemos hemos ganado un patio protegido de las tormentas, que se puede seguir cenando si uno sirvió ya los ravioles y empieza a garuar, que el toldo ése le dio a la casa una temperatura intermedia entre el afuera y el adentro. Es decir, agiganto las bondades de un toldo. No sé exactamente porqué.

Entonces hace un año estamos en casa pendientes del toldo. Ante cuatro nubes lo corremos, tres gotas (y yo en El Cairo o Pasaporte) pienso en el toldo (¡Qué suerte que lo dejé puesto!), sigue el chaparrón empiezo a pensar en que hará panza, que los anillos de desagote no van a aguantar, que al regresar a casa lo encontraré colgando de una argolla. Después para la lluvia y viene la olla, la casa estará hirviendo, etc. etc.

Llamo a mi hija, "mirá el toldo, correlo, entralo, fijate que va a llover, ponelo bien firme".

La otra vez me fui de viaje y lo dejé extendido para protección. Estando a 200 km. De la ciudad veo en la tele "Diluvia en Rosario". Dios me libre. El toldo. No me importaba la evacuación del remanso Valerio, la altura del Paraná, el agua potable, el intendente, nada, pensaba en esa tela plástica y mi dependencia extrema. En medio del vendabal hice que una vecina de al lado fuera a casa a mirarlo y evaluar qué convenía, si tirar de la soga y protegerlo o proteger el patio para lo cual fue hecho. Dejé de comer, me movía con el celular en la mano como en una charla con un presidente o jefe. Mientras en la pantalla se veía gente con agua hasta las rodillas sacando pertenencias de sus domicilios, esquinas tapadas, veredas inundadas y problemas municipales yo esperaba la respuesta de mi vecina.

Empecé a sentirlo, a vivirlo, a confirmar que su nylon formaba parte de mi piel, intuía cosas de las que me averg¹enzo. El toldo como un salvador y tal vez lleno de agua como el vientre de un caballo manso. Evocaba mis Santorales, crecía la tormenta con mis lágrimas, pensaba en algo más que los quinientos pesos que costó en su momento, una ornamentación sin huesos con el complicado ruido de unas cuantas gotas.

Imaginé la pequeña masacre de que se hubiese caído.

El atardecer de febrero mezclado con la cancioncita de mis duelos.

Yo, con pocos mecanismos para la guardia, el cuidado.

Mi vecina no llamaba y eso que vive tres casas mas allá.

Me dormí sobre la mesa y soñé con que el toldo hacía zig zags de cola de lagartija, lo regué con expectativas vitales aún entre rayo y centella.

Dormí, dormí, dormí, me tumbó el disparate. La ofuscación fue máxima al lado del sifón de soda. Un toldo, Aladino volándolo con la sudestada, un toldo muerto y aprovechado por pájaros y palomas.

De pronto sonó el celular, era Chichita que me contaba (lamentándose) que estaba todo caído y roto sobre la enredadera, que no aguantó más el aluvión y que, según su parecer, no serviría más que para tapar ladrillos recién hechos.

Entonces ahora soy libre. Libre de verdad. Ahora vuelvo a vivir vuelvo a cantar porque no tengo a quien cuidar ni a quien correr ni a quien proteger o esperar que me proteja. Ahora vivo la vida tranquila como debe ser vivida, nada de que (casi) un ser me espere firme como una estatua o de guardián de mala muerte.

Ahora no tengo nada y si se larga a llover corro con los platos, los tenedores, la lechuga machucada, el pan, las servilletas y a la lona (propiamente).

La mala hora del toldo terminó y quería contarlo por si a alguien le pasó. Lo mejor es la vida en la naturaleza tal como viene la mano. ¡De lo contrario uno se vuelve esclavo de cada cosa!

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