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Martes, 10 de agosto de 2010

CONTRATAPA

Y de repente todo se volvió rojo y negro

 Por Domingo Caratozzolo

Era un mediodía de julio muy frío, el día anterior había llovido, pero con frío o con calor nos preparábamos para festejar. El abuelo estaba decidido, pues como él decía esta sería la última vez que vería a Boca salir campeón; a mí me asustaban esas palabras que anunciaban su muerte, también en las navidades lo repetía, que quería disfrutar sus últimas fiestas con nosotros. Ibamos a salir con el Rastrojero de los vecinos, que para la ocasión habían colocado banderas a ambos costados. Los chicos improvisamos tambores con latas que habíamos acondicionado para la ocasión y las tapas de las ollas nos servirían de platillos.

Estábamos en la cocina con el abuelo y el Cachito con los ojos fijos en el televisor mirando la final de Ñubel y Boca, la Bombonera estaba que explotaba en la ansiedad de lograr otro campeonato. Nosotros desde casa esperábamos festejar con ellos. Sé que soy de Boca porque lo era mi abuelo, y mi amor por él alimentó mi pasión futbolera. En ese entonces, a mis siete años, estaba atenta a esos jugadores que llenos de barro luchaban en la cancha. Terminados los dos tiempos reglamentarios, el partido había quedado igualado, Ñubel había ganado en Rosario y nosotros habíamos empatado. Se jugaron dos tiempos suplementarios de quince minutos cada uno y la igualdad subsistía. El ganador se definiría por penales. La ansiedad del estadio se podía sentir en nuestra cocina, hoy diría que tenía espesor, casi se podía tocar. Era tal la tensión que en cada penal dejábamos de respirar.

El primer penal lo patea Graciani a la derecha y Scoponi lo ataja. Ahora le toca a Beriso que convierte mandando la pelota al ángulo izquierdo de Navarro Montoya. Comenzamos a preocuparnos, y mucho más cuando patea Claudio Rodriguez, abajo y a la izquierda de Scoponi y éste ataja nuevamente. Cachito y el abuelo gritaron ¡No!, queriendo negar con un grito desesperado lo que pasaba en el campo de juego. Nuevamente Juan Manuel Llop convierte para Newell?s abajo y a la derecha del arquero. La desesperanza que nos estaba invadiendo cedió momentáneamente cuando Armando Giunta anota para Boca, pero rápidamente Zamora convierte y el partido queda 3 1. Ahora es la última oportunidad, si Walter Reynaldo Pico falla Newell's será el campeón argentino. Ninguno de nosotros miraba el televisor, hasta que escuchamos al relator gritar ¡la pelota pegó en el poste y Newell's es el campeón!, mientras se veía a Scoponi correr hacia el centro de la Bombonera a abrazarse con sus compañeros. Y repentinamente toda la pantalla del televisor se tiñó de rojo y negro. Sentí un dolor como si alguien me apretara el estómago. El abuelo parecía estrujar el mate que conservaba en sus manos apergaminadas, y su cabeza inclinada parecía clavar la vista en algún objeto cerca de sus pantuflas. Cuando me acerqué a abrazarlo, como si ese gesto de cariño pudiera alejar su pena, vi que por sus mejillas corrían -eso sí, lentamente unas lágrimas que trataba de disimular. El Cachito tenía en sus manos la bandera con la que pensaba salir a festejar y furioso pateaba la mesa, puteaba y exclamaba: "¡Como puede ser que perdimos, si teníamos el campeonato en las manos, la puta madre, tuvieron 120 minutos, tendrían que haber dejado la vida!

Ahora que han pasado 19 años, creo que lo que más me impresionó a mis siete años, fueron esos colores que invadían el televisor y representaban el fin de nuestras ilusiones. Pero más que nada me dolía por el abuelo, que quizás por su edad no vería al equipo de sus amores ganar otro campeonato. Hubiera sido para él una gran alegría. Existen impresiones que nunca en la vida vas a olvidar, y detalles nimios, como que Newell?s salió campeón a las 17:52. Una recuerda esos detalles sin saber la razón, como éste de la hora, que a esa edad no tenía ninguna importancia para mí.

Esa noche soñé que estaba en la Bombonera mirando el partido de la mano de mi abuelo y todo era una gran fiesta, nuestro equipo convertía un gol tras otro, el abuelo gritaba entusiasmado con toda la hinchada. Y ni bien el partido terminó, al abuelo le crecían unas alas enormes y cuando las comenzó a agitar se elevaba hacia el cielo, y mientras se perdía de vista decía: ¡Julieta! ¡Julieta! y me saludaba agitando sus manos con el rostro iluminado con una gran sonrisa.

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