rosario

Lunes, 3 de abril de 2006

CONTRATAPA

La mayor de las soledades

 Por Adrián Abonizio

Durante décadas hemos estado solos en la altura de nuestro castillo, dementes como Macbeth; absolutamente aislados de la realidad del dolor ajeno. Envanecidos en una gloria portátil, lustrada a goles, hemos ido olvidando al rival. Sin un oponente, la lucha se torna estéril, las espadas amarillean en el pañol, el tedio nos gana y nos empezamos a creer ser eternos. Es difícil considerarse superiores, pero más grave aún es saberlo y que rival lo advierta y encima, asienta. Es verdad que hemos perdido sobre una mesa de nerolite (nunca un paño verde, somos de orígenes barreros) alguna partida chica, algún clasiquito, pero con las barajas reales nada parecía hacernos daño. Teníamos las manos llenas con los Jokers cuyos dibujos eran la cara del Che, La Palomita Sagrada, la sonrisa de Olmedo, las inscripciones en bajorrelieve de "4 a 0 y se fueron", "Nunca un abandono, nunca una traición".

Nos dormimos una tarde de domingo sin fútbol con el peso del medallero en las solapas y eso resultó fatal. Lo suficiente, para que, es bueno reconocerlo, las generaciones leprosas venideras intentaran revertir el Tiempo. Sé, porque conozco a mis adversarios, que se vengaron freudianamente de aquellos, sus indolentes familiares, los alegres hinchas domésticos y en pantuflas, los rompedores de carnets, los pechos fríos de Zanabria, el pinguinaje tierno, patético y querible de la Nación que vive de espaldas al Cementerio La Piedad. Los pibes, entonces, salieron a embadurnar la ciudad con sus colores por razones más que valederas y su bandera que expone con crudeza la paranoia y la legitimidad de los hechos: "Somos La Hinchada que nunca Abandona". Desde los menemistas noventa se habían puesto al día y habían visto campeonar a un equipo inerte por tres veces y dando muestras de garra, coraje y hasta una dosis exótica de disposición guerrera. ¿Qué insultaban aquellos primos mugrientos de Arroyito entonces? ¿Por qué les gritaban que habían nacido de embriones congelados? ¿Si ellos con su acné y vivando a los Piojos recién llegaban a los peldaños de la tribuna? ¿Qué cantan estos? ¿O enloquecieron? Una verdad elocuente es que no se puede contra la Historia, rectora insigne de la verdad. Hoy, cansados de guerrear en el desierto, tal vez a la vista de pésimos resultados solo necesitamos administrar brebajes de memoria para las nuevas generaciones.

Reconozco hemos estado como los reyes, sordos, ciegos y déspotas. Nos apoltronamos en nuestros recuerdos y eso pudo ser fatal. No es definitivo, canallas. Somos, sin vergüenza, vanidosos, inmortales, pero el hechizo de una sombra negra aún persiste sobre nuestros antes fecundos campos de labranza. Nuestro presente está saturado de tormentas.

La batalla, ahora, quiero suponer, quiero creer al fin, se está emparejando.

Y eso me alegra sobremanera: al fin tenemos rivales, al fin podremos cruzar espadas, al fin casi nos han igualado: no hay nada peor que luchar contra un fantasma Ñuls ha campeonado recientemente y lo puede hacer de nuevo. Central lucha en las catacumbas. Y yo, apenas un iluso escriba que va a la cancha en un Clásico atento a sus cábalas y que se termina sintiéndose un ridículo: el barro en mi auto salpicado en las inmediaciones de Arroyito hace días aún subsiste; el paño con que tapé por una semana al cardenal de plumaje rojinegro lo está volviendo ciego, los payés con las cabezas de viejas figuritas del Negro Palma, el Negro González y Kempes aún yacen desgarradas, arrancadas de la plasticola que las mantenía en el álbum; los embrujos y la fe por mi divisa sigue inalterable. No culpo a nadie. Culpo al maldito empate. Al cero a cero que humilla, a la ausencia de emoción y al sobrante de bostezo. Nosotros, reyes desde el inicio, fundadores de lo Primero en todo, regalando jugadores, armando equipos con retazos de heridos hemos permitido que el bosque tenebroso que acorralara a Macbeth haya arribado y clavado sus picas en las bases mismas de nuestro orgulloso feudo.

Pero, como el árbol talado que retoña y citando a Machado, aún tenemos la vida.

Hay aquí palabras virtuosas ocasionales, giros literarios ampulosos, fábulas de criollo rosarino que no busca ofender la divisa amiga del Parque: son solo líneas surgidas de mi sangre de Pueblo Real Canalla. Todo está por jugarse. Somos el olor a pólvora que no asesina pero conmueve el corazón del patriota auriazul; somos lo que está vivo y a la espera.

Somos un rey depuesto por nosotros mismos, la mirada perdida, jugando con la corona entre sus dedos, a la espera del ascenso a la montaña mágica.

En el fondo, nos tintinea una alegría extraña: al fin tenemos contendientes que aceptaron el duelo; al fin habremos de dejar de luchar contra sombras. Estamos libres de enloquecer de soberbia; hemos dejado de emborracharnos con la poción embrujada del vino que solo es dado de beber a los dioses. Y eso, amigos, es sano, es cortés, es el buen augurio que significa el empezar a tener lo que comúnmente se denomina rivales de fuste.

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