rosario

Martes, 17 de septiembre de 2013

CONTRATAPA

Uby

 Por Gustavo Varela y Paul Citraro

Es demasiado Mar del Plata. Tiene belleza de vedette: caminar sinuoso y contundencia en las curvas. Tanta la contundencia, que si venís sobrado y rápido te vas al agua. Como Monzón o el negro Olmedo. Ni siquiera los que se criaron ahí se salvan.

Uby Sacco era viento norte, mar planchado y locura. ¿Cómo juntás el pensamiento y la furia? Por eso llegó al título unos días antes de cumplir los treinta. Justo en el borde, cuando no sabés si te alcanza con la juventud o si necesitás de la cabeza para ganar una pelea. El día de la pelea con Hatcher, con el perro malo, que así le decían, Uby estaba a punto caramelo. Guerrero y sabio, la mezcla que Platón quería para Atenas, cólera en la mirada y estilo.

Al que piensa, en el boxeo, le dicen que tiene estilo. Estilo quiere decir que te parás en el ring sin apuro, que vas a medir como un sastre y te vas a mover como un alpinista, con paso seguro en dirección a la cima. El que tiene estilo no camina el ring con los pies, lo camina con la cintura. O sea, puede estar lejos aunque esté al lado.

Cuando Hatcher se fue solo a la lona, cuando se arrodilló delante de Uby en el cuarto después del uppercut de izquierda, el perro malo parecía un chiguagua. Lo miraba de abajo como un esclavo, como el vasallo delante del señor feudal. Uby esperó. Justo él que aceleraba el tiempo desde pibe, de cuando empezó con la falopa. En ese momento esperó, como el dios Apolo, a distancia.

En el octavo pararon la pelea. Uby iba con el jab sobre la ceja derecha y la ceja derecha del perro parecía una canilla. El médico quiso parar la pelea, pero el árbitro mexicano le dio el pase. Dos veces. El médico se quedó parado en ring agarrado de las sogas agitando los brazos. Yo te digo que no le dieron bola porque el tipo era flaco, joven y con barba. A un gordo pelado le hubieran dado bola. Tenía dos pañuelos, uno en cada mano, con la sangre del perro malo. Hasta que al final el mexicano la paró. Uby se arrodilló en la lona. Tito y el padre se acercaron para abrazarlo. Y como una metáfora, que nunca más volvió a repetirse, lo pusieron de pie.

Lo demás fue todo desorden y afección. Violento (la violencia también es estética, porque seduce). Eso fue Uby, un seductor con los pies sudados. Venía apilando tupido; Hugo Luero, la pantera Saldaño, Lorenzo García. A todos les hizo besar la lona antes de calzarse el cinto ancho. El de campeón (en la noche que lo dobló a Hatcher ﷓en el Casino Di Campio﷓, hay un melenudo en el ring saltando con una bandera que decía Temperley con Uby). Al año siguiente, la primera defensa en Montecarlo. Dice uno de esos que le revoloteaba siempre de cerca que ya veía a las estatuas moverse, que tenía la mirada de un chico asustado. ¡Justo él, que había entrado en los guantes por antojo rebelde! Esa noche con el italiano Oliva, los fantasmas de Uby eran una fila de patitos pero con el tamaño de Ferrigno. Igual entregó todo. Quedó como un sapo pisado por un Siam Di Tella. Supurando la derrota.

La brava vino después. Sin cielo y con los muñones sin guantes. Condenado al quietismo. A la mansedumbre de una vida común. Por el pathos de la rabia y el cañito de metal lo guardaron un par de veces. Todavía seguía con las mañas, entraba y salía de la cárcel como cuando contragolpeaba adentro del ring.

A veces, cuando me preguntan por él en la nocturna, lo tengo a Camus a la mano. Decir no ante lo inaceptable es el acto de libertad por excelencia, le repito a los pibes.

Uby era sincero, decía todo al cruce. No era de andar confundiendo propietario con inquilino. Lo sabía por experiencia. Siempre hablaron de más, por hablar; hablaron hasta el punto de que él tuvo que asumirlos en carne propia y rajar. Y volvió, como el fantasma de la ópera. A traerles el regalo de una pelea que los cubriera a todos, desde abajo. Quería decir: "¿viste que puedo tener una vida promedio? Sí, como la de todo el mundo". Pagamos caro el queso italiano y se nos cierra el monedero con la mortadela. Estas cosas hay que bancarlas. Por eso, cuando me preguntan si era libre, digo siempre hasta el último día: Uby no. Uby no era libre.

Igual me quedo con él. No por el estilo, de lo que hablan todos porque lo quieren sacar del fango para ponerlo en la lista de la "gente normal". Me quedo con él por la rabia que tenía. Si al fin es la misma rabia de siempre, la de todos, esa que te hace apretar los dientes para sostener el protector bucal. Aunque estés arriba del ring o abajo, en la vida misma, total es lo mismo.

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