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Domingo, 17 de mayo de 2015

CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA

Pequeños horrores cotidianos

 Por Adrián Abonizio

* Hay gente que usa en las camperas, en las remeras las palabras USA o la banderita británica de guerra. Las llevan con desparpajo en el pecho. Uno, que es malo y justiciero, desea que una bala propia impacte en ellos. Pero, se piensa en la familia, en sus novias y se arrepiente. No obstante quisiera que a algún programador misilístico falle la coordenada y en vez de hacer saltar alguna aldea en Afganistán lo haga con los cuerpos de estos orgullosos esclavos de la moda preponderante en las colonias.

* Ellos están juntos hace poco y el retoño que él mece en su cochecito a la sombra de la vereda entre las mesas de este bar al mediodía, es el premio a tanto amor de pareja. Ella, plácida, repasa los mensajes en su celular y en un instante toma la resolución de quien será el próximo amante breve. El sonríe al bebé, la mujer a la pantalla. El sol verdea las hojas de este paisaje de paz dominguera.

* En una pared alguien trazó con letra honesta y prolija la leyenda: La Patria es el otro. A los días enmarcada en comillas con forma de cruces svásticas algún otro interpuso la palabra No y Extranjero. De lejos se podía leer: La Patria no es el Extranjero. Al margen de todo, en cuclillas y a unos metros, una boliviana vendía frutas hermoseadas por el sol.

* "¿Te conté por qué dejé de creer en Dios? Cuando me confesé por única y última vez el cura desde dentro de las profundidades, abrió el confesionario con la ventanita corrediza y yo percibí un aliento monstruoso, literalmente: Allí habitaba un ente maligno y oloriento. Vino fermentado, garbanzos pasados, eructos, pedos, almas muertas. Confesé dos pavadas y me fui pensando que si Dios era eso que olía a podrido no me convenía", larga el amigo en el bar, literariamente, describiendo su horror de niño.

* Ella mata por asfixia. Se insinúa, estimula y premia a sus machos capturados. Luego, es perjudicada, es salvada y recrimina. Luego una tercera ronda con combinación de todas estas afluentes. Y acusaciones y reconciliaciones. Y despedidas y reencuentros. Así hasta el final en donde la presa, abatida, yace sin poder respirar. Ella pregunta "¿qué pasa mi amor?". Pero sabe, triunfal e inmutable, que ya es tarde para todo. Ha asesinado de nuevo.

* Van con la ventanilla baja pues el aire otoñal ha amenguado y hay una circunstancial primavera en el mundo. El coche es bajo y permite la absorción del escape de un camión que al acelerar larga el humo dentro del autito donde viajan papá y dos niños. Tienen que detenerse y salir para no morir ahogados. Detrás del camión se lee "Cuidemos el planeta".

* La Casona de afuera luce elegante. Nunca se abren las dos ventanas superiores. Por la tarde empiezan a llegar los clientes que se aposentan con las doncellas esclavas que atienden el negocio carnal. Eso es el horror, pero no supera lo que ella se acaba de enterar: En una parte de la casa viven tres pibes de algunas de las chicas del placer. La necesidad tiene cara de hereje. Ahora no sabe si denunciar por miedo a dejar a los chicos en la calle.

* Los ladrones que roban a mano armada entrando en negocios o bancos suelen ir bien vestidos para eliminar sospechas de mal entrazados. A veces tienen que disparar y matar a alguien. Sin darse cuenta honran al muerto: Van bien vestidos de antemano al terreno de difuntos. Son verdugos de ocasión, respetables y con buenas prendas.

* El taxista cuenta en la parada que lo detiene una familia. Papá, mamá con bebé en brazos y niño de ocho años. Que a la altura de una calle de Alberdi el niño empieza a cantarle bajito con una melodía repetitiva, un sonsonete: "Mi papá te va a asaltar, mi papá te va a asaltar". Y que ello mueve a risa a la señora y a retos al padre. Cuando llegan a la esquina que le fijan el jefe de familia le pide con amabilidad y un revólver en la nuca que le dé toda la recaudación. Y que el niño bajó con ellos último silbando la misma melodía que anticipara el atraco.

* Para cierto rey inglés del siglo XV era cotidiano apresar a alguno que estaba en falta con sus impuestos y procesarlo rápidamente para torturarlo con un halcón entrenado que le comiera sólo ciento setenta gramos de su pecho por cada día impago.

* La boca de ciertos políticos, sus muecas al pronosticar desastres, sus ojos, la ausencia de color, exceso de maquillaje si están al aire, sus manos, sus ropas, el tono de sus voces. Todo es repugnante, peor que militares sabiendo masacraban jovencitos. Peor que los jueces yankis que nos consideran colonia, que los militantes de banderas dolorosas, que las señoras de barrio que denunciaron extremistas que sólo eran estudiantes, peor que los periodistas que dicen una cosa y hacen lo contrario, arracimados a las pequeñas fortunas que reciben para callarse o denostar, según el viento. El repasa todo esto en la mañana y, al emerger del agua de la ducha, sólo atina a murmurar como el capitán Kurtz: "El horror, el horror". Y salir rumbo a la cueva de financistas espúreos donde trabaja.

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