rosario

Domingo, 3 de septiembre de 2006

CONTRATAPA

No es ficción

 Por Luis Novaresio

Uno: Rara mística. Caminar por los pasillos angostos acariciando ambas márgenes. La seducción pura. La excitación pura. Igual a cuando tu viejo te llevaba a la Librería y vos soñabas con que te iba a alcanzar el día para leer todos esos libros. En pleno centro, recorriendo calle Córdoba. Cuando vos sos grande, ¿ya podés haber leído esto? Y él que te corregía todos los tiempos verbales. Cuando seas. Vas a haber podido leer. Y más. Recorro los pasillos de la Feria del Libro de Rosario y me acuerdo de aquello. El sabor se percibe por las manos. Eso te hubiera gustado decirle a tu viejo ahora. Cuando eras pibe, no sabías decirlo. Pero esa irrepetible sensación de asir, aprehender la literatura, tocando las tapas de los libros expuestos en la librería, vuelve a aparecer mientras estás en esta Feria. Tenés que trabajar mucho. Vas a ganar dinero. Vas a poder comprar libros. Y algún día, los habrás leído a todos. Y hoy lo sé. El imposible.

Dos: Levantarse y maldecir la hora. Otra vez. Y con este frío. O con este calor, es lo mismo. Yo quiero ganarme la lotería y dejar de madrugar. No es justo. Mirá si hubiera sido Amalita, la que vendió la empresa y se quedó con ochocientos millones para repartir entre los suyos. ¡Minga que me voy a levantar a esta hora para ir a ganar dos mangos con cincuenta! Levantarse, maldecir la hora, patear la mesita esa de mierda que ya te dije hay que sacar, si no la corren, hoy vuelvo y le prendo fuego y me hago un asadito de mollejas, sólo de mollejas, estoy podrido de hacer economía, ahorrar, ahorrar, no sé para qué. Y bañarse con este frío, ponerse la camisa, el mameluco o lo que sea. Calentar el mate, las galletas húmedas, la espera para llegar. Maldecir la hora. Y saber, en secreto, suave, pero saber, que gracias al cielo, a la providencia o a Alá que abrimos los ojos y todavía hay chances de maldecir.

Saber, también saber, que hay jefes, compañeros, amagues de romances, peleas, competencias desleales, serruchos, gestos inesperados, cansancio, horas extras que no se pagan, listas de personal, resúmenes de tareas no cumplidas, memorandos a partir del día de la fecha, turnos rotativos, la empresa no se hace responsable, calor en verano, frío polar en invierno, sueldo anual complementario, esperanza de que con el aguinaldo me pongo en orden. Saber. Saber todo eso y mucho más. Saber de ascensos injustos, la mina se encama con el tipo o con la otra mina o con los dos. Saber que no sirve ser honesto y serlo, saber que el tipo grita porque es energúmeno, saber que ahorro las tareas adicionales porque estoy con el autoplan, o la casa, o mi vieja enferma, o el viaje a las sierras. Saber que es inestable. Pero saber que hoy podés saber.

Levantarte y maldecir la hora. Pero saber que tenés trabajo. Hoy, vas a trabajar. No es poco.

El autor termina de leer su cuento. No es ficción. Es de acá.

Tres: La ventana acaricia los árboles. El balcón se asoma sobre las copas de los liquid﷓ ambar, con esas maravillosas que enrojecen cuando el calor deja de perturbar. Ella lo plantó. Otro orgullo. Se sonríe. El libro se los debo. Piensa en sus hijos, uno que ya no mira más esas copas rojas, y sabe que a él no se lo debe. Que cada día que pasa lo escribe con memoria y dolor. Pero ese es otro tema. Ya casi es la hora. Los árboles se oscurecen con la tarde y las calles se tranquilizan con menos autos. Es un barrio. Ya es casi la hora. Y no falla. De la bicicleta bajan el padre y el hijo. El otro chico, el mayor de los dos, tira del carrito. El padre abre el volquete y hace la primera inspección. Su hijo menor sabe que el gesto es de esperanza. Espera ser alzado por el hombre. Ya dentro del depósito azul de la basura revuelve. Cartones, vidrios, papel de aluminio. Trabaja.

El mayor, recorre las cazuelas de los árboles con hojas color del ocaso. Y ella observa. Del tronco de la planta que trepa hasta su balcón cuelga una bolsa transparente. Hacer tortillas fue para ella siempre sencillo. La hora de la familia. ¿Pero no era que ustedes no venían a comer? !Por qué no avisan, al menos! Y el barullo del mediodía de sábado con hijos que vuelven del partido de fútbol suspendido o de la peña que duró hasta tarde. Y la gente que tiene hambre, no te preocupes que la vieja en dos patadas prepara algo. Y ella, dos patadas, recurre al truco de su madre, de su abuela y de vaya a saber quién más y consuma la magia sin galera. Pelar las papas, el aceite, batir huevos con firmeza y delicadeza. Y en la otra hornalla, hervir el arroz, algo de pollo que sobra, unas croquetas. Sigue la magia. La tortilla se corta, el pan jamás, salchichas con tuco de los fideos de ayer, las croquetas tibias. La fiesta de la familia y un beso. Un beso en dos patadas.

La misma tortilla está ahora envuelta en una bolsa plástica, colgada del árbol que luce oscuro. El cartonero, el pibe más grande, agradece a su dios por el milagro repetido. Grita. Papá, hoy la encontré otra vez. Los trabajadores de la miseria, los del país de la revolución productiva, hacen un alto en el turno de escarbar basura y comen. El volquete sigue abierto. Los cartones apilados. Comen. Desde la ventana, apenas sobre los árboles, ella sonríe.

La autora termina de leer su cuento. No es, tampoco, ficción.

Cuatro: Ella trabaja. Parir el conocimiento, piensa. En el profesorado le explicaron eso. Ayudar a parir. Y duele, claro que duele. La mano sobre la mano, el renglón que no colabora. Y se ríe. El pibe le dice que él trata pero que el renglón no colabora. No sube, no baja. Ella le dice que esa es la función de la línea en el cuaderno. No moverse, no modificarse. Pedirle a él, a su manita, que lo acompañe. Y fue el milagro. Ella no sabe si son las palabras mismas o apenas la magia de su sonido, pero él se suelta. Deja las muletas de su maestra, suelta las manos del manubrio del que anda y se lanza. Y puede. Escribe. Mamá ama a Diego. Escribe. Y grita de loco, tose, ríe y grita de loco viva Boca. Ella ya hizo parir. Como el médico del quirófano respira desde adentro de su vida, se quita los guantes, se lava la cara. Parir. el pibe, Diego, primer grado de los de antes, pudo escribir solo. La maestra parió. Y ahora el pibe dice que quiere escribir viva Boca. Y ella vuelve a trabajar.

Cinco: El quietismo es la actitud de la gente que dice: "Los demás pueden hacer lo que yo no puedo". La doctrina que yo les presento es justamente lo opuesto al quietismo, porque declara: "Sólo hay realidad en la acción". Y va más lejos todavía, porque agrega: "El hombre no es nada más que su proyecto, no existe más que en la medida en que se realiza, no es, por lo tanto, más que el conjunto de sus actos, nada más que su vida". De acuerdo con esto, podemos comprender por qué nuestra doctrina horroriza a algunas personas. Porque a menudo no tienen más que una forma de soportar su miseria, y es pensar así: "Las circunstancias han estado contra mí; yo valía mucho más de lo que he sido; evidentemente no he tenido un gran amor, o una gran amistad, pero es porque no he encontrado ni un hombre ni una mujer que fueran dignos; no he escrito buenos libros porque no he tenido tiempo para hacerlos; no he tenido hijos a quienes dedicarme, porque no he encontrado al hombre con el que podría haber realizado mi vida. Han quedado, pues, en mí, sin empleo, y enteramente viables, un conjunto de disposiciones, de inclinaciones, de posibilidades que me dan un valor que la simple serie de mis actos no permite inferir". Ahora bien, en realidad, para el existencialismo, no hay otro amor que el que se construye, no hay otra posibilidad de amor que la que se manifiesta en el amor; no hay otro genio que el se manifiesta en las obras de arte; no hay otro trabajo que el que se construye. Jean Paul Sartre. "El existencialismo es un humanismo", dice la tapa del libro. Y, sí. No es ficción.

Seis:A mí se me hace como una exhibición impúdica y pedante, me dijiste. Me reí. Sólo tuve ganas de reírme, disculpame. Esa manera de juntar textos y textos y textos que uno nunca podrá siquiera suponer da terror. No te entiendo. La ignorancia hecha sociedad de consumo. La sensación tuya, con tu viejo, en la librería, caminando entre los estantes repletos de tapas duras, económicas, grandes, de bolsillo, con la secreta esperanza de leerlos. Y no. Antes no. Menos ahora.

No. Disfruto la Feria del Libro. Porque allí están. Porque me hacen sentir menos solo. Porque Borges, Alma, los que no conozco son mis fantasmas buenos. Visitala. Caminá. Y te regalo la sensación. Caminá por los pasillos y acariciá ambas márgenes de los libros expuestos en las mesas que te rodean. Es el placer. Y no es ficción, claro.

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