rosario

Miércoles, 7 de febrero de 2007

CONTRATAPA

Gotas

 Por Federico Tinivella

I

De los brazos de las fuentes se abrían al flujo de los pájaros marionetas de verano. Tendrías que haberlas visto bailar sobre las gotitas de agua. ¿Quién dice que no es una imagen que fabriqué, cuando se me desangraba el mediodía y yo le pedía auxilio a los colores?

II

El tiempo en el parque trazó aquellas vidas que desprendíamos en los ojos de la tarde. Se dibujaba una huella en las escamas de aquello que escribían las abuelas. Pasos que tejían vigilándolo todo. Tenés cara de payaso, me decía la vecina, agarrada a la bici con rueditas, me das mucha risa, y dejaba perderse en los pasillitos del barrio. Yo salía a buscarla, pero se escabullía rápido. Nunca más volví a verla.

III

En un cochecito desterrado salgo a cambiarle los pañales a mis niños

huérfanos. Cuelgo del cable la vida que se llueve. Sacudo las manos como un idiota desde una cárcel que llevo puesta. Más tarde me como las flores en señal de protesta, hago que la panza engorde de luna, ya no de luto, ya no de presa.

IV

Almorzabas en mi cabeza tus rincones cotidianos. Chorreaba la pileta del

baño de las cosas que dejaste, un proyectil de navidad, el olor a hielo seco y cartón del heladero de la musiquita. Cada gota era un disparo, un

naufragio de ocasión, la pintura de unas redes con escarcha. Hay un pescador con los ojos de azufre bebiéndose el río para no mojarse por dentro.

V

Tiñe los ojos la abreviada costura del agitarse de una lamparita. Se escapan de los cajones regalos de otro verano. Descalzada figura muda del contraluz sobre el pavimento ardiente. Bichos como brasas reptan en una cabeza arrasada por las olas. El capricho de los insecticidas. Bicho bolita. Cerca ahora las paredes temblando, arrima un vidrio a la cara, las gotas golpean, hacen cráteres en el vaso de ginebra.

VI

La tormenta rompió el silencio del abrazo. Un desierto entre dos cuerpos colgados, una cuchara en un plato, solo una cuchara. El agua desteje la prisa, juega en los gajos del aire. Mancha la pared, hace lo que quiere el agua. El agua es impune, como vos, pero me vive naciendo.

VII

Te meabas en la cama cuando escuchabas los gritos del otro lado de la puerta. No sabías donde meter tu cara, tu cuerpo que tenía olor a culpa.

Allá, del otro lado de la puerta, se aniquilaba el espesor de la piel de una posibilidad, la de creer que podías ser feliz fabricando máscaras de carnaval.

VIII

La zanja como paisaje, horizonte madre de los gritos de las ranas. Uncascote bastaba para llamar a silencio a la cuadra. El cascote vaga en cámara lenta y duele en el líquido espeso como en The Wall. Se afeitaba las cejas en la pileta del baño, el cuerpo se derrumbaba en el rojo de la gota. Cada imagen es un puerto donde anclar las preguntas. Los techos de langostas eran las fotos del verano, que se fueron, con los cuentos y los globos. Más tarde, volvimos a morir con la silla en la puerta, levantando la mano como autómatas, ya sabiéndolo todo. No hay, en verano, como el bullir de la pintura de las zanjas, el dulce vaivén del rítmico canto de las ranas.

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