rosario

Miércoles, 27 de junio de 2007

CONTRATAPA

Icono (Crónicas de bares IV)

 Por Iván Fernández

Un zar, un capitán.

Suma del poder público y armas casi inofensivas.

Mesas y sillas están dispuestas en una cuidada geometría y sólo hay una pareja de hombres mayores.

Unos vidrios de colores, cuadrados, en fila, cruzan una pequeña pared; arabescos ordenados. Dos pantallas grandes de enfrentan.

Y esta tierra no escapa a la cultura iconográfica dominante en las instituciones remodeladas. Visos actuales y los mitos desperdigados: carteles descascarados de bebidas, las figuras que deslumbraban hace veinte años. Las paredes no eluden, atacan directamente la referencia histórica.

Una botella que reza: coca﷓cola, en un cartel fileteado. El cartel es nuevo, la confección reciente de la coca﷓cola en medio de filetes. Y es que aparece la máscara de los viejos bares, pero es que estamos en los nuevos bares y los signos que antes se mostraban ingenuos hoy siguen un criterio de sofisticación.

Por todos lados, más allá y más acá de la coca﷓cola fileteada, figuras dispersas que evocan toda una serie de personajes sustentados por el mismo hombre. ¿P. ¿P.or qué estos personajes lo han elegido, resultando un vestuario encarnado? Hoy, los sagrados mensajes pasados son televisivos; imágenes no en las pantallas, en las paredes. Se dispersan, en cuadros, sonrisas y gestos de esta tierra y de un hombre, pero de otros tiempos.

Son todos estos personajes y estas mixturas (coca﷓cola fileteada, carteles descascarados en marcos cuidados) las que rodean y acompañan la asistencia de parejas.

La primer pareja es de, en apariencia, amigos. Beben café y se miran exclusivamente, absortos en una conversación. Uno de ellos está vestido de modo más informal, tienen ambos unos treinta años, el otro pantalón de vestir y camisa. Cuando el informal habla, el otro escucha atento y en silencio; las expresiones faciales son serias, de línea tendiente a lo recto. En cambio, cuando el formal habla, tal vez anecdotiza, el otro ríe o sonríe, y lo facial tiende de lo curvo, como lo hace la línea de relación que une la coca﷓cola con el filete. Las palabras de ambos son distintas, alegres o serias, pero los rostros son solidarios: si tú estas recto, yo me enderezo; si te curvas, también flexiono.

En la pared opuesta a los amigos: un monarca, un capitán.

Demagogia e inocencia.

A espaldas de la primer pareja, siendo ellos también dos, un joven de unos quince o dieciséis años y un niño de unos diez. Ambos con ropa deportiva.

El joven, con gestos de las primeras situaciones de autoridad, llama a la moza que, pronta, se acerca. El joven le indica, el niño mira serio la escena. La moza vuelve, el niño sonríe, sándwiches y exprimidos, el niño sonríe. Conversan con un resplandor en los ojos. Comen rápido, terminan pronto.

El joven alza la mano, la moza acude, el joven eleva dos dedos que sostienen un billete de cien pesos mientras mira en dirección opuesta, hacia la calle. La moza vuelve con el vuelto.

El joven y el niño se van, en zapatillas.

Un botellón de vidrio inmenso, repleto con tapitas de chapa, se aquieta debajo de una galería. Un ahorro metálico.

La tercer pareja está formada por hombre y mujer, y estoy omitiendo a los dos señores que apenas vi pero que tal vez resistían (yo hubiera querido presenciar esas posturas) la moderna sofisticación, ellos vieron, muy probablemente, la coca﷓cola imponiéndose y el filete surgiendo; las chapitas las vemos todos, no gozarían allí de exclusividad. El hombre lleva una computadora﷓libro que abre sobre la mesa frente a sí; la mujer, recostándose sobre el hombro de él, se inclina para ver. Quizá trabajan, pero al rato veo que ríen despreocupados, o no trabajan o el trabajo es placer.

Los que ingresan ahora, en grupo, no pareja, son unos uniformados. Los personajes los miran, y es que son tantas ropas eligiendo un mismo hombre, y tantos hombres elegidos por la misma ropa. Se sientan y miran en una de las pantallas a otros uniformados, como ellos, que corren. Hay momentos donde sólo interesa lo que haga tu prójimo similar.

Yo ya quiero irme, porque la devolución de miradas que esperaba de los uniformados hacia los personajes no ocurre o se demora. A mí no me eligen tantas ropas, ni la ropa que me elige es tan propensa a los otros, pero visto zapatillas como los que se fueron rápido, y estoy demorándome.

Venia al soberano, saludo al capitán. Obediencia y complicidad.

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