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Miércoles, 26 de mayo de 2010

CORREO

¿Mundo feliz?

En 1932 el escritor británico Aldous Huxley dio a conocer su novela titulada Un mundo feliz. En la misma expresa su rechazo de las sociedades totalitarias. El alegato de Huxley va dirigido tanto al régimen stalinista en pleno apogeo, así como también a las variantes capitalistas como el fascismo, el nazismo y también el capitalismo fordista en auge sobre todo en EE UU.

Sociedades de masas basadas en el culto del productivismo y el consumismo, en las que no hay margen para las emociones auténticas y la felicidad es inducida artificialmente a través de una manipulación continua. Inmensos laboratorios de experimentación genética producen seres alfa destinados a gobernar la sociedad y menos beta servidores de los primeros. Un megaestado mundial se ocupa a través de sus controladores, estratégicamente dispersos por el planeta que la disidencia no existe y el orden desigual y opresivo se perpetúe.

Huxley contrapone a esta civilización capitalista con la periferia salvaje en la que seres marginados sobreviven sometidos a los alfa dominantes.

Si reflexionamos acerca de la sociedades de las que somos contemporáneos podemos observar que muchos de los dilemas planteados por Huxley mantienen su vigencia: la persistente desigualdad económica y social, la dominación de las tecnoburocracias, la creciente tendencia al control de las acciones individuales y el permanente ataque a las acciones colectivas solidarias, son algunos ejemplos de esto.

En la sociedad que describe Huxley el soma, una sustancia química que compulsivamente deben ingerir los habitantes, estimula una falsa sensación de bienestar, que impide todo cuestionamiento al orden establecido jerárquico y expoliador. Unos pocos detentan el poder real y los muchos obedecen pasivamente.

En el presente, continuamente nos explican que este sistema que nos imponen garantiza la equidad, bien sabemos que son falacias al servicio de un esquema perverso.

El observar multitudes avalando comportamientos aberrantes contra niños y nujeres debería impulsar a la rebeldía colectiva pero en sentido opuesto, no sólo cuestionando el patriarcalismo, sino impulsando formas de relaciones sociales que destierren para siempre esas prácticas.

Largo es el camino a transitar para transformar las sociedades basadas en principios de solidaridad social, justicia y libertad. Pero libertad para las personas y no para el tránsito de mercancías. Pues el sistema vigente como se viene señalando hace dos siglos todo lo transforma en valores de cambio.

Carlos A. Solero

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