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Lunes, 5 de marzo de 2012

CORREO

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Docente

Soy docente. Mi trabajo es enseñar, y lograr que los chicos aprendan. Claro que para poder abocarme a esta noble tarea, desarrollo algunas otras colaterales. Intento que los niños convivan en los recreos, que no se peleen, que descubran un sentido a todo lo que la escuela ofrece, que puedan proyectarse en el futuro a pesar de los pesares del presente. Intervengo cuando por causas diversas faltan a la escuela: si no tienen zapatillas, las busco. Si les faltan los lápices, los compro. Si no tienen libros, saco las fotocopias. Si lloran, busco palabras que consuelan. Organizo, vendo y compro rifas para la cooperadora, organismo que sostiene a nuestro viejo edificio. También preparo comidas para la feria de platos los días de actos patrios. Con lo recaudado se arreglarán vidrios y se cambiarán lamparitas para poder enseñar mejor.

Por supuesto que además de hacer comidas, preparo los numeritos para el acto: ensayo, invento guiones de obras de teatro, donde participen todos y con poco texto, por si ese día el micrófono no anda.

Humildemente, intento que el mandato social se cumpla y "educar al soberano". Muchas veces escucho decir que será la educación la que cure todos los males sociales. Aun así, no creo que mi trabajo sea más loable que otros.

Trabajo cuatro horas y media en Primaria, adentro de la escuela. Algunos días mi horario de salida se alarga porque a algún niño no vinieron a buscarlo. Más de una vez me llevo la escuela a mi hogar, a mis sueños, a mis charlas en familia, al café con los amigos. Por eso me cuesta demasiado sacar el cálculo de cuántas son mis horas extras.

Como soy bastante antigua, me corresponden cuarenta y cinco días de licencia anual ordinaria. Nunca gocé de tres meses de vacaciones. Vi empezar veinticinco ciclos lectivos. No me olvidaré nunca del 2007, el año que asesinaron a Carlos Fuentealba.

Los padres de mis alumnos siempre fueron empleados, obreros, changarines, y desocupados. Porque siempre elegí escuelas públicas de barrio. Más de una vez intentaron enfrentarnos pero creo que, afortunadamente, no lo lograron.

Mi salario es el dinero que recibo a cambio de mi trabajo. El precio lo pone el gobierno. Este año las cifras para el maestro que recién se inicia oscilan entre 2.800, 3.200 o 4.025, de acuerdo a la provincia en la que deba desempeñar su cargo.

Si el salario indica el valor del trabajo, pareciera que el trabajo de un maestro no vale tanto. Al menos no tanto como el de un legislador que gana diez veces más y que recibió el cien por ciento de aumento en su dieta. Su dieta ha de ser bastante más balanceada que la mía.

Betty Jouve

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