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Viernes, 1 de abril de 2016

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Sin inmutarse, fiel a su estilo de "dama de hierro" la Primera Ministra británica Margaret Tatcher, quien falleció el 8 de abril de 2013 anunció luego de haber derrotado a los mineros que mantuvieron una prolongada huelga que "la sociedad había muerto".

Sin la lucidez del filósofo Friedrich Nietzsche que anunció irónicamente en su célebre Así hablaba Zarathustra la muerte de Dios y la emergencia de nuevos ídolos que las multitudes adorarían en los tiempos venideros tales como el Estado. La Baronesa Tatcher, hija de un tendero y portaestandarte del neoliberalismo como etapa superior del capitalismo, se emparentaba más bien con el canciller Otto Von Bismarck quien unificó Alemania, tras su triunfo en la guerra franco-prusiana y el aplastamiento de la Comuna de París en 1871.

A diferencia de Bismarck, Tatcher descreía de la seguridad social para los trabajadores e indigentes, la salud pública y otras conquistas que proletariado logró tras arduas y cruentas batallas contra la burguesía. Pero, al igual que "el canciller de hierro", abominaba las organizaciones obreras revolucionarias y exaltaba el individualismo egoísta. Ambos coincidieron en considerar al estado como una maquinaria de guerra al servicio del capital-mercancía.

Por cierto unos y otros tuvieron sus émulos de este lado del Océano Atlántico. Bismarck se reencarnó en los generales Getulio Vargas fundador del Estado Novo en Brasil y Juan Domingo Perón en la Argentina. Margaret Tatcher tuvo sus discípulos en los dictadores latinoamericanos Augusto Pinochet, Jorge R. Videla, Roberto Viola, Leopoldo Galtieri, Alberto Fujimori, Carlos Menem. También los tiene ahora a veces camuflados de populistas pero aplicando el libreto del libre mercado y otras abiertamente conservadores como los hacedores de ajustes draconianos que generan tarifazos en los servicios públicos y despidos masivos de trabajadoras y trabajadores lanzados a la precarización laboral.

El capitalismo, como ya lo señalaron con acierto Karl Marx y Mijail Bakunin resuelve sus crisis destruyendo fuerzas productivas, incluida la fuerza de trabajo en guerras externas o intestinas.

Ante este desolador panorama no cabe mas que autoorganizar la solidaridad y la resistencia de la mujeres y hombres de a pie que obtenemos nuestro sustento cotidiano vendiendo nuestra fuerza de trabajo, dejando cada día retazos de nuestra humanidad.

Carlos A. Solero

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