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Jueves, 15 de junio de 2006

PSICOLOGíA

Los equívocos de la sexualidad y lo que sabe el psicoanálisis

Invitado por el Colegio de Psicólogos de Rosario y Homo Sapiens Libros el autor de la nota dictará una Conferencia sobre "Goce y Memoria". Braunstein es un argentino residente en México.

 Por Néstor Braunstein*

Muchos puntos de partida posibles compiten entre sí y me dejan perplejo en el momento de comenzar a escribir sobre este tema, rico como es en malentendidos. Hay que elegir, hay que equivocarse, hay que perder. Podría comenzar por remontarme a la mitología, o a la cronología de las elaboraciones de Freud, o a las modificaciones impuestas en el dicho de Fred por la recuperación de su decir en la enseñanza de Lacan o regresar a puntos elaborados en el capítulo anterior, o tomar alguna referencia literaria, filoso﷓filosófica o cinematográfica. Hay que apostar y tratar de entretejer estos comienzos posibles.

Escojo así un breve epígrafe de Lacan que nos sumerge en nuestro asunto: "Que el acto genital en efecto tenga que encontrar su lugar en la articulación inconsciente del deseo, he ahí el descubrimiento del análisis". Que puede completarse con este otro: "Si el reconocimiento de la posición sexual del sujeto no está ligada al aparato simbólico, el análisis, el freudismo, no tienen sino que desaparecer pues no quieren decir absolutamente nada. El sujeto encuentra su lugar en un aparato simbólico preformado que instaura la ley en la sexualidad. Y esta ley sólo permite al sujeto que realice su sexualidad en el plano simbólico. Es eso lo que quiere decir el Edipo, y si el análisis no supiese eso, no habría descubierto absolutamente nada".

Todos podemos constatar que cuando, hace un siglo, al abordar este tema en 1905, debía Freud comenzar por demostrar que, contrariamente a la opinión popular y al saber de la época, la sexualidad estaba presente mucho más allá del campo restringido en donde se la encerraba, esto es, en el adulto y en torno de la cópula y la función de la reproducción, hoy, en un nuevo siglo, nos vemos obligados a un movimiento inverso, a restringir y cuestionar la ideología que ve a la sexualidad y sus símbolos anegando todas las tierras. En nuestros tiempos, afirmar el sentido sexual de una manifestación subjetiva es formular una obviedad que a nadie sorprende (ni puede interesar). Es un efecto paradójico del éxito del psicoanálisis que ha marcado a la modernidad con sus tesis provocando de tal modo un nuevo cierre del inconsciente. La mística de la represión ha sido sustituida por una nueva mística, de la liberación y la actuación de los impulsos ahora, ya, que sostiene la misma anterior represión. Pues, y ésa es la utilidad de los dos epígrafes, no se trata de la mitificación de un tendencia natural a la satisfacción entendida como "goce" sino de demostrar los modos en que "el aparato simbólico" es el organizador de la sexualidad de hombres y mujeres, de hablentes, para usar el término que no prejuzga. Es también, ese rico aparato lenguajero, el que puede esgrimirse para mantener a la sexualidad bajo la férula de ideologías perimidas.

Es una cuestión quizá más fácil de entender que de articular de modo comprensible porque hay que sostener a la vez dos tesis contradictorias en apariencia. Freud mismo no fue ajeno a la dificultad que puede apreciarse en el párrafo final del prólogo de 1920 a sus Tres ensayos de teoría sexual donde sostiene que la mayor fuente de resistencias al psicoanálisis procede de su "insistencia en la importancia de la vida sexual para todas las actividades humanas" (el destacado es mío) a la vez que califica como "disparatado reproche" al pansexualismo atribuido al psicoanálisis.

Con lo que hemos avanzado en los dos capítulos anteriores podemos levantar la dificultad de esta afirmación y negación simultáneas. Se trata, no del pansexualismo de la teoría sino del falocentrismo que habría evidenciado la clínica psicoanalítica, y que indicaría que todo el campo del lenguajey por lo tanto de la cultura está marcado por esta función de la castración, límite del goce, condición del goce accesible a los hablentes, navaja que corta y separa a los goces del ser del significante y del Otro así como a los goces de los hombres y de las mujeres. Allí la sexualidad no es la causa ni el principio explicativo puesto en juego por el análisis sino el efecto, la consecuencia de un posicionamiento exigido a todos los usuarios de la palabra con relación a la castración, reguladora de los intercambios, condición del discurso como vínculo social. Queda la cuestión de saber si el psicoanálisis puede ser el camino para pensar y para llegar "más allá de la castración" en nuevas y distintas circunstancias históricas, cuando los discursos tradicionalistas han sido de hecho rebasados por otras formaciones discursivas que impugnan las soluciones universales y plantean, de acuerdo con la letra y el espíritu del descubrimiento freudiano, la consideración individual de los casos.

* Fragmento del capítulo 3 "Goce y sexualidad" del libro "El goce, un concepto lacaniano".

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Que el acto genital tenga su lugar en el inconsciente del deseo, es lo que sabe el psicoanálisis. Freud tuvo que demostrar que la sexualidad estaba presente mucho más allá de lo que se creía.
 
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