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Jueves, 24 de marzo de 2016

PSICOLOGíA › ACERCA DE LA NATURALEZA AMOROSA DE LA MUJER, SU GéNESIS Y SU EXPRESIóN

Las que se conmueven consigo mismas

El autor reflexiona sobre cómo se aman las mujeres
narcisistas a sí mismas a través del amor del otro.
Es lo que suele llamarse "amar el amor".

 Por Luciano Lutereau *

En una célebre novela escrita a cuatro manos (por A. Bioy Casares y Silvina Ocampo), con el inquietante título Los que aman, odian (1949) se afirma lo siguiente: "Hay todavía un tratado por escribir sobre el llanto de las mujeres; lo que uno cree una expresión de ternura es a veces una expresión de odio, y las más sinceras lágrimas suelen ser derramadas por mujeres que sólo se conmueven ante sí mismas".

Si esta frase hubiera sido suscrita por un varón, seguramente sería tildado de machista, patriarcal, y otras gentilezas del feminismo acrítico. Es lo que podría ocurrirle a Freud, si recordáramos una sentencia de su ensayo Introducción del narcisismo (1914):

"Con el desarrollo puberal, por la conformación de los órganos sexuales femeninos hasta entonces latentes, parece sobrevenirle un acrecimiento del narcisismo originario; ese aumento es desfavorable a la constitución de un objeto de amor en toda la regla, dotado de sobrestimación sexual. En particular, cuando el desarrollo la hace hermosa, se establece en ella una complacencia consigo misma que la resarce de la atrofia que la sociedad le impone en materia de elección de objeto".

Desde un punto de vista general podría acusarse la posición freudiana de "prejuiciosa" o "retrógrada"; pero esto sólo ocurre cuando los enunciados de Freud se leen de manera literal y no se presta atención a lo que dice "entrelíneas". El inventor del psicoanálisis no sostiene la diferencia entre hombres y mujeres a partir de especificaciones biológicas, sino respecto del modo en que la sociedad ofrece caminos para la realización simbólica de lo sexual. La "mujer amante" (de acuerdo con el título de una célebre canción popular) no es algo "bien visto" y es para los hombres que se establecen vías para la puesta a prueba de la masculinidad. Ser hombre es un simple ejercicio de exposición; ante el fracaso, se es un hombre atrofiado (el "maricón" con que se regodean los adolescentes). Para las mujeres esta bivalencia no corre, de ahí que puedan encontrar también una mayor compensación en la singularidad. Si para el varón la "masa" (en el sentido freudiano de la agrupación por identificación horizontal) es el modelo del grupo, para las muchachas cuenta una mayor tolerancia ante la diferencia. En cierta medida, que una mujer no se apoye en vías simbólicas para demostrar su feminidad no es simplemente una "atrofia".

Por lo tanto, de la observación de Freud se desprenden dos consideraciones: por un lado, el desarrollo puberal implica un acrecentamiento de libido yoica que el aparato psíquico debe realizar un esfuerzo por elaborar; así quedan motivadas ciertas angustias hipocondríacas que muchas veces se advierten en los jóvenes y que no deben confundirse con lo que actualmente se llaman "ataques de pánico" (y que Freud llamaba "neurosis actuales"). Por otro lado, el varón y la muchacha tienen vías diferentes para realizar este cometido: para el primero, la puesta a prueba de la potencia es la vía privilegiada. Ya sea a través de la competencia fálica, pero también a partir del enamoramiento (con el consecuente empobrecimiento yoico). Desde el punto de vista freudiano, este tipo de elección amorosa es privativa del varón o, mejor dicho, el enamoramiento es un tipo de elección por la vía fálica, esto es, que sitúa en el otro la causa de la consistencia del yo. De ahí el particular desvalimiento que vive el enamorado.

Para la muchacha, en cambio, es la complacencia en el propio cuerpo la vía para poder domesticar algo de ese exceso libidinal; y, en todo caso, el partenaire ocupa más bien un lugar de confirmación de ese amor. A esto se refiere Freud cuando sostiene que, para el tipo de mujer narcisista, "su necesidad no se sacia amando, sino siendo amadas, y se prendan del hombre que les colma esa necesidad". Dicho de otra manera, las mujeres narcisistas se aman a sí mismas a través del amor del otro. Es lo que suele llamarse "amar el amor", conocido fenómeno propio de la adolescencia; y, para algunas mujeres, condición erótica de toda la vida.

*Doctor en Filosofía y magíster en Psicoanálisis, UBA. Docente e investigador. Libros: "Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante" y "La verdad del amo".

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El enamoramiento arranca desde la complacencia en el cuerpo.
 
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