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Lunes, 13 de octubre de 2008

OPINIóN › SIETE DIAS EN LA CIUDAD

Rosario y la provincia en paralelo

Era parte de uno de los mensajes de la campaña del socialismo en las últimas elecciones. Hoy es una realidad y esa realidad ha demostrado traer conflictos no esperados. De la pericia de un conjunto de hombres y mujeres que se prepararon durante años para eso, dependerá la resolución de los problemas.

 Por Leo Ricciardino

La que pasó no fue una buena semana para el socialismo en general. En la provincia, se sabe, el partido del gobierno no logró los acuerdos necesarios para impulsar la primera transformación importante desde que arrancó la gestión en diciembre pasado, al naufragar el proyecto oficial de Reforma Tributaria. El peronismo en el Senado aplicó su mayoría y no sólo le puso fin a las aspiraciones del oficialismo, sino que se sintió revivir políticamente, lo que es más gravitante aún.

Mientras eso pasaba, en la administración local el intendente Miguel Lifschitz mantenía su duelo propio con el paro de los municipales que fue en toda la provincia, pero que se sintió con particular intensidad en las grandes ciudades, entre ellas Rosario, por supuesto. Y en medio de ese escenario belicoso, el presidente del Concejo Miguel Zamarini recibe nada más y nada menos que al ex intendente Héctor Cavallero: Un "enemigo" nunca indultado por el PS tras la ruptura de hace más de una década. Encima, el hombre venía de durísimas críticas hacia la administración municipal, señalando que la ciudad estaba en "bancarrota como nunca". Dicho sea de una vez, Cavallero nunca criticó a Binner con la dureza que lo hizo desde un principio hacia Lifschitz. Vaya uno a saber qué antiguas cuitas socialistas determinan la cuestión, pero así es.

Fue Horacio Ghirardi, el secretario de Gobierno, el encargado de criticar públicamente a Zamarini por su actitud: "O fue sorprendido en su buena fe o tuvo mala intención", le dijo. Zamarini puso paños fríos y aseguró que como presidente del Concejo recibía "a todo el mundo, es mi obligación", afirmó. En rigor, Zamarini no fue sorprendido en su buena fe por Cavallero ni tuvo mala intención. Simplemente, no es ingenuo y sí tuvo intención política de provocar un hecho. Y ese hecho pasa por liberar un poco de presión ante un Ejecutivo que lo ignora cada vez que puede. Vale recordar que ya el verano pasado Lifschitz le había dicho que había tenido "un golpe de calor", cuando Zamarini criticó al intendente porque no daba respuestas a los reclamos que cursaban los concejales -aún los del socialismo- tras las maratónicas sesiones en los distintos distritos municipales.

El presidente del Concejo tiene otro problema aparte de su relación con el intendente y es que entiende que tiene más rango, experiencia e historia dentro del socialismo que Ghirardi para aspirar en un futuro a una candidatura para el Palacio de los Leones. Y en ese entendimiento, es que se verán sin duda otros capítulos de explícito contenido político.

Como sea, la inédita experiencia del PS de gobernar en simultáneo Rosario y la provincia está produciendo reacomodamientos en todos los órdenes. Las piezas se mueven, los lugares se ocupan y los conflictos aparecen. Cómo manejar el proceso es, precisamente, la clave para determinar la madurez política de un grupo de hombres y mujeres que caminan juntos desde hace muchos años y que se han estado preparando para esto desde hace mucho tiempo.

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