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Lunes, 14 de julio de 2014

OPINIóN › SIETE DíAS EN LA CIUDAD

No hay consuelo

Tiene razón Mascherano. No hay consuelo cuando se pierde una final, pero sí puede haber orgullo y satisfacción. Y sobre todo puede haberlo para una ciudad que se pegó en este mundial a sus jóvenes glorias como no había pasado antes. Todo lo que aprendimos en esta Copa del Mundo.

 Por Leo Ricciardino

"No hay consuelo. Este dolor quedará por siempre". Nuevamente Mascherano fue el mejor. En este caso para describir el momento, para ponerle palabras a lo que sentía el equipo, pero también el país entero. Este mundial fue muy significativo para Rosario, especialmente porque a medida que avanzaba la selección de Sabella en la copa, la ciudad iba descubriendo y homenajeando a los hombres que se hacían cada vez más grandes con la celeste y blanca. Porque hay que ser francos, el Pocho Lavezzi era conocido por los futboleros y un poco más allá, sólo de nombre. Pero no estaba instalado en el imaginario rosarino como uno de sus hijos dilectos, por más que haya nacido en Villa Gobernador Gálvez. Lo mismo le cabe a Garay, popular entre los hinchas de Newell`s y el ambiente del fútbol, pero ajeno para la mayoría. Otra cosa, por supuesto, ya eran Messi, Di María y Mascherano; íntimamente ligados a Rosario desde hace muchos años, más populares aquí. Más famosos y con reconocimientos.

Pero nos quedará, no como consuelo, sino como datos que suman a una biografía, el perfil del Flaco Di María y su barra de la calle Perdriel. Fue en este mundial que nos enteramos que entre los amigos hasta compartían un tatuaje con el crack para sellar su hermandad más allá del tiempo y las distancias. No nos vamos a olvidar tan fácil de la alegría de esos pibes a los que Angelito le pagó un vuelo charter para que puedan estar en la final del Maracaná.

Nos va a quedar también el mural de Rubén Pérez Barrio y los chicos de El Torito, el club donde el mismo Di María hizo sus primeros pases. También en este mundial nos enteramos de que pasó a Rosario Central por una docena de pelotas para el pequeño club de zona norte.

A Mascherano ya lo conocían todos, su origen, su casa en San Lorenzo. Pero no habíamos escuchado en tantos medios la voz de su viejo, que charlando con los medios terminó de dar una idea más acabada de dónde provenía esa legendaria garra del mediocampista de la selección.

Justo en la edición del domingo, Rosario/12 pudo conseguir y publicar las fichas de todos estos pibes en la Rosarina. Incluido De Michelis. Antes de ese mundial sólo habíamos visto esas caritas de potrero reflejadas en el rostro de la Pulga Messi, cuyas jugadas en VHS con la rojinegra ya dieron la vuelta al mundo varias veces. Pero menos sabíamos de todos los otros, los que son grandes jugadores, pero no accedieron a la categoría de superdotado que sólo se reserva para él y otro más en toda la historia del fútbol internacional.

También en este Mundial aprendimos que las penas y las alegrías tienen que ver con momentos. Que la grandeza implica sacrificio y que ese sacrificio a veces no alcanza. Como a veces no alcanza el amor o la muerte. Que perder es un drama contenido, acotado, por más inmenso que sea. Que las actitudes de la cancha pueden trasladarse a otros ámbitos de la vida, que a cada uno de los que conocemos podemos pedirle mucho, pero siempre de acuerdo a lo que realmente es. Y no se entrena para ser Mascherano, se nace Mascherano o no. Por eso también aprendimos, parece, a no pedirle a Messi cosas que no puede hacer por más genio que sea. Y que eso no lo disminuye o no lo hace menos argentino o menos rosarino. Aprendimos que el éxito, por más inmenso y brillante que sea, también es acotado, momentáneo.

Aprendimos de Sabella que hay que tener paciencia para los procesos. Que hay que persistir en la idea, que el oportunismo sólo obtiene réditos al corto plazo. Que perder no es una elección, sino una posibilidad latente.

Rosario anoche salió igual a festejar, porque podía celebrar el orgullo que sentía por sus muchachos en la selección. Y por eso mismo sueña que ese recibimiento especial que se anunció desde la Municipalidad se concrete apenas se pueda. Porque la ciudad tiene esa obligación con este grupo de jugadores y ellos también merecen una oportunidad de devolver tanta admiración, tanto pibe con los ojos puestos en la pelota gracias a ellos. Se escuchó mucho en esta copa del mundo la frase "a mí lo que más me duele es ver llorar a los pibes". Y se dijo mucho con las sonoras derrotas de la selección brasileña que -con lógica del folklore futbolero- supimos festejar los argentinos como ellos celebraron ayer la victoria de quién había sido su peor verdugo.

El llanto de los pibes duele, pero es parte de ese aprendizaje. Cualquiera de los jugadores de Argentina que ayer lloraron en el Maracaná ya habrán llorado en otras canchas. Cuando jugaban en las inferiores, en canchas de Rosario y de Europa. El llanto no desaparece, pero hay un aprendizaje en la derrota.

También aprendimos en este Mundial que el destino de nuestro país está lejos de un resultado. Que también es un proceso largo con victorias y derrotas, que hay que persistir en una idea. Que se puede ganar en una cancha pero perder en la calles, como en el '78. Que no estuvo mal festejar aquella vez tampoco, porque sólo se festejaba una copa, no todo lo que estaba pasando. En este mundial aprendimos a separar. "El pueblo se merece una alegría", pero no porque estemos atravesando un período de tristeza social, sino porque siempre "el pueblo se merece una alegría".

Esta es habitualmente una columna que refleja los acontecimientos políticos y sociales más destacados de esta ciudad y de la provincia, cada semana. Por eso se llama "Siete días en la ciudad" y la verdad es que en Rosario al menos, y en la provincia también, fue muy difícil encontrar alguna otra cosa que no tenga que ver con la selección argentina. La Copa del Mundo iba ganando espacio en todos los órdenes a medida que la selección pasaba a instancias cada vez más decisivas.

Por eso las infinitas gracias a todos los periodistas deportivos y los futboleros de corazón que nos han escuchado durante todos estos días hablar y escribir de fútbol a los que nunca lo hacemos, a los que entendemos poco y nada del juego. A los que no somos fanáticos y que seguramente en unos días más volvamos nuestra mirada hacia otras cosas. Pero crean realmente que se disfrutó, como se disfruta lo compartido, los mismos códigos, lo sobreentendido. No hay consuelo, pero sí una gran satisfacción que, como siempre, no durará demasidado.

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