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Domingo, 1 de abril de 2007

OPINIóN › PANORAMA POLITICO

La última vez...

 Por Pablo Feldman

La impiadosa lluvia de la semana que pasó, hizo estragos en 60 localidades de la provincia. En principio, Rosario apareció como la zona más comprometida, pero con el correr de las horas, la topografía de la capital provincial se encargó de embalsar el agua que caía de cielo, y provocar la angustia de los habitantes de la ciudad. El anillo de contención que no estaba cerrado y provocó la tragedia del 2003, esta vez "jugó en contra" ya que no permitía el escurrido del agua, cual si fuera un plato de sopa. Para colmo, las dificultades en la instalación de las bombas extractoras -que sacaban menos cantidad de agua que la que seguía cayendo-, revelan la necesidad de diseñar nuevas políticas para afrontar estas contingencias.

La problemática es más vasta que la que describe la acotada visión de los expertos en ingeniería hídrica.

Como mínimo es necesario integrar equipos multidisciplinarios en los que no pueden faltar -además de los ingenieros citados- geólogos y meteorólogos, como sucede en los países más avanzados en estos temas. Precisamente son esos científicos los que han modificado el concepto del cálculo; abandonando los "promedios" para trabajar sobre los extremos. Sin ir más lejos, por estos días, la vicegobernadora María Eugenia Bielsa -que estuvo al frente del comité de crisis hasta el retorno de Jorge Obeid de Venezuela- insistía en la necesidad de "repensar todos los cálculos tomando como parámetros estos números excepcionales". Ciertamente, los 487 milímetros caídos en Rosario son una marca que supera el récord de cuarenta años, cuando llovieron poco más de 400 en 1966. Pero hace tres meses cayeron piedras que no se vieron nunca, y hace cuatro años, desbordó el Salado -con un caudal también récord- y provocó una tragedia sin precedentes. Es evidente que no se trata de una "mala racha" atribuible a alguna fuerza o presencia extraña.

Lo inusual, extraordinario o fuera de los común, lamentablemente se está incorporando a la vida cotidiana. Y si bien la lluvia a "baldazos" durante cinco días sin parar no perdonó ni a las más modernas y lujosas construcciones, las explicaciones deberían ceder lugar a proyectos seguramente a mediano y largo plazo, pero con puesta en marcha inmediata, para evitar lo evitable. Y la presa del Ludueña es una muestra de ello. Si no se hubiera completado la obra -que demoró inexplicablemente más de una década- a esta hora los evacuados se multiplicarían por miles en Rosario, y la cuestión sanitaria que está controlada sería tan delicada como la de 1986, cuando también en vísperas de las Pascua, se desbordó el arroyo y arrasó con Empalme Graneros.

Se podría decir que "no sobró nada" en el Ludueña, y que los vecinos estuvieron en vigilia con los ojos clavados en las aguas con el shopping El Portal como telón de fondo. Y no porque la obra del Ludueña -concretada durante el primer gobierno de Carlos Reutemann- tuviera falencias, sino porque las canalizaciones complementarias no se hicieron correlativamente.

Leonildo Foresto, un histórico de NUMAIN -Nunca más Inundaciones, fundada por Virgiliio Otone- le dijo a Rosario/12 que "en el canal Ibarlucea lo único que hay que hacer es ensanchar la zanja", en una simplificación que debe tomarse como una descripción de lo sencilla que es la obra que debería completarse.

El pasado que vuelve

"Las imágenes del éxodo del 29 de abril de 2003 se repitieron ayer como si el tiempo se hubiera detenido en sino trágico de Santa Fe. Un hormiguero de personas se hizo visible para el resto de la ciudad. Más de 15 mil santafesinos tuvieron que abandonar sus viviendas en los barrios del cordón oeste, los mismos que hace 4 años padecieron la catástrofe del Salado que dejó 23 muertos y más de 100 mil personas en el desamparo", relató ayer la crónica de Juan Carlos Tizziani, y una recorrida por el archivo del diario permite ver que hasta utilizó los mismos términos que en sus relatos que coincidieron con la primera vuelta de los comicios que terminaron depositando a Néstor Kirchner en la Casa Rosada, después de que Carlos Menem desertara.

Pero esta vez la respuesta fue diferente. "Y como para que no lo fuera, después del 2003 nadie quiere arriesgar más", dijo a este cronista un funcionario que llegó desde la Capital Federal en la delegación que envió el Presidente Kirchner. Desde ya que el ingreso aluvional del desborde del Salado fue incomparable con la suba paulatina del agua de lluvia estancada. Pero es justo decir que la crecida del Salado se anunció a lo largo de semanas y más allá de que Carlos Reutemann insitiera por entonces en que "nadie me avisó", un río de llanura "avisa". Y ese aviso no fue tenido en cuenta.

Con más sentido común que información precisa, el intendente de la capital, Martín Balbarrey, declaró el "alerta rojo" de la zona oeste de la ciudad y ordenó la "evacuación preventiva" provocando un éxodo que podría alcanzar a más de 20 mil personas. Y si bien hay denuncias de vecinos de falta de asistencia y un lógico malestar producto de las pérdidas sobre todo en sectores con poca posibilidad de recuperación, la asistencia y sobre todo la presencia de los funcionarios locales, provinciales y nacionales marcó una clara diferencia con el pasado. Allá por el 2003 hubo 48 horas en las que nadie aparecía, especialmente en la ciudad de Santa Fe.

En esta oportunidad, primero la vicegobernadora y apenas llegó el propio Obeid recorrieron las zonas afectadas y visitaron centros de evacuados, afrontando los riesgos de algún reproche subido de tono. Y así debe ser, lo mismo hizo en Rosario Miguel Lifschitz en medio de una situación bastante más aliviada.

Prudentemente los candidatos pospusieron sus agendas, le pidieron al Gobernador una postergación -lógica por otra parte- para el cierre de listas, y evitaron montarse a una ola de solidaridad genuina, que en sus casos hubiera sido inoportuna.

"Las situaciones adversas son las que te permiten medir a las personas, es como los jugadores, vos sabes quienes son realmente cuando pierden y ves como reaccionan" teorizó el funcionario nacional, con buen tino y remitiendo a situaciones vividas en los días que pasaron.

La cartera educativa, por ejemplo, logró sacar adelante el acuerdo con los docentes -casi sin modificar la propuesta inicial- y se diluyó entre la lluvia y las falencias edilicias de un centenar de escuelas que debieron suspender las clases muchas de ellas en zonas en las que el agua no era un problema. El "caso testigo" es el Complejo Gurruchaga, que pasó el verano en refacciones, y a la primera lluvia -para colmo tremenda- tenía las paredes electrificadas, los baños tapados, y los techos perforados. La movilización de los padres, reflejada por los medios, dio -casualmente- que se otorgara un subsidio inmediato de 30 mil pesos para las membranas y se avanzara en dejar el colegio en condiciones hasta que se mude a un nuevo edificio. Por lo que refieren los cooperadores de diferentes escuelas, "no es mucho dinero el que hace falta" y francamente cabe preguntarse cuál es el logro de superavit si "se llueven" las escuelas públicas, y el "chorro" de subsidios que fluye para las privadas no se suspende por mal tiempo.

Si el tiempo ayuda, las cosas van a empezar a mejorar. Pero hay que "ayudar" al tiempo. Una vez más, el aspecto más saliente ha sido el espíritu solidario de quienes acercaron ropa, pañales o comida a los centros de evacuados, y el trabajo sin descanso de todos los efectores de salud pública, asistencia social, cultura, seguridad y demás áreas.

A partir de mañana, comienza el retorno a los hogares, y después de lo que pasó, especialmente en la ciudad de Santa Fe, sería bueno que se pudiera hacer con el firme compromiso de que esta sí, fue la última vez.

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