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Domingo, 4 de noviembre de 2007

CIUDAD › ROSARIO/12 EN UNA CHARLA A FONDO CON PELO DURO

"Yo no me creo famoso y sé que lo que hice estuvo mal"

Es el delincuente juvenil más conocido de la ciudad y su aspecto angelical contrasta decididamente con sus antecedentes violentos. Llegó a tirotearse con la policía pero jura que "no maté a nadie". Las drogas y los robos.

 Por Alicia Simeoni

Carlos F. tiene sólo 16 años y una vida con muchísimas acusaciones -algunas probadas, otras no- de tener al robo y la violencia como casi la exclusiva forma de relacionarse con los demás, de obtener aquello que la conjunción entre deseo y necesidad le demandan, tal como les ocurre a los demás adolescentes. En los últimos tiempos se convirtió en un "famoso" al que se conoce como Pelo Duro, un apodo inocente y de entrecasa que se transformó en invocación demoníaca no sólo entre quienes resultaron víctimas de sus acciones. También fue de utilidad para justificar más y más los dichos recurrentes y superficiales acerca de que los menores 'entran por una puerta y salen por otra' y que no hay 'arreglo' ni 'solución' para ellos como simplificación extrema para referir las situaciones más lacerantes que todavía arrastra el país, entre ellas el de una buena parte de su niñez. Carlos está desde hace 5 meses en el depósito de chicos al que se llama Instituto de Recuperación del Adolescente Rosario (IRAR) ubicado en Cullen y Saavedra donde Rosario/12 lo visitó. Sin nada para hacer, Carlos, como los otros niños y adolescentes, pasa casi todo el día tirado en la cama, ejercitando el ocio que se torna agresivo con solamente el techo o las novelas por mirar. No hay actividades formativas ni recreativas, tampoco atenciones que desde lo profesional e interdisciplinario apunten a la construcción personal de nuevas maneras de mirar, hablar y pensar en los demás. Es la propia institucionalización de la violencia, más fuerte aún que otras que vivieron, porque es la que no los concibe como personas y pasa por encima de toda legislación protectiva. Sin duda pensar en la necesidad de que los chicos como C.F. encuentren otra forma de establecer vínculos en el contexto social obliga a imaginar el contrasentido que significa un número de entre 48 y 52 jóvenes encerrados y sin ninguna propuesta que movilice nuevas formas, más humanas y constructivas, de percibir e interactuar con el mundo exterior.

Carlos entra tranquilo. Saluda con un beso a la cronista de este diario en el corredor ancho hacia el que convergen distintos sectores del IRAR y que se asignó como lugar de encuentro después que el juzgado de Menores Nº 4 dio la autorización correspondiente. No es alto y sí delgado, da la impresión de tener menos años que sus 16. Se sienta, tiene algo de curiosidad acerca de por qué Rosario/12 está allí aunque se lo habían explicado y también pedido su consentimiento. ﷓Para escucharte, se le responde. La charla se hace más fluida por momentos pero él mantiene casi constante el tono bajo de su voz. Fueron casi dos horas en las que nunca sonrió, fue amable y rara vez utilizó algo del lenguaje tumbero. De tanto en tanto algún guardia del Servicio Penitenciario provincial pasaba por el corredor en busca de algún chico; una facilitadora escolar fue y volvió varias veces con un adolescente más alto, a quien le dicen Boni, desde el aula radial. Allí, en ese lugar, hay en el momento sólo dos internos. "Las dificultades de convivencia hacen que no se puedan juntar quienes están en distintos sectores, se enfrentan, se pelean", explica la gente del SPP. Está claro que ese personal no está preparado ni formado para estar en el lugar que se intervino con un decreto del gobernador Jorge Obeid y que dispuso la acción de esos hombres hace más de 6 meses. Ahora la presencia de los penitenciarios tiene una prórroga hasta el 24 de enero. Durante este período la conducción es compartida con la Dirección Provincial del Menor en Conflicto con la Ley Penal.

Carlos F. tiene en su corta vida muchos hechos que violentaron la ley, la mayoría cometidos cuando tenía menos de los 16 y encuadraba en la no punibilidad. Pasó por el tétrico Centro de Atención Transitoria (CAT) que estaba en calle Dorrego al 900, y que fue cerrado después de un escándalo por abusos y de la visita de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación a pedido de distintas organizaciones no gubernamentales, entre ellas la Coordinadora de Trabajo Carcelario.

-¿Por qué todos esos hechos...No tenés miedo?

-Para comprarme las cosas que quiero y que necesito, zapatillas, otras...Y no, cuando uno tiene pastillas encima no tiene miedo.

-¿Qué pastillas...?

-Rivotril, cuestan un peso cada una.

Carlos agrega, rápido, que se compran en la calle y que llegó a ingerir una tableta de 10 en un solo día. Antes del Rivotril, desde los 13 o 14, fue marihuana, "nunca pegamento", dice e insiste en la negación con su cabeza. No tiene que explicar más: Para esos consumos necesitó dinero.

"Yo soy un ser humano como cualquier otro", dice de pronto. -¿Y por qué lo aclarás?. "Porque me sacan en la tele, corte que maté al presidente..Yo no maté a nadie. Me da bronca que digan cosas que no son ciertas, no saben nada. Dijeron que me agarré a tiros con la policía con una 9 milímetros, no es cierto". Del último hecho de violencia Carlos tiene una enorme marca en su pierna izquierda donde recibió balazos y debió ser operado. La cicatriz, seguro, no está sólo en sus músculos.

-Hace daño y te hace daño lo que hacés...

-Sí, no lo quiero hacer más, quiero salir y trabajar, que el juez (Juan José) Carmona me dé una oportunidad ahora que sé hacer algunas cosas.

Carlos F. concurre un par de veces a la semana a Casa del Adolescente, otra institución provincial. Allí participa de talleres y le gusta ir. Hizo varios pares de sandalias a partir de la enseñanza de un zapatero y su mamá las vendió, también le regaló dos veladores para el Día de la Madre. "Sé algo de electricidad y aprendo carpintería".

-¿Qué hacés durante todo el día?

-Acá nada, me tiro en la cama y me quedo allí, mirando. En estos días no hay televisión porque el 5 y el 3 casi no se ven. No hay otra cosa. Si puedo veo las novelas, todas. ¿Si me gusta leer?. No sé, algo, los policiales de los diarios, pero no tengo nada. Libros no, no leí casi nada, algunas cosas de la Biblia.

-Tenés una linda gorra de Central... ¿Jugás al fútbol, te gusta ir a la cancha?

-Sí me gusta jugar pero no ir a la cancha. No fui nunca. Pero acá no jugamos casi nada, nos sacan una media hora y volvemos adentro. La gorra me la compré yo.

Mientras cuenta sobre la media hora afuera, en el patio o el sitio que los funcionarios del Servicio Penitenciario llaman 'campo de deportes', y es una buena cancha, se escucha un persistente ritmo de cumbia que sale del sector de enfermería, el mismo que había sido clausurado por las malas condiciones edilicias, en el que más de una vez los informes dieron cuenta que había ratas y volvió a ser habilitado. Allí se aloja Carlos con 5 compañeros más y es el único lugar en el que se escuchó música durante casi dos horas. A partir de las 11 de la noche y hasta las 7 de la mañana cada uno va a su celda: "Ahí es cuando más extraño -dice- y también cuando más quiero estar con mi mamá".

-'Hola Pelito', dice alguien desde unos metros hacia atrás. ¿Tenés un cigarro?. Carlos se da vuelta y le ofrece a un joven mayor el que se había reservado en la parte superior de su oreja pero lo conducen a que se bañe y no se acerca a buscarlo. Entonces sigue con las repuestas. "No aquí no me vio ningún psicólogo, sólo veo a una en Casa del Adolescente, pero no hablo mucho". -¿Y a la escuela, vas?. -Acá no, yo hice hasta cuarto en la Juana Elena Blanco, dejé cuando empecé a caer por robo, no hice más nada.

Carlos empezó a tatuarse el cuerpo hace poco. Como una paradoja en su brazo derecho se escribió la palabra 'padre', al parecer la figura más ausente en su vida. Además incorporó el nombre en diminutivo de su mamá y de su padrastro a quien dice que quiere mucho, que es un buen tipo, que trabaja y su madre también. Por último y más pequeño dice 'Vale' por su hermano más pequeño. Tiene 4 pero no sabe bien qué edades tienen.

A los pocos minutos da casi una clase acerca de cómo preparar el material para el tatuaje a partir de quemar tenedores con una botella plástica con agua encima. El hollín que se forma se aplica en la piel con la punta de un gancho 'clip'.

El chico que quedó ubicado en el lugar 'top' de los adolescentes con conductas transgresoras y violentas vive en la zona de La Siberia, la misma en la que casi siempre actuó aunque también registra episodios en la zona céntrica y las repetidas expresiones acerca de su madre dando cuenta que no podía con él. Así conocido, como Pelo Duro, el apodo que surgió por una situación casi doméstica, cuando un primo le pegó un chicle en la cabeza, ocupó el comentario generalizado y el sitial de un 'famoso' entre los adolescentes en conflicto con la ley. Es como que todo el mundo puede hablar sobre él. "Yo no me creo famoso, ni importante y lo que hice no está bien. Todo eso ya fue y mi mamá está esperando que yo vuelva porque quiero trabajar, quiero hacer otra cosa, no estar todo el tiempo en la esquina".

La reflexión es inevitable: quien es casi seguro que no le dará la oportunidad es la misma sociedad y de hecho el Estado ausente e indiferente, carente de las políticas públicas que den vuelta las posibilidades de tantos chicos con historias parecidas, algo para lo que es indispensable la sensibilización y movilización social. El es un auténtico emergente y canalizador de broncas y frustraciones.

Algunas voces, entre quienes trabajan con niños y adolescentes comentan las sugerencias para "terminar" con el flagelo que representan sin que se realice el más mínimo esfuerzo de bucear en las razones de las conductas que serviría para formular propuestas distintas. Entre las propuestas que se recibieron está el uso de inyecciones letales porque se asegura que "estos pibes no tienen cura y cada vez van a ser peores".

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"Cuando uno tiene pastillas encima no tiene miedo. Yo llegué a tomarme una tableta entera de Rivotril en un sólo día".
Imagen: Alberto Gentilcore
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