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Domingo, 7 de agosto de 2016

CULTURA / ESPECTáCULOS › LA APERTURA DEL LIBRO, A CARGO DEL EDITOR DE FIERRO

Del naufragio como vocación

 Por Juan Sasturain*

Pongamos, de salida, una fecha que acaso no sea precisa pero sí emblemática. En la Argentina del otoño del 82 --guerra de Malvinas con Mundial de España en grotesco, patético simultáneo, sordos ruidos de protesta y postrimerías de la Dictadura-- el sueño eterno oficinesco de la huida liberadora a una isla desierta --que Arlt, como tantas otras cosas, anticipó en casi en medio siglo-- seguía siendo una alternativa, al menos en la imaginación del alienado burócrata. Del mismo modo que eran una alternativa, en el kiosco y en la opresiva cotidianeidad, las revistas de humor que dieron lugar y espacio vital a esas fantasías. Ése es el contexto del Robinson Sosa y de la inexcusable Risario que lo hizo posible.

El medio

Un breve desvío para situar al medio. Risario fue sin duda ni exceso el acontecimiento periodístico del primer largo tramo de los ochenta en el ámbito rosarino. Como en su momento, desde otros ámbitos y desde la década anterior marcaron rumbos Hortensia y Satiricón con su cría --hasta llegar a Humo(r), modelo perdurable y largamente terminado--, en aquel momento Risario, con el antecedente próximo y más puramente jodón de La cebra a lunares, hizo periodismo en serio a partir del humor pero con rasgos propios, ya que trabajó siempre con material/personal local. Aparte y además, en el humor gráfico y la historieta, Risario fue escuela de campeones. Ahí debutaron entre otros los precocísimos Max Cachimba y El Niño Rodríguez; y ahí alcanzaron su madurez de autores integrales Manuel Aranda y El Tomi, que de ellos se trata, si vamos a hablar de Robinson Sosa y su extraña bitácora de viaje.

En síntesis, Risario, vista en perspectiva, fue una apuesta audaz y laboriosa, siempre en el límite de la supervivencia a contrapelo de la estupidez y la intransigencia institucionalizada. Fue bueno (y muy bueno) mientras duró. El último número, el del Monumento a la Bandera con forro, en la tapa, no se lo bancaron. "Y mirá si no se lo hubieran puesto", dijo uno.

Variaciones en raje

Volviendo a aquel otoño del 82 de islas irredentas y redundantes, cabe recordar que desde hacía un tiempo ya, El Señor López de Trillo y Altuna abría la puertita y se rajaba del laburo y de la gorda de entrecasa a imaginar al baño en las páginas de Humo(r). Y uno de esos primeros pires compensatorios había sido a la consabida isla, con mina incorporada. Es curioso y sintomático (habrá que ver de qué) cómo algunos de esos mismos elementos reaparecen transfigurados en la originalísima creación de Manuel y El Tomi un par de años después con un tratamiento absolutamente diferente; y resignificados.

En principio --y el dato es fundamental-- El Señor Sosa se raja en serio y recién después --creado ese ámbito/permiso que lo hace posible-- se deja y se permite imaginar. Porque si bien hay un baño inicial como espacio privado de reclusión y fantaseo que deja a la bruja atrás y detrás de la puerta, lo que sigue es el sueño realizado. Berreta, pero realizado. Y no es casual que gestos tan disímiles como los que encarnan, con la mítica isla como eje, Gauguin, el Corto Maltés o el famoso personaje de De Foe converjan --desde distintos domicilios de la fantasía-- en la fabulación de Sosa como modelos a seguir o emular. Y la alternativa que Manuel y El Tomi proponen a Sosa es sincrética: combina elementos de las tres fuentes. Veamos cómo.

En realidad, el único que elige conscientemente la isla como alternativa es el autoexiliado pintor de los cuerpos dorados; porque el marino maltés no elige, está desde ya en su propio hábitat (en última instancia, el Corto es la fantasía de vagabundeo de Pratt), y el pobre Crusoe tampoco, es otra cosa: un náufrago, El Náufrago por antonomasia. Así, lo que hace Sosa es una especie de gesto a lo Gauguin, pero de cabotaje; para vivir "como un náufrago" a lo Robinson no en el Pacífico infinito sino en la acotadísima isla del lago del Parque Independencia y desde allí --desde la carencia-- poder imaginar sin techo las aventuras de un héroe de historieta a lo Corto Maltés. Así, el eje de la historieta va derivando junto con el personaje y con los "permisos" narrativos que la libérrima narración (anclada, por otro lado, en una historia argentina concreta) se permite.

*Fragmento del texto escrito en febrero de este año e incluido en la reedición

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