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Viernes, 20 de marzo de 2009

PRIMER AMOR

Amame en cámara lenta

 Por Andrea Majul

En ese momento creí que era sólo admiración; tuvieron que pasar varios años para descubrir que esa inquietud que me asaltaba antes de encontrarnos era verdadero amor. Yo tendría 8 años. Ella, en fin, me llevaba unos 20 de diferencia. Puede que parezca mucho, pero en la infancia se toman decisiones vitales sin demasiados miramientos.

Con la misma solemnidad yo ya había resuelto ser astrónoma y que jamás me gustarían los fideos con pesto. Pero eran nimiedades comparadas con esa ilusión que en una rayuela imaginaria me llevaba de la tierra al cielo cada vez que la veía correr con sus cabellos al viento.

A la distancia, pienso y es evidente lo que en esos años no tenía nombre. Mi primer amor fue ella: La Mujer Biónica.

Si entrecierro los ojos, todavía puedo repetir de memoria la apertura: “La siguiente información es clasificada como ultrasecreta. Jaime Sommers. Sexo: femenino. Edad: 28 años. De profesión: maestra y tenista profesional...”.

Suerte que justo en el momento de sufrir ese accidente en paracaídas fuera la novia de El Hombre Nuclear, porque para esa época los únicos implantes conocidos eran los mamarios y tampoco los cubría la prepaga.

Después la relación con él no prosperó, porque al parecer las partes biónicas de Jaime lo rechazaban, así que por prescripción médica debieron separarse.

Secreta alegría en mí. Por más que el peligro acechara, todo era cuestión de aguzar el oído, saltar o correr muy rápido en cámara lenta.

No era que la Mujer Maravilla estuviera mal, pero a veces la vida te presenta caminos que parecen enfrentados. A grandes trazos la identidad se forjaba en la elección de esas falsas antinomias, eran como una especie de River-Boca, de Boedo y Florida, de Beatles o Rolling Stones. Con Los Angeles de Charlie esa competencia no existía, nadie podía tomar a mal que también te gustaran, siempre y cuando estuviera claro que estaban en otro nivel.

Extraño un poco esa candidez, ese creer firmemente en que hay amores que atraviesan la pantalla, el parlante o el papel. Afinidades que se encuentran y se entienden como si nadie más escuchara, como si nadie más los viera.

Sentir que elegís a ese otro y que si ese otro te conociera personalmente, efectivamente te elegiría por sobre el resto.

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