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Viernes, 26 de diciembre de 2008

Aquel burbujeante fin de año

 Por Naty Menstrual

Hacía ya varios años que me dividía en las fiestas. La Navidad de pedorra religiosidad la pasaba con mi familia. No la pasaba mal, comía como guanaca, chupaba como una esponja, en fin, repartija de regalos de época de posguerra, con un Papá Noel anoréxico con traje de cartonero mendigando pan dulce o lo que venga,

la abuela eructando fruta seca-matambre-vithelthone-maniconchocolate-ensaladawaldorf-pandulce-sidra-vino-cerveza-heladodechocolateconnueces bajativo… Luego, danza de fuegos de artificio, pero fuegos de culo macerando peligrosamente semejante exceso.

PERO LO QUE ME ENCANTA ES EL FIN DE AÑOOO!!!!!!

San Telmo querido por fin llega ese día de olvidar todos los quilombos de mierda, de olvidar las deudas, las peleas… somos novios… nos queremos, los flores de hijos de puta son solo coloridos y perfumados pimpollitos de jazmines recién florecidos, las pijas chicas crecen, saben mejor los besos…

El año más feliz fue el pasado, donde por suerte nos juntamos todos todos los amigos. Me vestí como si fuera el árbol de Navidad de la vidriera de Falabella, nido de amas de casa pedorretas consumistas. Me dirigí desde mi hogar dulce hogar por Perú hacia la casa de mi amiga Litay que queda pasando la avenida San Juan (fin de año es para todos, es lo que nos iguala). Seguí mi paso, llegué a la puerta de la casa de mi amiga. Antes de entrar, Eric, un amigo bajito, me saludó con un beso igual que sus cuatro hijitos y me pasó disimuladamente de su mano a mi mano un lindo regalito diciéndome: después nos vemos. Toqué el portero, subí, ya me imaginaba que aunque por estos lados del mundo no hiciera frío, la nieve esa noche caería y no sería precisamente la noche de las narices frías. Listo el pollo, pelada la gallina. Me abrieron, subí las escaleras esas de San Telmo de mármol que vaya a saber quién habrá pisado, ahora las pisaba yo y eso lo tenia bien claro. Saludé a Litay, que estaba cocinando, me senté en el living y me dije: “¿Por qué hay que comer y después el postre?” No. Me revelé y empecé al revés. Me fui al baño de coqueta nomás a empolvarme la nariz y quedé divina, como llena de bolsas de regalos de Bloomingdales. Me senté y en unos breves minutos ya era la estatua de Lola Mora. Litay seguía en la cocina y yo aburrida. Sonó el timbre. Era Valeria. Bravo bravissimo, Valeria me devolvió el alma al cuerpo, aunque yo a esas alturas tenía el corazón de piedra pómez. Valeria, una buena amiga tetona fellinesca y sarlinesca, la Coca y la Ekberg cada una de ellas representada en cada teta, con cintura de avispa y culo paradísimo y generoso como para dormirse una siesta de lo más campante. Nos besamos besuqueramente, nos abrazamos rodeándonos con cariño hasta donde mis brazos pudieron rodear semejantes tetazas. Nos sentamos, apoyó un vino fino y un cinzano en medio de las dos. “¿Te gusta el cinzano?” “Sí”. No tomé mucho “¿Qurés probar?” “Bueno, dale” Buscó dos grandes vasos, les puso algo de hielo, hablamos de pijas y de machos y de carteras y de zapatos de collares y de los vestidos del verano. Cuando nos juntábamos con la Vale nos enredábamos, fascinadas, en conversaciones fashion huecas aunque ninguna de las dos era pelotuda. Era un espacio que disfrutábamos y era solo nuestro. Otros momentos quedaban para hacer trabajar el cerebro. Ya nos habíamos chupado todo el cinzano, mientras la casa se había ido llenando de gente. Ya estábamos en pedo y lo que sigue es puro surrealismo. Un amigo con un novio indonés, pesado como ladilla; una embarazada pegándosele a todo el mundo y pasando su teléfono; un amigo que tiene repertorio para ver todo negativo aunque se gane el loto y sea dichosamente exitoso; una madre separada de un millonario con dos pendejos persiguiendo cuanto macho tuviera pulso; una amiga cervecera vieja, adicta a las anfetaminas, y otra amada amiga que este año brindará con nosotros desde el cielo; un gordo escandaloso y trolo que no sé de dónde había salido, y gente, gente y gente que no se sabia de dónde había venido: así eran las reuniones de Litay la cubana. Salían los putos de las macetas de potus, de las cacerolas, del inodoro, etc., etc. Música que trinaba, hicimos hasta trencito como las viejas en los 15, y nadie dejó de divertirse. Valeria era perseguida por un supuesto español de cuyo acento todos dudaban y se le metía entre las tetas como bebé amamantándose en un largo orgasmo. Yo, borracha, pasada de todo en un momento sentí que el chip se me apagaba y la oscuridad se apoderaba de todo, pero reiniciarme fue en vano. Desperté a la mañana siguiente, resacosa, diarreica y me sentía el jinete sin cabeza. Jinete sin cabeza sí, pero con el corazón lleno de amigos y una amplia sonrisa recordando ese fin de año donde agradecí no estar sola. Segura de que sí o sí nos íbamos a seguir acompañando.

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