turismo

Domingo, 12 de enero de 2003

ESPAÑA BARCELONA Y GAUDí

El año del arquitecto

Durante todo 2002, Cataluña festejó los 150 años del genial arquitecto. Homenajes, conferencias, exposiciones, pero por sobre todo la apertura al público del conjunto de las obras del arquitecto que revolucionó la estética hicieron del Año Internacional Gaudí un pretexto insuperable para zambullirse en el espíritu catalán. Aunque ya hayan finalizado las celebraciones, Barcelona sigue siendo inseparable de Gaudí.

Por Jorge Pinedo

Sello incomparable e inconfundible de Barcelona en particular y de Cataluña en especial, la obra de Antonio Gaudí es una ventana abierta hacia mundos imaginarios, oníricos y misteriosos que el genial artista hizo materia, forma habitable.
“No lo dude, señor arquitecto, la arquitectura del futuro será como la obra del genial Gaudí: peluda y blanda”, cuenta Oscar Tusquets Blanca que le espetó Salvador Dalí a un Le Corbusier anonadado. “La originalidad consiste en retornar al origen”, señalaba Gaudí sin equivocarse. Porque las columnas inclinadas asemejan dos piernas separadas que sostienen mejor un torso que con los pies juntos, el caracol inspira a la escalera y una mano (divina) abierta e invertida deja en sus huecos el molde de las torres góticas de una catedral, la arquitectura gaudiana es de por sí un homenaje a la Creación. Y si la creatividad continúa consistiendo en proponer conexiones renovadas a materiales preexistentes, visitar Barcelona en algún “circuito Gaudí” admite diversas opciones. En todas, sin embargo, el templo expiatorio La Sagrada Familia ha de ubicarse al principio o al final, al modo de preámbulo o colofón. La obra a la cual Gaudí dedicó fanática devoción desde 1883 hasta que un tranvía terminó con su inspiración más de cuarenta años después, sigue inconclusa o, mejor dicho, en estado de terminación permanente, y mantiene en Catalunya un debate extraterritorial a la religión y a la arquitectura misma. Si los parisinos toleran desde hace siglos que su Notre Dame siga sin terminar, la persistencia de los catalanes en discutir en torno de La Sagrada Familia ya no parece estética sino más bien política, es decir histórica.

Paseo gaudiano De ida o de vuelta, a diez cuadras del templo andando por la calle Provença, el paseo gaudiano ha de comprender las espléndidas mansiones que engalanan el Eixample burgués, opulento, de Barcelona. Comenzando por la Casa Milà, La Pedrera para los locales, construida entre 1906 y 1912, que se distingue omnímoda en la esquina con el Passeig de Gràcia (frente a la estación Diagonal del metro) con sus muros-cortina de piedra calcárea, pilares y grandes ventanales de hierros reciclados y la azotea desnivelada al ritmo de chimeneas ondulantes donde ninguna línea –al igual que en la naturaleza– es recta. Declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad en 1984 por la Unesco, el conjunto produce la proeza de sugerir en una fachada de piedra la ligera mutación de las olas.
Cuatro cuadras hacia el Mediterráneo, la Casa Batlló (1904-1906), en el Passeig de Gràcia 43, antepone el color a la luz dentro de un espacio original que Gaudí debió remodelar a fin de otorgar secuencia al vestíbulo, la escalera principal y el patio central. Contraste con un exterior dotado de columnas de piedra que replican articulaciones óseas, barandas de hierro en forma de antifaz y azotea de cerámicas vidriada que evoca la cola de un dragón. Ondulante delirio (los catalanes de ningún modo temen la palabra) que enlaza las dos magníficas casas contiguas, a su vez paradigmas del modernismo, la Casa Amatler (1900) de Puig i Cadafalch con su fachada esgrafiada de motivos florales y la Casa Lleó i Morera (1905) del tablero de Domenech i Montaner cuyas formas modernistas clásicas introducen sobriedad al conjunto.
De diseño experimental, el Palau Güell (1886-1888) del Carrer Nou de la Rambla 3 es una suntuosa vivienda dedicada a su mecenas Eusebi Güell Bacigalupi. Muestra una estructura medievalista de aires musulmanes y neogóticos organizados en torno de un patio interior dispuesto en forma radial de modo que la luz alumbra hasta el más ínfimo rincón a medida que lame los muros policromados.
Fue para el magnate, precisamente, para quien Gaudí desarrolló el mayor número de obras, destacándose su incursión paisajista en las quince hectáreas del Park Güell (1900-1914), inicialmente una ciudad jardín de lujo, con los célebres bancos-baranda de la explanada y la ornamentación en trencadís (ese reciclaje de mosaicos rotos que tantas variantes ha ofrecido), la misma que cubre al lagarto (Javier, dicen que se llama) dela escalinata de acceso. Incluye la casa donde Gaudí habitó durante veinte años y que, por cierto, no es de su tablero sino de Francesc Berenguer; hoy alberga una exhibición del mobiliario diseñado por el arquitecto a la vez que permite conocer las habitaciones privadas.
Proyectada al siglo XXI, la obra de Gaudí se multiplica sobre un mundo que pretende, otra vez, ser racionalista y productivo, como afirma el arquitecto Josep María Montaner, lejos “de las aspiraciones humanas, las leyes formales de la naturaleza y la necesidad de fantasía”. Por eso, sigue, el mensaje de Gaudí es “síntesis del ‘logos’ y el ‘pathos’, de la lógica y el sentimiento, de la razón y la imaginación, es clave para la Europa contemporánea”. No sólo para Europa.

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Nervadura del techo de la Torre de Bellesguard.
 
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