turismo

Domingo, 8 de noviembre de 2009

RIO NEGRO > TURISMO RURAL DESDE LOS MENUCOS

Pura meseta

Crónica de un viaje a la Meseta de Somuncurá, una de las zonas menos conocidas de la Patagonia profunda. Allí, el grupo Meseta Infinita ofrece turismo rural-cultural y un cálido contacto con su gente. Producción de lana de guanaco, criadero de choiques, una cooperativa de mujeres hilanderas y un delicioso cordero al asador junto al fogón.

 Por Mariana Lafont

Trescientos cincuenta kilómetros (de ripio y por la RN 23) separan a Bariloche de Los Menucos, ubicado en la llamada Línea Sur, en el centro de Río Negro. Esta es una de las zonas menos pobladas y desarrolladas de la provincia, y su clima es frío, árido y continental. La RN 23 atraviesa la estepa y se entrelaza con las vías del Tren Patagónico que une Bariloche y Viedma. No es exagerado decir que, para los rionegrinos, esta ruta equivale a la mítica 40. Ambas fueron trazadas siguiendo antiguas sendas tehuelches, y por aquí pasaron viajeros y exploradores como el Perito Moreno y George Claraz, un naturalista suizo que, entre 1865 y 1866, exploró la zona entre los ríos Negro y Chubut. Pero uno de los más famosos es el inglés George Musters quien, entre 1869 y 1870, hizo un periplo increíble (de Punta Arenas a Carmen de Patagones) con una tribu tehuelche y cuyo resultado fue el genial diario de viajes Vida entre los patagones.

Los Menucos es la Capital Nacional de la Piedra Laja y atesora una gran tradición de canteristas. Este prolijo pueblo entre el mar, la montaña y el Alto Valle se encuentra al pie de la Meseta de Somuncurá. Aquí hay pequeños y medianos productores de ganado ovino que buscaron alternativas económicas, formaron el grupo Meseta Infinita y hoy ofrecen turismo rural. Además promueven una zona donde hay fósiles de reptiles de hace 140 millones de años y grandes árboles petrificados, prueba de la gran selva tropical que hubo aquí alguna vez.

GUANACOS DEL CHACAY No bien se entra a la Estancia Chacay (de David Garrido) se ven vestigios de los ingleses de la época en que el campo pertenecía a la Compañía Argentina de Lanas del Sur, en 1890. Aún está en pie el alambrado de hierro (los de hoy son de madera) y en la tranquera hay una pequeña chapa que dice: “Sírvase cerrar la tranquera y curar con Polvos de Cooper” (usado contra la sarna). Los ingleses se fueron por la falta de agua, el gobierno remató la tierra y, en 1960, el abuelo y los padres de David la compraron. El casco fue ampliado, pero conserva la edificación británica y hay un lindo museo de sitio.

Históricamente el guanaco ha sido visto como competidor de pasturas con los ovinos, pero en esta estancia nunca los mataron. Y lo cierto es que si uno sale del campo puede constatar que en los otros no hay un solo guanaco. Hoy hay casi 4 mil ejemplares junto a unas 9 mil ovejas. Este animal está en peligro de extinción y la Argentina alberga, de la Puna a la Patagonia, el 95 por ciento de la población mundial. Existe el Plan Nacional de Manejo del Guanaco y se pensaron alternativas para comercializar la fibra de una manera sustentable. Con la crisis de la lana, en 1995, David pensó en producir lana de guanaco y desarrollar una ganadería extensiva y sustentable, pero que también protegiera a este camélido sudamericano. El vellón del guanaco está formado por pelos (de poco valor comercial) y por una cobertura baja de fibra muy fina, ideal para industria textil (y casi comparable con la preciada fibra de vicuña). La esquila se hace cada dos años y de octubre o noviembre, y se obtiene un promedio de 500 gramos por animal.

Primero se hizo una experiencia con chulengos (cría del guanaco) en cautiverio, pero lo más novedoso fue probar la esquila de animales silvestres (no de criadero) en 2002. Para ello crearon una infraestructura especial para arreo y esquila. También diseñaron un volteador para trasladar al animal, en posición horizontal, en una camilla hasta la mesa de esquila (pensada especialmente según la forma del guanaco para evitar dañarlo y facilitar la tarea del esquilador). Luego de recorrer el campo, David hizo una demostración de esquila y a la noche Sandra, su mujer, nos agasajó con un exquisito cordero con salsa de hongos. Después del postre, sus hijos y unos amigos cantaron y bailaron zambas, chacareras y tangos al lado del hogar.

CHOIQUES E HILADOS En la Estancia La Caledonia nos esperaban Miguel Laurenti y su familia. Este campo de 15 mil hectáreas ofrece un interesante abanico de atractivos, en un entorno donde reina el pórfido rojizo y formaciones rocosas con cuevas y pinturas rupestres. En la “Cueva de la Casa” hay grecas (pinturas rupestres con motivos geométricos abstractos) de tonos rojos y ocres que aún no han sido estudiadas. Desde arriba la panorámica es espléndida, con el casco rodeado de álamos y perales, el vecino pueblo de Sierra Colorada y la vista de algunos chenques (enterratorios tehuelches que semejan una pila de piedras). Pero el plato fuerte es el criadero de choiques (ñandú petiso), nacido en los ‘90. Sin embargo, el gran problema es que la especie está en peligro de extinción y no se puede comercializar. A partir de octubre, las hembras ponen huevos (entre 25 y 30 cada una) que pesan unos 600 gramos. Luego, el macho los incuba durante 40 días y cuando nacen los charitos (las crías), éstos pesan unos 400 gramos.

Entramos a la jaula y Miguel les daba ramas de olmo para comer de la mano, mientras tratábamos de ver mejor a estas simpáticas y veloces aves. Pero no bien nos acercábamos un poco, los choiques abrían sus grandes ojos y con dos zancadas ya estaban en la otra punta del corral. En un costado del mismo había un nido con varios huevos de un tono verde claro, listos para ser incubados por el macho.

El último punto del día fue la visita a la Cooperativa Gente de Sumuncurá (con “u”, porque es la voz mapuche). Este grupo de artesanas dispersas en pequeñas localidades de la estepa trabajan cooperativamente la lana y hacen tejidos únicos. El proyecto nació en 2002 para recuperar prácticas artesanales (hilado, teñido y tejido) que se estaban perdiendo y que son parte de la cultura de los pueblos originarios. Además de reforzar la identidad a través del tejido, se le dio a la mujer un lugar más activo en la economía. El nacimiento formal de la cooperativa fue en 2005 y hoy hay unas 120 socias.

Esa tarde en el local de la cooperativa nos esperaban Martina, Elena y Nelly, cada una con su especialidad. Martina es hilandera y nos mostró cómo, con mucha paciencia, se hila con huso y tortera y con la rueca. Entretanto, Elena nos mostró su agilidad en el telar mapuche (y nos costaba seguir con la mirada el rápido movimiento de sus dedos acomodando hilos). Por último, Nelly exhibía ovillos teñidos naturalmente por ella con michay, cáscara de nuez, cebolla y yerba mate. La cooperativa, además de dar talleres para aprender estas técnicas, vende sus productos allí mismo o a través del Mercado de la Estepa, en las afueras de Bariloche.

LA MESETA A la mañana siguiente fuimos a Somuncurá, vocablo mapuche que significa “piedra que suena o habla” (por el sonido que hacen las rocas y el viento). Esta vasta altiplanicie basáltica de 150 mil kilómetros cuadrados se extiende del centro-sur de Río Negro al norte de la provincia de Chubut, y presenta un relieve volcánico con algunos cerros que rondan los 1900 metros como el cerro Corona, un antiguo volcán. Si bien es desértica, la meseta tiene lagunas temporarias y arcillosas donde viven aves. En tiempos remotos hubo ingresiones marinas de las que hoy se pueden ver restos de bivalvos y caracoles. Además, Somuncurá es una zona única en Patagonia con especies endémicas como la mojarra desnuda, la lagartija de las rocas y la rana de Somuncurá.

Luego de varias horas en camioneta llegamos al rancho de Eusebio Calfuquir. Una vez en la meseta, noté que no hallaba punto de referencia en el horizonte y sentí que había llegado a “la nada”. El rancho estaba en un bajo protegido de los vientos, próximo a una laguna seca. Eusebio contaba que antes el rancho estaba más cerca de la laguna pero que, con una crecida, el agua se lo llevó e hicieron el actual un poco más arriba. El agua es un elemento muy escaso aquí arriba y para obtenerla hacen un jagüel (pozo o zanja que recibe y conserva el agua de las lluvias o de alguna vertiente natural).

Eusebio, hombre de piel curtida, tiene 59 años y nació en la meseta. Vivió aquí toda su vida hasta que se mudaron a Los Menucos para que los hijos fueran a la escuela. Pero siempre viene al campo y dice: “Me gusta la libertad que hay acá, poder salir a caminar, dejar la puerta abierta. Estoy tranquilo”. Al cabo de un rato nos sentamos cerca del fogón y almorzamos un buen cordero al asador. A la tarde fuimos a la Laguna Grande, a dos kilómetros y medio del rancho. En el camino, Eusebio contaba que “la gente antes se reunía más en la meseta, ya que había más familias viviendo aquí arriba. Hoy no nos vemos mucho, salvo que haya una junta de ovejas o una señalada”. De todos modos, su vecino más cercano está a dos kilómetros del rancho. De repente vimos los restos de un potrero y una casa hechos enteramente de rocas (típica construcción de Somuncurá antes del adobe). Era el Puesto de la Familia Turra, tíos de Eusebio que se fueron en 1955. Nos sentamos a contemplar la laguna y vimos gallaretas, gaviotines, garzas, cisnes de cuello negro y una pareja de flamencos que volaba de una orilla a la otra. Al volver nos entretuvimos escuchando mitos de la meseta como el de la “piedra rodadora”. Se trata de una piedra que rueda, deja rastro y al que la encuentra le da cosas, pero también le quita porque es una piedra del diablo. El día pasó volando y al bajar de la meseta recordé algo que había leído sobre Somuncurá y que refleja totalmente la realidad de este lugar tan especial: “Los hombres y mujeres de la meseta vivieron y viven en la meseta y forman parte de su paisaje. Se adaptaron a ella sin modificarla. Se acomodaron a lo que ofrecía el espacio”.

DATOS UTILES

Meseta Infinita ofrece diversos circuitos con alojamiento y comidas en las estancias. Tel.: (02944) 15-613100, [email protected] - www.mesetainfinita.com.ar

Cómo llegar. Los Menucos está a 350 km de Bariloche por RN 23, de ripio. Si se viene desde Viedma son 495 km por RN 23, asfaltada.

Tren Patagónico. De Bariloche sale los domingos a las 18 y llega a Los Menucos a las 2 AM. De Viedma sale los viernes a las 18 y llega a las 3 AM. Tel.: (02944) 42-3172.

Omnibus. Empresa 3 de Mayo une Los Menucos, Bariloche, Viedma y General Roca. Tel.: (02944) 43-0303.

Empresa Las Grutas SA une Los Menucos, Bariloche, Viedma y General Roca/Cipolletti. Tel.: (02934) 42-2573 y 42-7698.

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Hilando con rueca en la Cooperativa Gente de Somuncurá.

Laguna Grande en plena Meseta de Somuncurá.

Atardecer en Los Menucos, al pie de la Meseta de Somuncurá.
Imagen: Mariana Lafont
 
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