turismo

Domingo, 27 de enero de 2002

BOLIVIA LA PAZ

Capital surrealista de América latina

No es la capital, pero es la sede del gobierno. Está a 3600 metros de altura, pero la consideran un valle. Es una ciudad indígena, pero tiene bares sofisticados y un Bukowsky local. Es el lugar más caro de Bolivia, pero hay hoteles habitables por tres dólares. Rara y encendida, La Paz.

Por Oscar Guisoni
Todos se confunden. Creen que es la capital de Bolivia, mientras que realidad sólo alberga la sede del gobierno. Más allá de esta curiosidad, la ciudad de La Paz puede jactarse no sólo de ser la más latinoamericanas de la ciudades del continente, sino que también es la más subyugante y surrealista de todas.
Hay dos maneras de llegar hasta ella y dependiendo de cuál se elija, los efectos sobre nuestros castigados cuerpos de los 3600 metros sobre el nivel del mar serán diferentes. Por avión, se arriba al aeropuerto internacional de El Alto, la subyugante ciudad aymará vecina, a 3700 metros. Apenas nos bajamos de el avión los efectos de la falta de oxígeno se hacen notar. Unas pastillas para el soroche (el mal de la altura) o un té de coca (mate, le llaman los bolivianos) nos pueden aliviar.
O se puede arribar por tierra, desde la carretera asfaltada (una de las pocas del país) que la une con Oruro, si se entró por Argentina, o por la vía que la conecta a la ciudad chilena de Arica o la peruana de Puno. En ese caso el mal de la altura se siente mucho menos y los paisajes que se ven antes de llegar hacen interesante esta perspectiva.
Una vez dentro de “la hoyada”, como la llaman los bolivianos, haciendo alusión a que se encuentra en un valle, rodeada de montañas, hay dos zonas recomendables para hospedarse. Para estudiantes y bohemios, los hotelitos que se encuentran en torno a la calle Sagárnaga, son los más apropiados. Ubicada en pleno casco colonial de la ciudad, la empinada callecita también recibe el nombre de calle “de las brujas”, porque en ella tienen sus puestos las mujeres indias que venden todos los artilugios necesarios para realizar rituales indígenas.
Y en las adyacencias se pueden encontrar los mejores negocios de venta de artesanías y vestimenta tradicional de toda la ciudad. Por las noches la zona se ha puesto de moda y concentra los mejores bares alternativos. Desde “La luna”, donde se citan los estudiantes progre de la ciudad, que tiene un lugar aparte para bailar con Manu Chao y sus secuaces, hasta el “Boca y sapo”, que se halla en un callejón de escaleras, cerca de la calle “de los Museos”, (que reúne la mejor arquitectura colonial local).
Si la bohemia no lo seduce y los hoteles de tres dólares tampoco, la otra opción para alojarse es el coqueto barrio de Sopocachi. A pocas cuadras del Prado, único centro comercial de la ciudad, es una zona en la que se concentra la mayor movida nocturna de la ciudad. Ahí los fanáticos de la música electrónica no pueden faltar a la cita de la disco Underground, sobre todo los viernes por la noche, y los que buscan una onda cool, deberán disfrutar una cerveza en Diesel Nacional o darse una vuelta por el Café Montmartre sin dejar de probar sus fabulosos crêpes. Ojo con salir demasiado tarde: rige una duhaldiana ley seca, que deja sólo en manos de los iniciados locales la posibilidad de quedarse en un boliche más allá de las 3 de la mañana, aunque algunos se cierran con los clientes dentro y siguen la fiesta un rato más.
Pero cuando la ciudad deslumbra es en el día. La fuerte presencia indígena la distingue de las demás grandes ciudades del continente. En su particular desorden, con sus calles repletas de vendedores ambulantes y sus mercados que ocupan cuadras y cuadras, está gran parte de su encanto.
Conviene visitar el mercado de El Alto, en el que los coleccionistas de antigüedades se pueden hacer un festín y en el que se encuentran cosas tan extravagantes como radiografías (de otros, obviamente), tapitas de gaseosas con números para algún concurso, sombreros franceses de los locos 20 y otras rarezas. Además, hay unos peluqueros que te cortan el pelo al aire libre (mal, por cierto), sobre un acantilado desde el que se puede ver una de las mejores vistas de La Paz y que cobran un sobreprecio por poner la silla giratoria mirando hacia la ciudad. Hay un bus turístico que sale de la Plaza Isabel La Católica, que recorre los mejores lugares naturales cercanos a la ciudad. Un tarde en el Parque de las Animas no se puede subestimar y un paseo por las inmediaciones de la Plaza Murillo, donde se encuentra el Palacio Quemado, sede del gobierno, tampoco.
Los conocedores de la literatura boliviana, que saben de la obra del Bukowsky local, Jaime Sáenz –autor de la novela Felipe Delgado– no pueden dejar de darse una vuelta por la mítica calle Buenos Aires, en la zona más marginal de la ciudad, en la que se encuentra el bar La Chola con Pito, en donde los parroquianos deben hacer fondo blanco cada vez que la chola que lo atiende toca el silbato. Y aprovechando que se está por el barrio, si todavía es de día, se puede pasar por el barrio Chino. Eso sí, sin cámara fotográfica o algo afanable a la vista.
Si se le anima, finalmente, a descubrir en toda su intensidad a esta ciudad mágica, comprenderá porqué se la puede considerar la más surrealista de las ciudades latinoamericanas.

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El impresionante templo de San Miguel, en pleno centro. Atrás está el mercado de Las Brujas, un laberinto de artesanías y platerías.
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