turismo

Domingo, 4 de noviembre de 2012

RIO NEGRO AVISTAJES, VINOS Y OLIVOS

Patagonia marítima

Un viaje por el Atlántico rionegrino, con avistaje de ballenas en San Antonio Este, olivos junto a las cálidas aguas de Las Grutas y vinos con aires marinos en Viedma. Sabores, productos e imágenes sorprendentes de la primera porción de la costa patagónica, que ostenta así ciertos aires mediterráneos.

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

Las playas extensas del balneario rionegrino de Las Grutas, 185 kilómetros al sur de Viedma, con acantilados, médanos y restingas que surgen cuando baja la marea, hacen de este lugar un paraíso en estado salvaje. Sus aguas transparentes de un azul intenso obsequian los más exquisitos frutos de mar. Pero este rincón de la Patagonia cuenta con un plus: las calidez de las aguas que bañan la bahía de San Antonio.

La amplitud de las mareas, que oscilan entre los seis y nueve metros, determina que la totalidad de la superficie de la bahía se inunde dos veces al día y quede en seco durante muchas horas. Esta es una de las principales razones del fenómeno, así como las altas temperaturas del verano (hasta 35 grados) y la escasez de precipitaciones: todo contribuye para que Las Grutas tenga las aguas más cálidas del país, con temperaturas que rondan los 25 grados.

Este pueblo nació allá por la década del 60, cuando algunos pobladores de San Antonio se mudaron aquí y comenzaron a construir las primeras casas sobre calles estrechas. La arquitectura del lugar tiene clara influencia del artista uruguayo Carlos Páez Vilaró, quien pasó por aquí y dejó su impronta mediterránea, como en su Casapueblo de Punta del Este. No a las líneas rectas y mucho blanco, como se puede ver en el paseo de la costanera.

“Acá había mucho, mucho viento –cuenta Walter Alejandro, guía de la agencia Ocasión Turismo–. Ahora disminuyó un poco. Me acuerdo del primer día que vine, en el ’94. El viento me pegaba tanto que no me podía bajar de la camioneta. Ahora no es tan intenso, y el clima es más húmedo.”

Las Grutas es el balneario preferido de los habitantes de la Patagonia, y resulta una buena alternativa playera para las vacaciones que se vienen, sobre todo para aquellos que busquen un cambio de aire respecto de la tradicional Costa Atlántica. Este rincón de la costa rionegrina es el punto de partida de un recorrido que lleva al vecino pueblo de San Antonio Este y hasta Viedma, capital de la provincia.

Ballenas: siempre hubo junto a las costas de Las Grutas, pero este año salen avistajes embarcados.

BALLENAS EN SAN ANTONIO “Siempre se vieron ballenas acá, desde que nosotros somos muy chicos. Pero no se veía la cantidad que se ve ahora, en los últimos años”, dice Agustín Sánchez, guía de Cota Cero, una operadora que además de avistajes ofrece pesca embarcada, buceo y paseos náuticos.

Estamos ahora en San Antonio Este, el puerto de aguas profundas desde donde se exporta la mayor parte de la producción de la provincia. “Desde aquí salen las manzanas más ricas del país”, señala orgulloso Agustín, antes de zarpar mar adentro al encuentro con la ballena franca austral. El avistaje de ballenas está de estreno por aquí: es la primera temporada que se realiza en estas costas y todos tienen grandes expectativas, después de esperar mucho tiempo para que la actividad fuera aprobada. Son las nueve de la mañana, hay sol y no tanto viento. Es una buena señal. Estamos listos para partir a bordo del gomón de Cota Cero.

Si bien la ballena franca austral es la vedette de la excursión, desde hace un tiempo ya se navegaba en busca de los delfines. Además se pueden ver lobos marinos de uno y dos pelos y diversos tipos de aves. “Ver cuarenta ballenas en un avistaje es mucho, y ésa es la cantidad que venimos avistando desde hace cinco o seis años –dice Agustín–. Y ahora parece que se quedarán cada vez más.”

Apenas salimos pasamos por una colonia de lobos marinos. La mayoría está echada en la arena tomando sol, mientras unos pocos nadan cerca de la orilla. La excursión a bordo de un gomón resulta una gran oportunidad para ver ballenas bien de cerca. Tanto que casi se las puede tocar con la mano, como sucede con el primer ejemplar que se nos acerca: pasa de un lado al otro de la embarcación y la roza con el lomo, pero ni lo notamos: la ballena es cuidadosa y, sobre todo, amistosa. Por esa razón corrieron –y aún corren– peligro de extinción: se acercan demasiado a las embarcaciones, y así resulta muy fácil cazarlas. Impresiona verlas tan de cerca, sobre todo porque parecen no tener ganas de abandonarnos y se quedan nadando alrededor un buen rato. A lo lejos divisamos algunos ejemplares más, una especialmente que no deja de saltar en el horizonte. Pregunto al capitán si no es riesgoso que semejante animal ande a los saltos al lado de una embarcación tan frágil como la nuestra. Pero él nos tranquiliza, explicando que pasa a menudo, que es impresionante y sobre todo que las ballenas controlan muy bien sus movimientos.

Ahora queremos más, y más es ver delfines. Que, dicen, andan de a varios y seguido por aquí. Pero navegamos un rato más y nada, los delfines no aparecen. Cuenta pendiente para la próxima vuelta. Hoy es el día de las ballenas, y debemos regresar a tierra, donde nos espera una gran degustación de frutos de mar en el restaurante El Puerto, con almejas gratinadas, cholgas al ajillo, vieyras a la mostaza, rabas, pulpitos y mejillones a la provenzal.

EL CAÑADON Y LOS PULPEROS Al otro día, en una tarde de sol y calurosa, Walter Alejandro nos lleva a recorrer las playas cercanas. Vamos hacia el sur, hacia los puntos conocidos como el Sótano y el Cañadón de las Ostras. Salimos del casco urbano y nos internamos en un camino de arena entre pastizales de vegetación achaparrada. Los árboles no crecen demasiado por estas tierras. En el camino pasamos por la Villa de los Pulperos, donde Walter aprovecha para contarnos acerca de estos pobladores. Resulta que los pulpos se esconden debajo de las piedras y, cuando la marea baja, los pulperos caminan por la costa seca en busca de su presa. Walter dice que ahora les cuesta más encontrar el sustento, y por eso deben alejarse un poco más de Las Grutas para encontrarlos en cantidad. “Los turistas, con el afán de encontrar pulpos, dan vuelta las piedras y no las vuelven a dejar igual. Siempre las tenés que volver a dar vuelta –resalta– para no matar lo que hay allí abajo. Creemos que por eso los pulpitos han ido modificando sus hábitos y se fueron trasladando.” El guía asegura que los pescadores cuidan su recurso, que no van pulpear cuando están desovando. “Lo que se está modificando es el ambiente, se nota una disminución a lo largo de todos estos años, y por más que se concientice es un tema difícil. Antes, acá no venía nadie, y ahora en verano está lleno de gente.”

Poco después entramos en la playa. La marea está baja. Enseguida nos detenemos en El Sótano, una gruta natural tallada bajo el acantilado, donde los pulperos solían dejar la pesca en tiempos en que no existían las heladeras. “Si nos remontamos a los años en que iniciaron la actividad, había pocos pulperos y muchos pulpos. Hoy, es al revés –cuenta Walter–. Venían, recolectaban pulpos, hacían un agujero, llevaban lo necesario para comer y el resto quedaba guardado aquí. Cuando no tenían más volvían a buscar la reserva. Por esa época las cosas se guardaban en los sótanos, de ahí el nombre de este lugar.”

Un poco más adelante llegamos al Cañadón de las Ostras. Dejamos la camioneta y nos internamos en ese surco natural que se mete entre los acantilados erosionados por los vientos de esta playa rionegrina. Es un lugar repleto de fósiles marinos, ostras y otras especies del Terciario, que se fueron sedimentando en los últimos 15 millones de años y están aquí, a simple vista. A la vuelta pasamos por la playa de Piedras Coloradas, y allí nos quedamos a contemplar el atardecer, casi tan colorado como esas mismas piedras que aparecen con la bajamar.

OLIVOS EN LAS GRUTAS Sorprende encontrar olivos en estas latitudes, pero en este pueblo probaron, y al parecer les está yendo muy bien. “El proyecto comenzó con la intención de ocupar la tierra de otra manera, así que se estudió qué cultivo convenía y luego cuál de las variedades de olivo se daba”, explica Marta Sánchez, encargada de la Finca La Sofía. Allí se produce el aceite Olivos Patagónicos, el único emprendimiento de aceite de oliva en la región, que ya lleva una década funcionando.

En estas 28 hectáreas se cultivan tres variedades diferentes –Frantoio, Empeltre y Arbequina– de las que este año se produjeron, entre las tres, 12.000 litros. Estas especies son las más resistentes al viento, por eso fueron seleccionadas para sembrarlas aquí. Las olivas tienen sabores diferentes, que cambian año a año. “La verde sabe más a hierba y la negra a nueces o almendras –detalla Marta–. La Empeltre, que utilizamos para hacer salmuera, es más ‘vegetal’, aunque este año salió un sabor un poco más fuerte. Antes tenía una nota a banana, se sentía más afrutado, y este año tiene más picor”, concluye antes de pasar a explicar el proceso que se realiza dentro de la fábrica. Todo el trabajo, desde la cosecha (que se hace entre abril y mayo en forma manual) hasta el envasado, lleva unos 40 días. Al principio sólo comercializaban por la zona, pero ahora hacen envíos al sur de la Patagonia y a Buenos Aires también. Aquellos viajeros que pasen por aquí y quieran conocer el emprendimiento serán bienvenidos.

Olivos, una producción novedosa en esta porción norte de la Patagonia costera.

VINOS EN EL MAR El último día del periplo viajamos hacia Viedma, la apacible ciudad junto al río Negro que un ex presidente soñó como capital del país en los albores de la democracia. Tal como sucede con los olivos en Las Grutas, sorprende encontrarse con una bodega por estas latitudes. Pero Océano es una hermosa realidad enclavada en un bellísimo paraje muy cerca de Viedma. Una bodega entre el mar y la estepa, a la vera de un río. Allí nos espera Jorge Lascano, el dueño del lugar, quien se define como “hacedor de vinos”. En el quincho, un par de amigos prepara un asado que promete. Mientras tanto Jorge nos lleva a recorrer la bodega. “Tenemos una clara identidad marítima, que fue la manera de diferenciarnos. A la hora de definirnos notamos que el vino aquí era posible, fundamentalmente, por el mar. Entonces buscamos recrearlo en ese imaginario.” En el logo están representadas, entonces, una ola y la Cruz del Sur.

Lascano asegura que la latitud no afecta a sus vinos. “Estamos en la frontera de la vid, pero aquí tenemos un microclima. En el invierno se tempera bastante porque estamos cerca del río y del mar. Son vinos de desierto regados tenuemente por la lluvia”, dice, asegurando que por estar cerca del mar sus vinos son “muy elegantes”.

Este emprendedor es técnico aeronáutico de profesión, y su pasión por la vitivinicultura viene de familia. Sus abuelos, italianos, tenían y producían sus propios vinos en Calabria. “Uno busca recrear la historia familiar, que ahora termina fusionándose, por supuesto, con la tecnología. Antes, los vinos se hacían sólo con la sabiduría. Era algo que no podían explicar.”

La bodega, que arrancó en 1998 y tuvo su primera vinificación en 2003, es orgánica y tiene cinco varietales –Malbec, Merlot, Cabernet, Pinot Noir y Sauvignon Blanc– distribuidos en sus tres líneas: Océano, Ultramar y Mar. “Producimos bajo certificación orgánica, que califica para mercados internacionales”, señala Lascano. De hecho, Océano ya está exportando a Brasil y próximamente lanzará un espumante. En diciembre abrirá sus puertas a los visitantes, previa reserva a través de su página web. “Ahora estamos con la idea loca de sumergir algunos vinos”, revela Lascano. La “idea loca” de la que habla es llevar sus vinos a un barco hundido en Las Grutas, y así aquellos que vayan a bucear puedan llevarse un verdadero vino del Océano. ¡Salud!.

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Observación mutua entre el gomón con turistas y la colonia de lobos marinos.
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