turismo

Lunes, 27 de mayo de 2002

PERU LA CIUDAD DE LIMA

Déjame que te cuente...

Multiforme y bulliciosa, la capital peruana tiene uno de los centros coloniales más lindos de América latina. Y a la sombra de sus famosos balcones, en sus barrios elegantes o frente a la Catedral, todavía brota el recuerdo de la flor de la canela.

Por G. C.

Para horror de folletos y oficinas turísticas, el escritor peruano Sebastián Salazar Bondy habló hace algunas décadas de su ciudad natal como de “Lima, la horrible”. Quienes lleguen con algunas páginas de otros ilustres colegas y compatriotas suyos en la memoria –como Mario Vargas Llosa, Manuel Scorza, Jaime Baily o Alfredo Bryce Echenique— pronto podrán olvidarse de ese juicio impiadoso. No es que Lima siga siendo la ciudad gentil e ideal de la alameda de Chabuca, pero ni siquiera las crisis repetidas que crearon enormes barrios empobrecidos y ahondaron aún más las brechas entre la sociedad tradicional que creció mirando a Estados Unidos e Inglaterra, y el grueso de un pueblo mestizo, pueden quitarle a Lima su enorme vivacidad, su autenticidad cultural y la belleza.

Al borde del Rímac Seis meses al año —entre marzo y octubre— Lima se despierta bajo un cielo densamente gris y húmedo que no deja pasar el más mínimo rayo de sol. Para los limeños, es tiempo de frío, aunque el clima es bastante más templado que el de un invierno porteño. El resto del año la ciudad florece junto con sus enormes matas de santa rita (las buganvilias) en los elegantes barrios de Miraflores y San Isidro, y las fachadas reciben por fin un poco de sol.
Para empezar a conocer Lima hay que empezar por la Plaza Mayor, la antigua Plaza de Armas, bordeada por un armonioso conjunto de edificios amarillos que datan del siglo XVII. La plaza en sí tiene vida propia: allí se cruzan los turistas con alegres grupos de estudiantes, los vendedores ambulantes ofrecen té de coca en saquitos, en todas las cercanías se pueden cambiar dólares por soles (hombres y mujeres autorizados con casacas especiales, como “arbolitos” legales, se encargan de hacerlo sin tener que ir a un banco) y es posible empezar a familiarizarse con el desordenado sistema de taxis limeños. Como no hay control alguno, cualquiera puede calzarse el cartelito de taxi y subir pasajeros: pero para correr menos riesgos, ya que es de imaginar que no son del todo seguros, conviene elegir los taxis amarillos, sobre los que la municipalidad intenta ejercer algún tipo de regulación (como no tienen reloj, no hay que olvidarse de combinar la tarifa de antemano).
El conjunto arquitectónico en torno a la Plaza Mayor está formado por la Catedral, el Palacio del Arzobispo, la Municipalidad de Lima, el Club de la Unión y el Palacio de Gobierno, levantado sobre el lugar donde Francisco Pizarro construyó su primer palacio. Los restos del conquistador están en la Catedral: fueron colocados en una capilla especial hace pocos años, después de haber honrado durante siglos –por esas rarezas de la historia latinoamericana– los restos de un desconocido que fue tomado por Pizarro. En el contiguo Palacio del Arzobispo, lo más bello es el balcón de madera: estos balcones, a veces muy bien conservados y otras en estado catastrófico, son una de las grandes bellezas del centro histórico de Lima, cuya influencia llegó hasta algunas ciudades del norte argentino. Para conservarlos mejor, la ciudad estableció con éxito la iniciativa “adopte un balcón”, en la que participan particulares y empresas privadas con el fin de cuidar el patrimonio. A pocos pasos de la plaza está el edificio del Correo Central, SerPost, cuya galería techada en vidrio y repleta de puestos de recuerdos y postales es un paseo imperdible. La explanada cercana es el lugar ideal para pararse a tomar una cerveza o comer algo en alguno de los restaurantes que sirven algunas especialidades peruanas como los anticuchos (bocadillos de corazón).
Lima heredó de los tiempos coloniales una férrea tradición religiosa que se traduce en el culto popular a Santa Rosa, la patrona de América, cuyo santuario se levanta sobre la Avenida Tacna. En la avenida vale la pena detenerse un rato a mirar el sistema de minibuses que funcionan como colectivos: desvencijados y abarrotados, vocean su itinerario a los gritos en cada esquina, con tantas ansias por conseguir pasajeros que no hay que descuidarse o se corre el riesgo de ser prácticamente atrapado. La experiencia, aunque sea por un corto tramo, igual vale la pena (hay quesellarse los bolsillos si se piensa intentarla). Frente a la iglesia de Santa Rosa está la casa natal del santo limeño San Martín de Porres, cuya tumba está en otro de los lugares que hay que visitar: la iglesia de Santo Domingo. El recorrido religioso puede terminar en el monasterio de San Francisco, un hermoso edificio mudéjar famoso por sus catacumbas. Las catacumbas son una serie de salas subterráneas donde se conservan cientos de cráneos y otros huesos de lo que fue el cementerio de la capital hasta principios del siglo XIX. También es imperdible la biblioteca del monasterio, una suerte de santuario del libro que data del 1600 y contiene miles de manuscritos en pergamino.
El centro histórico de Lima está muy cerca del Rímac, el río de la ciudad, de donde también deriva su nombre. A los turistas se les desaconseja cruzar solos el río e internarse en los barrios populares al pie del cerro San Cristóbal; los limeños sin embargo disfrutan de los clubes nocturnos de danzas peruanos, de la Plaza de Acho —la más antigua plaza de toros de América— y del recuerdo del glamour que tuvo alguna vez la Alameda de los Descalzos, hoy caída en la decadencia.

Plaza San Martin, barrios y museos Caminando por el jirón peatonal La Unión desde la Plaza Mayor se llega a la Plaza San Martín, presidida por una estatua ecuestre del Libertador. Esta plaza se considera el centro de la Lima republicana; aunque hoy está venida a menos vale la pena fijarse en el hotel sobre uno de sus flancos, que es una réplica del Hôtel de Ville (la municipalidad de París). Pese al abandono y que parte del edificio se convirtió en casa tomada, es un buen testimonio de la Lima que supo ser, y se espera que en el futuro obras de restauración lo recuperen como un monumento importante de la ciudad.
Otra cara interesante de Lima, aunque empañada por la grandeza de sitios indígenas como los de Cuzco, son las huacas: se trata de túmulos funerarios de la época precolombina que se conservan en el corazón de la ciudad y cuyos misterios aún están siendo desenterrados por los arqueólogos. Pregunte por la Huaca Pucllana, recorrerla vale la pena y no es necesario desviarse demasiado de los circuitos tradicionales; los antropólogos que hacen allí trabajo de campo están muy bien dispuestos a explicar a los visitantes la riqueza del lugar, cuyas cercanías además empiezan a convertirse en un centro frecuentado por las noches gracias a un restaurante de moda.
Un paseo por Lima no estaría completo si no se recorre el barrio más romántico, Barranco. Calles y casas de madera donde conviven el estilo colonial con construcciones típicas del siglo XIX crean un clima bohemio donde la melancolía de las mañanas solitarias cede al atardecer, cuando empiezan a llenarse los bares y peñas. Frente a la plaza está uno de los símbolos del barrio, el Puente de los Suspiros, una linda construcción de madera que se corresponde con el estilo romántico de Barranco y que es, por lo tanto, uno de los paseos favoritos de los enamorados.
Finalmente, Lima también es un buen lugar para asomarse a las culturas precolombinas a través de los museos. Merecen una visita el Museo de Antropología, Arqueología, e Historia, el Museo Rafael Larco Herrera, y el Museo de la Nación. Hasta hace un año, impactaba el Museo del Oro por la riqueza de sus piezas: sin embargo, cayó como un balde de agua fría la noticia de que casi todo lo exhibido eran falsificaciones. Pese al anuncio en la puerta del museo, hay quienes igual prefieren entrar para apreciar la belleza de las réplicas de objetos de oro indígenas.

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La gran balconada del Palacio del Arzobispo, frente a la histórica Plaza Mayor.
 
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