turismo

Domingo, 2 de abril de 2006

MASADA > HISTORIA Y ARQUEOLOGíA

La fortaleza de los zelotes

Perdida en el desierto de Judea durante casi dos mil años Masada fue la fortaleza donde se refugió la secta judía de los zelotes luego de su fallida rebelión contra los romanos en el siglo I. Un viaje arqueológico a la histórica colina donde cerca de mil hombres, mujeres y niños, asediados por el Imperio, eligieron matarse unos a otros antes de caer en manos de sus enemigos.

 Por Julián Varsavsky

¿Es leyenda o es historia que Eleazar Ben Yair reunió a sus lugartenientes en el palacio occidental de la fortaleza de Masada y pronunció un célebre discurso proponiendo un sorteo para que un grupo de elegidos les diera muerte a todos los demás? La obsesión era evitar caer con vida en manos de los romanos y al mismo tiempo evitar el suicidio, mal considerado por las leyes sagradas. La única versión de este relato –con las inevitables variaciones que le agrega el tiempo a todo relato– pertenece a Josefo Flavio, un historiador judío que colaboró con los romanos y cuya fuente de información habrían sido dos mujeres que sobrevivieron al inclasificable acto, llamado a veces, no muy ajustadamente, suicidio colectivo.

El escenario de esta historia es la fortaleza de Masada, erigida en lo alto de un escarpado monte con forma de meseta en los bordes orientales del desierto de Judea, muy cerca del Mar Muerto y del bíblico río Jordán. En el siglo I, el Imperio Romano había ocupado Palestina después de haber derrotado al reino judío de los macabeos, lo cual mantenía a los habitantes de Judea en estado constante de rebelión. Pero al mismo tiempo los judíos de Jerusalén tenían divisiones internas que los separaban en varias sectas enfrentadas entre sí. Una de ellas, la de los zelotes, fue la que lideró una gran rebelión contra el Imperio. Acosados por los romanos, los zelotes capturaron la fortaleza de Masada, donde también fueron a refugiarse otros sectarios dirigidos por Eleazar Ben Yair, el gran protagonista de esta tragedia.

EL DESCUBRIMIENTO En la primera mitad del siglo XIX muchos exploradores llegaron hasta el desierto de Judea para encontrar el sitio exacto de Masada. Los primeros en identificar el lugar correctamente fueron unos norteamericanos que lo vieron por un telescopio desde Ein Gedi en 1838. Pero no fue hasta 1963 que el lugar fue excavado y restaurado por un equipo con centenares de voluntarios judíos llegados de todo el mundo y dirigidos por Yigael Yadin. Los trabajos fueron serios, aunque los arqueólogos actuales cuestionan la celeridad con que se trabajó en el lugar en apenas dos años. Cabe señalar que los estudios estuvieron teñidos por el sesgo nacionalista de un Estado que necesitaba justificar históricamente su reciente creación, apelando a la expulsión que habían sufrido casi dos mil años antes, utilizada ahora para expulsar a los musulmanes y a los ingleses.

Al margen de las interpretaciones, durante las excavaciones aparecieron hallazgos maravillosos. La fortaleza en verdad había sido construida mucho antes –entre los años 36 y 30 a.C.– como un lujoso palacio destinado a albergar a Herodes, quien no se sentía muy seguro en una Jerusalén que gobernaba gracias a los romanos. En el extremo septentrional de Masada se encontraron los restos del palacio privado del rey, con varias terrazas y un balcón semicircular con dos hileras concéntricas de columnas y hermosos mosaicos. En otro sector apareció una sofisticada casa de baños al estilo romano, con su frigidarium para los baños fríos, una sala más templada y por último un caldarium para las inmersiones en agua caliente. En el otro extremo se pudo descubrir el Palacio Occidental, el centro administrativo de la fortaleza que ocupaba unos 4000 metros cuadrados.

El lugar más ilustrativo que encontraron los arqueólogos fue el almacén de reservas, compuesto por dos hileras de salones donde se desenterraron restos de jarras de aceite, vino, harina e higos secos. Estas vasijas datan de la época de Herodes, pero tienen impresos nombres bastante posteriores –Shmael ben Ezra; Shimeon ben Yoezer–, que corresponderían a los zelotes. En una de estas salas se halló también un centenar de monedas forjadas en el año de la Gran Rebelión Judía.

El lugar más significativo desde el punto de vista arqueológico fue la identificación de la sinagoga, la única descubierta hasta ahora perteneciente a la época del Templo de Bet Hamikdash. Pero el gran misterio de Masada consiste en saber qué pasó con los cuerpos de los zelotes. Junto a unas escalinatas aparecieron tres esqueletos, uno de ellos perteneciente a un hombre de unos 20 años rodeado por un centenar de escamas de hierro que podrían haber sido de su armadura. Muy cerca estaba el esqueleto de una mujer cuyo cráneo todavía conservaba su pelo intacto, formando una trenza que parecía peinada el día anterior. En la roca donde estaba apoyada la cabeza de la mujer se encontró un tinte rojizo que podría ser sangre, y a su lado yacía el esqueleto de un niño. No hay forma de saberlo con exactitud, pero bien podrían ser los restos de una familia de heroicos zelotes. Además, en una caverna se encontraron otras 25 osamentas. La evidencia histórica parece demostrar que el asedio a los zelotes existió tal cual lo relata Josefo, aunque la gran duda es determinar cuál fue exactamente el episodio final. Nadie sabe con precisión qué ocurrió en la cima de Masada el día 15 del mes Xanthicus del año 74, y no se puede descartar que simplemente haya sido una masacre más a la cual el historiador le agregó un final literario, una costumbre bastante común por aquella época.

A los romanos les llevó siete meses escalar las paredes de aquella montaña para someterla. En nuestros días la tarea no lleva más de diez minutos, ya sea con un moderno cablecarril o a pie por una escalinata. Y hoy, judíos y no judíos de todo el mundo llegan hasta este solitario monte en medio del desierto para revivir en su cima la que habría sido una de las historias más heroicas y fascinantes de todo el mundo antiguo. Allí el visitante ingresa en la misma sala donde los arqueólogos encontraron once pequeñas ostracas (fragmentos de alfarería) que fueron escritas por la misma caligrafía apurada de una mano temblorosa con los nombres en hebreo de once judíos. En una de ellas se puede leer claramente el nombre de Ben Yair, el líder de la resistencia. Nada puede comprobarlo, pero probablemente en ese mismo lugar se haya realizado el terrible sorteo de los diez elegidos que determinó el curso de la fatalidad. Y en esos fragmentitos de una historia trágica estaría la prueba incierta para la posteridad.

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