UNIVERSIDAD › ENTREVISTA CON EL SOCIOLOGO LUCAS RUBINICH

El desembarco neoliberal

El autor de “La conformación de un clima cultural” analiza y desmonta cómo se instalaron en la sociedad y en la comunidad académica las ideas del neoliberalismo sobre la universidad pública y gratuita.

 Por Javier Lorca

“El rol de los organismos internacionales y de los intelectuales locales fue decisivo en la legitimación de las ideas neoliberales sobre la universidad”, sostiene el sociólogo Lucas Rubinich, quien analiza en el recién publicado libro La conformación de un clima cultural (Libros del Rojas) cómo se fueron “naturalizando” en la sociedad y en la propia comunidad académica los ataques del neoliberalismo a la universidad pública, gratuita y con libre ingreso.
–¿Cómo caracteriza la definición del problema de la universidad que construyó el neoliberalismo?
–Es una mirada que piensa a la sociedad como no determinada. Es decir, para nosotros, los sociólogos, las acciones de las personas están determinadas social y culturalmente. Nacer en uno u otro sector social, vivir en una u otra cultura, determinan las formas de ser y pensar. La idea contraria, que ha inficionado la definición de los problemas de la universidad, plantea una acción social no condicionada. Es el pensamiento de la Escuela Económica de Chicago: los individuos tienen una racionalidad no condicionada y se mueven libremente en un mercado, por eso hay que quitar las instituciones que constriñen ese libertad.
–¿Cómo entró ese pensamiento en la universidad?
–Ese pensamiento inficionó el discurso sobre la universidad, donde uno podía pensar que estas cosas no pasarían fácilmente por las tradiciones existentes en el mundo universitario. La gratuidad y el ingreso libre fueron criticados por miradas que vienen de esta tradición progresista argentina y latinoamericana, y fueron criticadas como lo hubiera hecho un economista de Chicago. Primero, ese discurso postula a la realidad social como procesos estructurales. Se dice: como hay ciertas determinaciones, las personas que vienen de diferentes sectores sociales traen distinto capital cultural y, ante las demandas de la universidad, las personas con menor capital cultural terminan expulsadas. El argumento neoliberal dice, entonces, que con la gratuidad y el libre ingreso se produce una ilusión de igualdad, una ilusión de democratización.
–Para usted, ese argumento desconoce la realidad argentina.
–Es insostenible en la Argentina, que a través de la educación pública vivió un proceso fabuloso de movilidad social ascendente y de inclusión masiva de gente con escasísimo capital cultural, como los hijos de los inmigrantes. Las miradas que incorporan el discurso neoliberal, primero, cristalizan la estructura social, la piensan con las diferencias que existen pero como determinaciones tan fuertes que ven una sociedad estática. Piensan que el que nace pobre va a seguir pobre. Y, cuando pasan a elaborar propuestas, aparece una mirada individualista, biologicista. Proponen arancelar, examen de ingreso y premiar a los mejores. La paradoja es que quieren premiar a uno y castigar a miles que, por el condicionamiento social, no pudieron rendir más. Y el problema no es de esfuerzo individual: los mejores también está determinados socialmente, tuvieron una biblioteca en la casa o fueron a un colegio mejor.
–¿Cuál es esa ilusión de democratización que plantean los neoliberales?
–Las miradas eficientistas nos corren por izquierda y dicen que se estaría generando un vil engaño: al ser gratuita la educación, los pobres, que no acceden a la universidad terminan pagando por los ricos. Nada más falso. El neoliberalismo pretende trabajar con criterios de eficiencia como si estuviéramos en una sociedad dual, en una sociedad como muchas latinoamericanas, donde hay una gran brecha entre los que están muy abajo y los que acceden a la universidad, donde no existen las expectativas de ascenso social que hay en Argentina. Acá tenemos alumnos de sectores medios y que muy difícilmente puedan ser identificados con los hijos de los ricos, como pretenden las miradas tecnocráticas que piensan en una sociedad latinoamericana dual. En Argentina hay una amplísimafranja de clase media donde el capital cultural no se corresponde con el supuesto capital económico de la sociedad dual latinoamericana.
–¿Cómo se fue legitimando esa visión neoliberal de la universidad?
–Desde los ‘80 y en especial desde el ‘89, por el avance del pensamiento neoliberal a nivel internacional, por la debilidad política de las naciones, los organismos financieros internacionales se fueron transformando en productores de conocimiento sobre lo social y las políticas públicas. Mientras en el Estado nacional se da un proceso de desfinanciación del mundo académico, que comienza a perder la autonomía, se da un proceso de sobrefinanciamiento de los organismos internacionales, que producen conocimiento para generar políticas públicas y educativas. Las categorías que usan esos organismos comienzan a inficionar a los científicos sociales locales. Este sobrefinanciamiento promovido por los organismos financieros destruye la autonomía académica. Una cosa es trabajar para un patrón, donde el que contrata formula las preguntas y yo, técnicamente, doy las respuestas. En cambio, un científico elabora sus preguntas. De eso depende la autonomía. La capacidad de preguntar se perdió en ese doble proceso.
–¿Qué rol cumplieron los intelectuales latinoamericanos?
–Si esa mirada está legitimada en prestigiosos centros de estudios como Flacso, si los diagnósticos elaborados por el Estado la sostienen, la mirada tecnocrática se instala. El papel de un referente de las ciencias sociales como el intelectual chileno José Joaquín Brunner fue fundacional. El comienza a definir a un nuevo tipo de intelectual que ya no estaría encerrado en los “muros” de la academia, sino que circularía con facilidad por los capilares de la sociedad. Para él hay que quebrar la autonomía porque en los países periféricos ella no produce conocimiento original. Ese quiebre es peligroso: el conocimiento crítico depende de la existencia de una comunidad de pares que no responda ni al capital económico, ni a una religión o partido. Y ese discurso llega de la mano de alguien que viene de una tradición progresista. A partir de ahí, se van incorporando científicos, se organizan programas para “diagnosticar el problema de la educación superior en América Latina”. Y el problema es definido por esa mirada que pretende restablecer, como garantía de calidad, cierto elitismo en la educación.
–¿Qué objetivo tiene esa pretensión de elitismo?
–La transformación del sistema universitario promovida por estos intelectuales es una propuesta de disciplinamiento social. La educación superior tiene que estar inserta en un proyecto de país. Ahí sí podemos discutir acerca de si priorizamos, por ejemplo, la carrera de Ingeniería o la formación de médicos. Hoy es absolutamente irracional cualquier tipo de restricción al ingreso. Sin proyecto de país, tenemos que pensar sólo en la mayor inclusión posible de personas en el sistema universitario, porque eso va a suponer beneficios para toda la sociedad y, a la larga, supone la posibilidad de generar políticas que permitan esa transformación del país. En un contexto de crisis como el actual, políticas restrictivas como los cupos y el arancel solamente contribuirían al disciplinamiento de la sociedad.

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Rubinich es profesor de la UBA y director de la revista “Apuntes de Investigación”.
 
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