Mi 24 de marzo de 1976

Aníbal Barrios

La vieja de todos los plomos

por Eduardo Fabregat


Yo soy el que arma una banda de rock.
Yo soy el que espera verte en cada show.
Siempre es lo mismo con esta suerte.
Nunca volveré a verte otra vez.
(Oveja Negra, 1983)

En el mundo anglosajón tienen un nombre bastante más elegante: roadie. El medio rockero argentino, que tuvo que ir aprendiendo todo sobre la marcha, enfrentándose a los obstáculos más impredecibles, fue menos respetuoso en el bautismo. Y entonces, los tipos que hacen posible la ceremonia máxima de la música se convirtieron en plomos. Nadie sabe a ciencia cierta de dónde salió semejante denominación, más apropiada para el moscardón que revolotea alrededor de las estrellas –a quien se le destinó el apodo de monitor– que para un personaje fundamental de la producción de espectáculos, el hombre en las sombras que carga, descarga, arma, prueba y reprueba que el más mínimo enchufe esté en su lugar, y pone el hombro para que miles de personas renueven el rito cada noche. En 1983, los colaboradores de León Gieco dieron el salto y cantaron su Canción de los plomos en el escenario. Pero el gremio que con el tiempo empezó a defender la denominación de “asistente técnico” tiene otro personaje paradigmático, un animal de escenario que nunca se colgó la guitarra: Aníbal Barrios, La Vieja.

La Vieja no es cualquier plomo. La Vieja es la mano derecha de Luis Alberto Spinetta, el hombre que deja el escenario preparado para que el Flaco suba y haga magia, personaje clave en el estudio La Diosa Salvaje, maestro mayor de mates en la tranquilidad de Villa Urquiza, tan fundamental en su labor como para que el Flaco incluya su foto en los discos y no olvide jamás agradecer su labor a la hora del vivo. “Es como algo que comés y te empieza a gustar. De repente, es tu comida favorita”, explicó, muy sencillamente, en una pequeña nota de este diario en 1994. La alegoría con la comida no parece caprichosa: en los ‘70, La Vieja fue plomo de una banda llamada Sátrapa y luego trabajó con Banana, pero su primer trabajo fuerte fue junto a Spinetta y nada menos que en el regreso de Almendra: la gira de El valle interior, los históricos conciertos de Obras Sanitarias y la posterior actividad con Spinetta Jade fueron afianzando la relación entre Luis y su asistente, que ya no era Aníbal: en un medio donde resuenan nombres de plomos célebres como El Vikingo, Quebracho o Furia, Aníbal era La Vieja, y no era un apodo peyorativo sino de puro cariño.

Pero si La Vieja llegó a ser una institución, un tipo digno de titulares más grandes, fue por su hambre de más. “No podés quedarte únicamente en cargar equipos”, se dijo, y la relación con Spinetta entró en una pausa. Barrios entró a la empresa de sonido del Toro Martínez y Héctor Starc, se formó con ellos, con el Tapa Escriña y Juan Segura, y lo suyo ya no fue sólo levantar una caja de cincuenta kilos sino conocer los secretos de los amplificadores, las consolas de sonido y el monitoreo, ese detalle que puede llevar a que un músico encandile a una multitud o le destroce los tímpanos. De vuelta al equipo de confianza de Luis, La Vieja le aportó todo lo que supo aprender del difícil oficio de montar un escenario, pero también unos mates que se han vuelto legendarios. Y su fotito entre la de los músicos le produce algo de incomodidad, pero al cabo eso lo ayuda a sentir que más de treinta años de laburo lejos de las ovaciones al protagonista no fueron en vano. Roadie, asistente, stage manager, el título que se quiera: Aníbal Barrios, La Vieja, es ese pequeño duende en las sombras que, en nombre de todos los plomos, contribuye a que la vida se pueda seguir traduciendo en canciones.

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