Si, como solemos decir –porque así lo creemos–, cada partido de fútbol es, sobre todo, una historia, un relato, este inolvidable Uruguay–Inglaterra lo fue casi en exceso. Quiero decir: fue, por un lado, una especie de cuento clásico tradicional por su estructura (las peripecias del héroe reivindicador) y, por otro, un moderno best-seller marcado por el uso y, abuso de (bajos) recursos de seguro efecto en el espectador. Un modelo de diseño.
Más claro aún: el partido fue, en realidad, una especie de película groseramente taquillera, incluso demasiado redonda –si te la cuentan– para ser buena. Pero eficaz, muy eficaz. Pensada desde un guión simple y lleno de lugares comunes e ingredientes sentimentales, excesivo en su planteo, cuadrado en la alternancia de las tensiones durante el desarrollo, y alevoso en su happy end, Uruguay-Inglaterra tuvo, sobre todo como recurso de eficacia inigualable, la figura del héroe consabido, el “muchachito de la película”. Y Luis Suárez fue, sin duda, un hallazgo a la hora del casting.
Encarnación del espíritu y de la esperanza colectivos, portador de los atributos propios de su condición de elegido, con la aptitud y actitud necesarias para superar, en principio, los obstáculos previos, el héroe machucado y convaleciente –convocado en circunstancias extremas–, ya entrado en combate, arranca las primeras sonrisas. Sin embargo, en un guión ortodoxo, tiene que haber un momento de angustia; y lo hay. Así, cuando se avecina la noche, cuando cunde la desazón que provoca la inminencia de la derrota (el empate, bah), el héroe, sobre el final, reaparece de la nada para salvarlos a todos. Festejo colectivo mientras pasan los títulos. Este Spielberg sí que las sabe hacer.
En síntesis: esta memorable victoria de Uruguay a sala llena ha sido, hasta ahora, uno de los picos emocionales de un Mundial sin (apenas) desperdicio. El trámite del partido, una vez más, ratifica qué entreveradas y saludablemente complejas son las relaciones entre desarrollo y resultado, cómo divergen y/o convergen al final. Grande, poderoso el partido celeste, como se debía jugar. Por su lado, otra vez zapateros, los ingleses juegan como si anduvieran en bici: si se paran, se caen. Tras batallar tanto y tan bien para llegar al merecido empate –por fin se le dio a Wayne–, pensaron en la (¿accesible?) Costa Rica un par de minutos. Y el increíble Héroe los vacunó.
Estaba escrito.
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