DEPORTES › LA PATRIA TRANSPIRADA (24 PULGADAS, EN REPOSO)

Una de Spielberg a sala llena

 Por Juan Sasturain

Si, como solemos decir –porque así lo creemos–, cada partido de fútbol es, sobre todo, una historia, un relato, este inolvidable Uruguay–Inglaterra lo fue casi en exceso. Quiero decir: fue, por un lado, una especie de cuento clásico tradicional por su estructura (las peripecias del héroe reivindicador) y, por otro, un moderno best-seller marcado por el uso y, abuso de (bajos) recursos de seguro efecto en el espectador. Un modelo de diseño.

Más claro aún: el partido fue, en realidad, una especie de película groseramente taquillera, incluso demasiado redonda –si te la cuentan– para ser buena. Pero eficaz, muy eficaz. Pensada desde un guión simple y lleno de lugares comunes e ingredientes sentimentales, excesivo en su planteo, cuadrado en la alternancia de las tensiones durante el desarrollo, y alevoso en su happy end, Uruguay-Inglaterra tuvo, sobre todo como recurso de eficacia inigualable, la figura del héroe consabido, el “muchachito de la película”. Y Luis Suárez fue, sin duda, un hallazgo a la hora del casting.

Encarnación del espíritu y de la esperanza colectivos, portador de los atributos propios de su condición de elegido, con la aptitud y actitud necesarias para superar, en principio, los obstáculos previos, el héroe machucado y convaleciente –convocado en circunstancias extremas–, ya entrado en combate, arranca las primeras sonrisas. Sin embargo, en un guión ortodoxo, tiene que haber un momento de angustia; y lo hay. Así, cuando se avecina la noche, cuando cunde la desazón que provoca la inminencia de la derrota (el empate, bah), el héroe, sobre el final, reaparece de la nada para salvarlos a todos. Festejo colectivo mientras pasan los títulos. Este Spielberg sí que las sabe hacer.

En síntesis: esta memorable victoria de Uruguay a sala llena ha sido, hasta ahora, uno de los picos emocionales de un Mundial sin (apenas) desperdicio. El trámite del partido, una vez más, ratifica qué entreveradas y saludablemente complejas son las relaciones entre desarrollo y resultado, cómo divergen y/o convergen al final. Grande, poderoso el partido celeste, como se debía jugar. Por su lado, otra vez zapateros, los ingleses juegan como si anduvieran en bici: si se paran, se caen. Tras batallar tanto y tan bien para llegar al merecido empate –por fin se le dio a Wayne–, pensaron en la (¿accesible?) Costa Rica un par de minutos. Y el increíble Héroe los vacunó.

Estaba escrito.

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