El Di Tella, los 60, ambos reivindicados como “faros de luz”. Los sótanos y piringudines, los grandes teatros, la calle Corrientes. Los 70, la canción social y la “protesta, protestona, protestita”, Mario Benedetti, Alberto Favero. La censura, el exilio. Las malas críticas de la prensa de la época, el vegetarianismo, la marca de Eva, el gran musical argentino. De todo esto canta y cuenta Nacha Guevara, en un recorrido en el que desfilan tanto su historia artística personal como la historia del país. Lo hace con las que presenta como Las canciones que nunca volví a cantar. Que en esta selección son sobre todo aquellas que fueron estrenadas en el Di Tella, con su marca iniciática, su desenfado, su intencional vocación rupturista. La intérprete las volvió a cantar el jueves pasado y anoche en La Trastienda, y seguirá haciéndolo los días 15, 22 y 29 de marzo en ese local de San Telmo. 

Así revisitadas, muchas canciones reponen aquel espíritu de experimentación y descaro que quedó fijado como marca de época, al tiempo que reivindican al Di Tella como usina creativa aglutinante y expansiva. Guevara le rinde homenaje como el lugar desde el cual surgió como cantante, en tiempos en que estudiaba teatro, sin dejar de nombrar y homenajear a Jorge Romero Brest o Federico Peralta Ramos, entre otras figuras de la época. Desde las fotos, desde las canciones y desde los textos, reivindica al Di Tella como “ese lugar donde equivocarse estaba permitido”, “ese templo donde convivían la belleza y el mamarracho, lo ridículo y lo sublime”. Y en ese mismo gesto se ubica a sí misma dentro de ese espacio simbólico iniciático, por sobre otros que fue habitando a lo largo de su carrera y de las reconversiones que, como muchos artistas, fue teniendo y decidiendo con el tiempo. 

De aquellas épocas de “llenos de 18, 20 personas en un subsuelo” vuelven temas como “La mala reputación”, aquella adaptación de Georges Brassens, y otros más bizarros como “Buenas tardes muchos quimbos” (una “receta explosiva” para hacer huevos quimbos) o “Proximidad”, en la que Jorge de la Vega vuelca todo el diccionario de sinónimos para hablar de los distintos modos de estar próximos, cerca, juntos. Desde aquel debut con el disco Nacha Guevara canta, de 1968, la artista repasa espectáculos como Nacha de Noche o Anastasia querida, y sigue contando. “¿Ahora entienden por qué estas son las canciones que nunca volví a cantar?”, bromea.  

Solo acompañada por el piano de José Tambutti, aunque cantando sobre pistas algunas canciones que lo requieren, Guevara despliega un magnetismo y una seguridad escénicas que mantiene como marcas, una voz que va midiendo al principio pero  con la que es capaz de sostener agudos y esfuerzos, monólogos consistentes y bien planteados entre cada canción, con los que va contando su historia. Se muestra en gran forma física, artística y vocal. Y muestra que pertenece a aquella raza de artistas de café concert, que cuando pisa un escenario, lo pisa en serio.         

Nacha Guevara sigue contando y cantando y así aparece la época de la canción social, su recordada época de trabajo con Mario Benedetti y Alberto Favero, canciones como “Te quiero”, “Yo te nombro, libertad”, “Mi ciudad”, “Fuimos los patitos feos”, todo  un leitmotiv. Para el final llega “No llores por mí Argentina”, otra marca. Los tiempos de alabanza al espejo en ATC, que hoy son como una foto de los 90, o su presente como jurado del Bailando por un sueño, no forman parte del recorrido ni de las bromas que se permite sobre sí misma (aunque este último aparece reflejado en la función de estreno, llena de panelistas de los programas de chimentos). Hacia el final del espectáculo Guevara se nombra a sí misma como una sobreviviente, y la definición le calza bien. En el repaso queda claro, en todo caso, que supo ir acompañando con su carrera y sus decisiones los cambios sociales y políticos que fue atravesando el país. 

Nacha Guevara canta y cuenta su historia. La canta como quiere. Como hacen todas y todos, elige qué destacar y qué omitir, qué subrayar en primer plano y qué soltar como al pasar, qué conexiones explicitar y cuáles mantener sin enunciar. Y en este relato construido en primera persona, la que canta es una artista.