Vístase de rosa, póngase un sombrero de piel de conejo si es invierno, o uno con plumas si es verano, medias de colores que no combinen, y salga a la calle. ¿No se anima? Lamento informarle que su libre albedrío ha sido abolido... Pero no es un problema exclusivamente suyo. La polémica sobre el libre albedrío es vieja y de alto vuelo, ha ocupado a filósofos, y Lutero y Erasmo mantuvieron una gran disputa epistolar sobre el tema.

La pregunta es: ¿Tenemos el poder de elegir lo que deseamos? ¿Cuál es el límite?

Quizá la historia se podría mirar como el intento de controlar el libre albedrío de los otros. El famoso orden, la mano dura que reclama ese primo reaccionario, no es otra cosa (al menos en parte) que el control de ese libre albedrío, cómo viste el resto, cómo habla, con quién se acuesta, etc.

No es casualidad que controlar el libre albedrío ha sido el sueño de todo dictador, de todo supervillano de película, de todo megalómano. El dictador que se dé cuenta de que lo que tiene que hacer es dejar a la gente coger, bailar y beber hasta que se apague el sol, nadie lo va a derrocar. ¿Nadie? Error. Lo van a derrocar sus amigos poderosos, la iglesia, los representantes de la moral burguesa, los amargados que temen al libre albedrío.

¿Cómo sería el mundo si el libre albedrío fuera ley? ¿Cómo sería si estuviera prohibido prohibir, como rezan esos carteles a los que ya nadie da bolilla? Estoy tentado a decir que sería la joda loca, pero la verdad es que llevamos en nosotros el germen de la represión, de la autocensura, de la moral, de la civilidad, esa voz interior que nos dice que vestirse a lunares no está bien aunque sea lo que queremos hacer.

¿Y por casa cómo andamos? No vaya a creer que usted y yo estamos fuera de esta regla. Todos buscamos cierto orden: ponerle límites al vecino, a los hijos, etc. Porque uno de los triunfos de los que intentan controlar el libre albedrío es la autocensura, la idea del ridículo, la vergüenza.

El libre albedrío asusta no sólo a los sistemas, asusta también a la gente común. O sobre todo asusta a la gente común, a los que se indignan con los hippies, con los que se enamoran de alguien de su mismo sexo. Entonces, el sistema los agrupa con herramientas que va creando: partidos conservadores, grupos moralistas, iglesia, moda.

Y por fin la tecnología. Vivimos en un mundo donde la policía llevará gafas con software de reconocimiento facial.Claro que la gente (la gentuza como nosotros) encuentra cada tanto fórmulas para desatarse y romper algunos de esos moldes, no todos. Todos es imposible, está en nuestro ADN. Y así llegan las revoluciones, los cambios de paradigma, tal vez las guerras.

Decía que todo es imposible, porque si rompemos esos moldes sobre los que basamos nuestras vidas, sería la anarquía, algo que ni los anarquistas soportarían. Es una teoría muy estimulante. A mí me encanta, siempre que el vecino no saque los parlantes a la calle y ponga reggaetón al palo.

Toda teoría social, todo intento de cambio, es una teoría del libre albedrío. Ninguna revolución busca reinstalar el libre albedrío (si es que alguna vez existió) sino reemplazar un albedrío controlado por otro. Y como si no bastara, en lugar de avanzar hacia más libertad, a veces se retrocede. En España condenaron a la cárcel a alguien que cantaba contra el rey. Y se prohíben libros, y no en Irán o Venezuela, sino en la educada y moderna Europa.

Discutir el libre albedrío como lo hicieron Lutero y Erasmo ya no tiene sentido. El libre albedrío no existe. Hay reglas, leyes, miedos, supersticiones, y una larga ristra de impedimentos. Pero sí se puede juguetear en los márgenes de lo instituido. La inteligencia del que reclama reside en saber qué es lo que se puede pedir y qué es lo que se puede lograr, hasta dónde se puede tirar del hilo, tensar la cuerda, romper las pelotas.

Es lo que hay. Pero hay espacio para romper cosas. Para pedir cambios. No mucho espacio. Y hay cosas que no nos podrán dar porque ya no existen. ¿La libertad? ¿Qué es la libertad cuando sos parte de un sistema, pagás impuestos y dependés del dinero? ¿Sólo una palabra? Si no lo sabe, se lo recordarán el Estado, la Iglesia, la Afip, y al fin los amigos y familiares.

Queda poco de esa libertad para elegir: vestirse de rosa a lunares, cantar en las canchas. O ponerse un sombrero de piel de conejo, medias de colores que no combinan, y salir a la calle como diciendo no me des por muerto, ni aún muerto. Se parece mucho a estar loco. El primero que se lo haría notar sería la persona que tiene al lado. Pero al menos se habrá dado el gusto de hacerle fuck you al mundo organizado. Eso sí, después salga corriendo, que esos que lo persiguen son de la cana o del loquero.

 

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