Los días que transcurrieron entre el 11 de marzo de 2008, cuando se firmó la resolución 125, hasta la madrugada del 17 de julio del voto no positivo de Julio Cobos, fueron decisivos para Alberto Fernández. Jefe de campaña de Néstor Kirchner, la natural continuidad como su jefe de Gabinete y luego la misma tarea con Cristina Kirchner, la disputa por la 125 lo distanció tanto que terminó renunciando. Enfrascado en la tarea de volver a unir al peronismo, hoy cuenta algunas cosas de aquellos días y en otras prefiere no avanzar para no herir susceptibilidades, aunque reconoce errores y asegura que aprendió mucho de lo que sucedió.

–¿Cuando comenzaron a hablar de una resolución para fijar retenciones móviles imaginaron lo que sucedería después?

–Lo que vislumbramos en aquel momento con Martín Lousteau fue que iba a haber un conflicto fiscal generado por la crisis que se desató después en Estados Unidos con la caída de Lehman Brothers. Eso generaría una fuerte caída en las economías centrales e incidiría en nuestras exportaciones. Lo que pensamos originalmente fue ir reduciendo en forma paulatina, en un plazo de cinco años, los subsidios a la energía y al transporte. Pero Cristina entendió que eso podía significar un enfriamiento de la economía así que nos pidió que buscáramos otras alternativas. En el medio apareció una propuesta de Guillermo Moreno que proponía aplicar retenciones del 65 por ciento a cualquier exportación del campo, lo que nos pareció una locura. Lousteau entonces ideó las retenciones móviles, que en contraposición sonaban muy lógicas.

–¿Por qué?

–Eso que si subía el precio, subían las retenciones, y si bajaban, bajaban las retenciones, estaba muy bien. Al lado de lo de Moreno parecía un juego de niños.

–Incluso la presentación fue a la prensa, no hubo acto como se hizo con otras medidas, ¿no?

–Yo me desentendí del tema. El 11 de marzo me llamó Cristina a su oficina para pedirme que fuera porque Lousteau tenía listo lo de las retenciones. Martín nos explicó cómo era la medida, las retenciones móviles a la soja y que bajaría las de maíz y trigo. Yo escuché un poco por arriba y le pregunté: “¿esto lo hablaste con la gente del campo?”. “Está todo arreglado”, me dijo. Fue la única pregunta que le hice. “Bueno, okay entonces”, le dijimos. Bajó a la sala de prensa y anunció ahí “su” resolución, porque no había intervenido nadie, sólo él.

–¿Todo quedó ahí?

–Sí, incluso no le di mucha trascendencia. A la hora recibo el primer llamado, que fue de Eduardo Buzzi, de la Federación Agraria. “¿Qué es esto que hicieron?”, me preguntó. “¿Cómo, no lo hablaron con ustedes?”, le dije yo. “¡Cómo van a hablar esto con nosotros!”, se indignó. Al rato me llama Luciano Miguens, de la Sociedad Rural. Estaba todo el mundo conmocionado. Me vuelve a llamar Buzzi y me avisa que iban a hacer un paro por tiempo indeterminado. Ahí agarré y lo llamé a Lousteau para preguntarle si de verdad hablado sobre la resolución. Por lo que me contestó supuestamente era su segundo, el secretario de Finanzas, que había hablado con alguien de la Federación Agraria. “¿Quién de la Federación Agraria?”, le pregunto. “No sé, un asesor”, me respondió. Ahí arrancó el quilombo. Empecé desesperado a tratar de arreglar el asunto, pero era muy complicado porque técnicamente la resolución estaba mal hecha.

–¿Por qué estaba mal hecha?

–Porque tenía un punto en el que se volvía confiscatoria. Porque cuando la soja llegaba a un valor de 600 dólares, todo lo que se cobraba por encima de eso quedaba en un 95 por ciento para el Estado. Eso claramente estaba mal. Corregimos muchas cosas, pese a que después se dijo que fuimos inflexibles. Aun antes de que el proyecto fuera al Congreso eximimos a los pequeños productores de la retención, que podían compensar lo que se les quitaba. Pusimos subsidios a los fletes para abaratar los costos, nos comprometimos a todo lo que ingresara en este concepto iba a estar destinado a gastos de salud y educación. Y finalmente lo mandamos al Congreso, donde se le hicieron otros cambios. Así también se nos presentaron obstáculos impensados porque cuando ideamos que los pequeños productores recibieran una compensación, obviamente necesitábamos que estuvieran registrados en la AFIP y resultó que ninguno estaba inscripto, estaban todos en negro.

–¿Cómo se vivió dentro del Gobierno cuando vieron el rechazo a la resolución y la pulseada política que se generó?

–Cristina acababa de ganar una elección por 45 a 22. La oposición estaba absolutamente diezmada y sin líderes. Ellos vieron un sector que podía liderar una acción contra el Gobierno y se colgaron ahí. Cuando los partidos opositores comenzaron a sumarse al reclamos del campo, la cuestión se convirtió en algo ciento por ciento política. Cuando todavía me preguntan por qué se hizo una cuestión contra el campo, les digo que porque la oposición se sumó y vieron la posibilidad de aglutinar gente. Ahí todo se complicó el doble. No era una discusión con Buzzi o con Miguens sino con Lilita Carrió o Francisco de Narváez, todos esos personajes. Por eso se llegó a ese nivel de confrontación.

–¿Evaluaron la posibilidad de dar marcha atrás cuando notaron ese nivel de confrontación?

–La verdad es que yo propuse derogar la resolución. Que cuando renunció Lousteau se dejara sin efecto. Básicamente por una cuestión práctica. ¿Por qué tenía que seguir discutiendo una resolución que hizo él, que estaba técnicamente mal? Se lo dije a Cristina. “¿Por qué no terminamos con esta discusión y empezamos de vuelta?”. Pero Cristina interpretó que eso podía ser tomado como un gesto de debilidad y seguimos adelante.

–¿Cuando el proyecto pasó al Senado imaginaron que podía perder?

–Primero estábamos medianamente cómodos. La cosa comenzó a complicarse cuando a Guillermo Moreno se le ocurrió ir al Senado. Ahí perdimos dos o tres senadores. Me acuerdo que me llamó Miguel Angel Pichetto y me pidió que por favor no lo mandara más. Después hubo mucha presión en los pueblos sobre los senadores. Las sociedades rurales locales te marcaban la casa, te estigmatizaban socialmente. Varios no aguantaron la presión y se dieron vuelta. Y todavía tengo muchas dudas sobre lo que pasó con el senador santiagueño (Emilio Rached). No se lo vio en todo el día y recién apareció a la noche para votar en contra. (El gobernador Gerardo) Zamora me había garantizado que estaba todo bien.

–¿Cuándo comenzaron a sospechar sobre lo que haría Julio Cobos?

–Cobos había hecho todo lo “políticamente correcto”, entre comillas. Recibía a las asociaciones del campo, a los gobernadores afectados, pero estaba todo bien. En el momento que se dio cuenta que tenía que desempatar porque el senador de Santiago votaba en contra, se desesperó. Nadie se movió más que Cobos para conseguir el voto para que el Gobierno gane, pero porque no quería votar él. Quería que el costo por la resolución lo pagáramos nosotros. Cuando vio que no había conseguido ese voto que faltaba, cayó en ese pozo anímico en el que se lo ve al momento de votar.

–¿Lo llamó antes del voto?

–El me llamó. Me contó que había hablado con su hija y que ella le había dicho que no iban a poder caminar por la calle ni ir a los shoppings si votaba eso. Ahí yo le dije: “Pucha, que mala suerte, de haber sabido la ponía a tu hija de vicepresidente y trataba con ella directamente”. La verdad es que tuve siempre una muy buena relación con Cobos. Lo que también le dije ese día fue que él no era un senador, era el vicepresidente del Poder Ejecutivo y que estaba ahí en representación del Gobierno, no de las provincias. Por lo tanto tenía que votar a favor aunque le pareciera mal. “Hacé un discurso diciendo que votás por tu responsabilidad institucional pero que no te parece que sea la solución y que le pedís a la presidenta que al día siguiente convoque a todos para seguir discutiendo el tema”, le dije. Pero me di cuenta que tenía un agobio tremendo, parecía que había perdido a un ser querido. Nunca pensó que iba a tener que votar.

–Después de eso ocurrió su salida del Gobierno después de cuatro años como jefe de Gabinete de Kirchner.

–Sí, la verdad es que no quiero recordar mucho esos días de crisis posteriores. Los vivimos Néstor, Cristina y yo. Néstor murió, quedamos Cristina y yo, y no quiero volver a aquello. Se dijo después que yo inventé lo de la renuncia, pero lo cierto es que fue Néstor el que empezó a llamar a todos para despedirse. Llamó a diputados, a intendentes. Cuando salí de Olivos, luego de una tremenda discusión que tuvimos, tenía como 70 mensajes de texto que me preguntaban si renunciaban. Pero lo que digo ahora es que no tiene mucho sentido volver sobre eso porque Cristina no renunció. Si alguna vez lo pensó, lo cierto es que no lo hizo.

–¿Hoy hace una autocrítica de lo que pasó, tanto antes como después?

–Yo en ese momento era el gobierno, así que si hago una crítica me critico a mí. Me hago responsable de todo lo que hicimos. Creo que nosotros como gobierno nos equivocamos. Tercamente sostuvimos una resolución que sabíamos que estaba mal hecha. La sostuvimos porque pensamos que esa marcha atrás podía interpretarse como un acto de debilidad de un gobierno que recién empezaba y que por primera vez tenía una mujer al frente. Mirando retrospectivamente aprendí algunas cosas. No hay motivo para poner en vilo a la sociedad durante tantos días tan sólo por la terquedad de que nadie te doble el brazo. Admito que la política es un juego de intereses. Cuando tomás una decisión, afectás un interés y beneficiás a otro. Pero el secreto de gobernar es armonizar intereses. Aprendí que cuando vas por todo corrés el riesgo de quedarte sin nada. Reivindico cada vez más la idea del diálogo y de encontrar soluciones consensuadas.

–Pero hay muchos que sostienen que la pelea por la 125 sirvió para sacar a relucir lo mejor del kirchnerismo y que su mejor etapa es la que vino después con la ley de medios, la estatización del sistema jubilatorio, la AUH, el matrimonio igualitario.

–Esa es una lectura muy maniquea. Uno podría decir que ahí empezó la hecatombe. El déficit fiscal, el déficit comercial, el cepo cambiario. No quiero hacer esa composición de lugar. El segundo mandato de Cristina estuvo signado por la ampliación de derechos, pero en términos económicos empezó el relajamiento. Lo que ocurrió con la 125 fue que empezó la idea de la política maniquea, que dividió aguas entre buenos y malos. Y creo que fue muy nocivo. Esta es mi visión. Cristina la impuso muchas veces pero no se notó tanto porque tenía la resistencia de los grandes medios de comunicación. Mauricio Macri perfeccionó esa política con la anuencia de los grandes medios de comunicación, por eso el daño que hace Macri es infinitamente mayor que el que hacía Cristina. A esta altura ya deberíamos darnos cuenta de que es una mala política. Nosotros, con la 125, nos pusimos en contra a la Federación Agraria, una cosa increíble.

–Pero cuando se afectan intereses siempre va a haber resistencia. ¿No es difícil encontrar siempre una solución consensuada?

–Por supuesto. Por eso digo que podríamos haber dejado algo de la Resolución 125 corrigiendo otras cosas y haber ganado. Pero por no querer corregir perdimos todo.