El jueves pasado, los sectores más activos de nuestra sociedad volvieron a demostrar que este país tiene reflejos contestatarios probablemente únicos. En ningún lugar del mundo, siendo que el 8M es una consigna internacional, se vivió lo que aquí ni aun en forma aproximada con una manifestación que la propia prensa oficial calculó en 350 mil personas.

Tampoco había ocurrido en parte alguna lo que significó el precedente callejero del Ni Una Menos. A esta altura, como señalaron unos pocos colegas, el Día Internacional de la Mujer tiene entre los argentinos una identidad que lo equipara a nuestros 24 de marzo. Son fechas ya clavadas de grandes movilizaciones, cualquiera sea la circunstancia política que las rodee. Pero, como si fuera poco, el contenido de la marcha se agrandó hasta límites inimaginables muy poco tiempo atrás. La masividad en torno de despenalizar el aborto, con todo lo que eso implica de por sí y nada menos que en el país del Papa, no dejó de ser un componente: el que sobresale, con seguridad, pero ni de lejos el exclusivo.

Hace bien comenzar el recorrido desde el escenario. Liliana Daunes es un emblema feminista con trayectoria, convicción y autoridad militante desde hace tantos años como los que parece que no le pasan nunca. Hablaba en los medios del universo de género cuando lo hacían entre nadie y muy pocos. Como siempre, ni siquiera le hizo falta apoyarse en gesticulaciones técnicas para remarcar trazos: papel en ambas manos y sólo la voz inconfundible. Leyó ante la multitud con una entonación admirable, y en todo caso recargó también cada palabra y párrafo en los que debían sobresalir reivindicaciones no circunscriptas a la problemática supuestamente “exclusiva” del llamado a la calle. El discurso se amplió contra “el ajuste del neoliberalismo magro que encara en nuestro país el gobierno de Macri y la Alianza Cambiemos, con la connivencia de los gobiernos provinciales”. Exigió “el cese de los despidos y la flexibilización laboral que intentan disciplinar a la clase trabajadora”. Se pronunció en contra de “la reforma laboral en todas sus variantes” y en defensa de los convenios colectivos. Advirtió sobre “el uso oportunista de las licencias parentales y de la referencia a la brecha salarial por parte del Gobierno, en el contexto de despidos masivos” y de la reforma previsional neoliberal. Remitió, en fin, a un escenario económico dramático que abarca tanto a mujeres como a hombres y transgéneros. El texto consensuado, al cabo de decenas de asambleas a las que los aparatos comunicacionales no prestaron el menor interés, propuso el desafío de politizar por completo en lugar de dedicarse a un lenguaje sectario que sólo sirve a satisfacciones de sectores ultristas. Fue un ejemplo de cómo debe masificarse el sentido de una convocatoria a priori focalizada en aspectos de otro tipo, pero nadie en la concurrencia –ni en los medios, desde ya– podía llamarse a engaño en cuanto a que se trataba de una marcha de claro tinte opositor. La prensa oficialista ignoró esos tramos del documento en forma tan olímpica como desvergonzada, excepto en algún caso manifiesto que pretendió deleitarse con las hordas kirchneristas que metieron cizaña. Para esos medios no existió, directamente, que el implícito de la marcha conllevara críticas durísimas al Gobierno. Otra realidad invisible. La visibilizada es centrarse en que hablar de los derechos de las mujeres es políticamente correcto, mientras se mantenga en ese recuadro. No habrá quien se oponga, so pena de ser considerado un antediluviano, y por ahí va el duranbarbismo.

El reclamo extendido por la despenalización del aborto, que en el 8M de hace un año apenas hubiera sido el producto de una fantasía, es lo que concentra la atención mediática. Además, le sirve a la prensa gubernamental para imprimir la imagen de un Macri progre que nadie tenía en los cálculos y que, sumado al proyecto de igualación salarial y derechos compartidos, probaría que la fauna reaccionaria está en el palo “populista”. Una trampa que a la oposición le conviene desmontar de manera firme, más allá del tiempo que perdió el período K para implementar lo que ahora madrugó el macrismo en dirección publicitaria. En efecto, escuchar que un gobierno como éste se preocupa por las diferencias de ingresos entre hombres y mujeres y que busca la equidad de género, oportunidades y salarios, mientras ejecuta un modelo perverso contra quienes menos tienen, debería dar escalofríos. La estrategia oficialista es orientar que “sólo” se trata de la despenalización del aborto y de asumir la agenda feminista. Pero tiene el problema de que esa agenda quedó ensanchada a cuestionamientos nodales, capaces de pegar directamente en el corazón del modelo neoliberal. Resulta complicado concluir que la apuesta del macrismo es a pura ganancia, salvo que se le dé enorme entidad a haber quitado de portada la escena económica y su crecimiento invisible durante unos cuantos días. La progresía que aborrece a Macri no lo votará, nunca, ni a él ni a ninguno de sus referentes, aun cuando se sancionara la despenalización del aborto. A quienes abrevan en el ecosistema gorila tampoco se les moverá un pelo. Y en el presuntamente decisivo tercio fluctuante del electorado, no parecería que el tema del aborto vaya a conmover de manera determinante porque lo que se juega ahí es el humor circunstancial que despierte la economía.

No deben hacerse juicios apresurados, de todos modos. En su artículo más reciente para la revista La Tecl@ Eñe, el sociólogo Ricardo Rouvier previene que la oposición, globalmente descripta, comete un error al confundir el vacío en la calle y los cánticos contrarios a Macri con algún desenlace próximo. “Aunque los actos públicos de Cambiemos siempre son un baldío (agreguemos: en contraste con la potencia de los actos opositores, y entre ellos el del jueves), esto no significa que haya que hacer veredictos electorales. Hay millones de ciudadanos que suelen guardar silencio y se expresan sólo con el voto, para sorpresa, luego, de los perdedores. Justamente, el problema de la oposición son los votantes y no la temperatura de sus manifestaciones”. Cabe estar (muy) de acuerdo con Rouvier acerca de que la oposición debería agregar algún elemento de mayor jerarquía para el estudio y conocimiento de la realidad, evitando que las redes sociales se conviertan en la única bibliografía porque, además, debe considerar la urgencia del tiempo entre hoy y el 2019. “Será muy difícil unir todos los fragmentos, y hay una relación directa entre la división del peronismo y la posibilidad de reelección”.

Hay otro apunte, encuestológico, en el que coinciden los relevamientos de oficialismo y oposición. “Los estudios indican que Macri, a la fecha, retendría un tercio de los votantes del padrón nacional. Y que la oposición tendría un 40 por ciento. Hay una mayoría que prefiere a un opositor para la elección presidencial. En una primera lectura, significaría una mala noticia para el Gobierno”. Pero sobrevienen los obstáculos, con una lectura más fina, por lo difícil de que haya un solo adversario electoral del oficialismo capaz de concentrar todo el voto adverso a él, como en un ballottage anticipado. “Y que el Presidente, hoy, obtenga un 30 por ciento de votos (con un 23 por ciento de indecisos), establece un piso probable para la renovación”.

Cálculos como esos pueden parecer anticipados, o más bien inoportunos cuando se viene de una manifestación popular impactante, anti-Macri, que obligaría a concentrarse allí en lugar de buscarle complejidades. Pero las serias dificultades están y no advertirlas, estudiarlas, ensayar salidas, sería análogo a la realidad invisible que propone el oficialismo.

Sí, es cierto que la marcha del jueves reafirmó que la cosa política está en disputa. Al igual que la despenalización del aborto como debate o reclamo extendido, pocos o casi nadie se lo imaginaban con esta contundencia hasta hace nada más que unos meses.