Desde Barcelona

UNO Hoy, Rodríguez se siente absoluta y definitivamente twee. De tanto en tanto le pasa. Y no sabe si eso lo alegra o lo perturba o qué. Rodríguez nunca fue muy de fraternidades o de etiquetas generacionales. No fue new wave ni punk, jamás creyó en el PSOE o en el PP como en dogmas absolutos, y mucho menos le importa que suba su presión arterial por millonarios que juegan al fútbol. Ahora, está claro que no tiene edad (menor edad) ni poder adquisitivo suficiente para considerarse un hipster. Además, lleva décadas de matrimonio normalmente infeliz y tiene dos hijos; lo que no lo dota de suficiente autonomía como para estar a la última cuando lo suyo está más cerca de estar de últimas. Pero, desde hace tiempo, Rodríguez es esporádicamente twee. Y ser twee es ser muchas cosas (o que te gusten muchas cosas) más o menos relacionadas con cierta sensibilidad hipersensible. Ser un espíritu delicado más cerca de los fantasmas de Anna Frank y Sylvia Plath, del amor por las mascotas que no hacen ruido y de largos paseos por el bosque donde recitar poesía prerrafaelista y silbar música barroca. También, adorar a Zooey Deschanel y a Greta Gerwig y que Lena Dunham de un poco de asquito. Y ser Twee también significaba jurar por Bill Murray y por J. D. Salinger y por Antoine Doinel (el de Los cuatrocientos golpes, no el crápula de más adelante) y por Maurice Sendak y por Before Sunrise y por Charlie Brown y por Wes Anderson y por… Twee es la sonora palabrita inglesa que, según su Oxford Dictionary equivale a “cursi, afectado”, twee –si se consulta on line algo llamado Urban Dictionary– es “algo de sabor tan dulce hasta el punto de enfermarte. También, algo muy sentimental y nauseabundamente y empalagoso y sensible. El sonido de la palabra deriva del tipo de ruidito que emiten los bebés o los canarios”. Y, por favor, no confundir con el intermedio entre infancia y adolescencia que es el ser tween, y mucho menos confundir twee con tweet. 

DOS La casi primavera es la estación más twee que hay –esas gafas retro, esos vestiditos de algodón, esos rulos al aire, esos cupcakes a morder mientras se abren paraguas de colores para lluvia con arcoíris al final– y el efecto se ha incrementado aún más para Rodríguez, estos días, con la edición del nuevo disco y opus 10 –sin contar recopilaciones varias– de Belle and Sebastian: How to Solve Our Human Problems. Belle and Sebastian  –banda debutando en Glasgow, 1996, con nombre de libro legendario francés– son algo así como The Beatles del tweet. The Tweetles. El disco salió primero –a lo largo de los últimos meses– como tres eps.; pero Rodríguez ya no tiene voluntad como para andar rastreando esas cosas. Ahora, por fin, las quince canciones juntas en un solo cd de setenta minutos y, sí, lo mismo de siempre. Múltiples referencias que van desde El principito a Fedra y, por supuesto, pasando por Belle and Sebastian. Todo arropado en delicatessen acústicas con pizcas de electrónica y disco-pastoral para bailar dando saltitos sin preocuparse por las cocaínicas acrobacias de Tony Manero. Sí: a Rodríguez, Belle and Sebastian le sigue gustando lo suficiente como para pensar que lo twee no pasa de moda porque no es una moda. Porque es algo que siempre estuvo allí y con lo que se sintoniza de tanto en tanto, según el humor del día o, mejor, del amatardecer. Ahora, Rodríguez escucha el cd chupando lánguidamente uno de los nuevos caramelos marca Halls con sabor a sandía (la golosina más twee jamás fabricada, piensa) y lee en el cuadernillo las muy leíbles letras de las canciones. “Sweet Dew Lee”, donde se vuelve a grabar en el Glasgow donde todo comenzó, se juguetea con la idea tan twee del qué-habría-sido-de-mí-sí..., y se lamenta/regocija con un “No pensé que luego de veinte años / Estaría de regreso en los mismos lugares de siempre”. Y la evocadora “We Were Beautiful”. Y “I’ll Be You Pilot” resultando en una sentida postal de padre a hijo en plan “Beautiful Boy” de John Lennon. Y contrarrestando tanto temor a lo pasajero con la canción más twee de todas las ahí incluidas apostando a la eternidad: “This Is An Everlasting Song” sonando para siempre como si fuese nieta favorita de Cat “Yusuf” Stevens, el Gran Abuelo Twee. Stevens quien no hace mucho sacó su disco más twee de este siglo, The Laughing Apple, donde destaca la añeja pero remozada “Grandsons” rimando con una mezcla de ira y dulzura a eso con lo que los chicos y las chicas twee fantasean y sueñan (un crepúsculo de ancianos amando a su descendencia) pero justo despertándose para seguir siendo forever young.

TRES Hace ya un par de años, Rodríguez se compró un librito de aspecto y formato tan twee titulado Twee: The Gentle Revolution in Music, Books, Television, Fashion and Film de Marc Spitz  –quien considera a todo el asunto como el movimiento juvenil más poderoso desde el hip-hop; aunque lo cierto es que la Marvel aún no ha creado a Lady Tweeter y están los que afirman que “twee no es otra cosa que sinónimo de salir de compras”– donde se rastrea todo el asunto hasta llegar a las fuentes de cierto peterpanismo delicadamente contracultural surgido en la Inglaterra de espíritu victorioso y neo-victoriano luego del fin de la Segunda Guerra Mundial o algo por el estilo. El libro es simpático y se lee con placer y trae unas listas muy graciosas de íconos twee imprescindibles a consumir. Y ahí, sí, de nuevo y en lo más alto, Belle and Sebastian. Formación cambiante por conflictos existenciales varios pero siempre imbuida del credo de su líder Stuart Murdoch, alguna vez cuidador de iglesia (ocupación twee si la hay) y aquejado de esa enfermedad definitivamente twee que es el síndrome de fatiga crónica. Murdoch también es el director y guionista de una película que Rodríguez tiene en DVD, bien escondida, y que sólo ve a solas: God Help the Girl, de 2014. El film que, para el Mondo Twee es algo así como 2001: A Space Odyssey para la ciencia-ficción o Vertigo para el thriller amoroso-paranoide.  Advertencia: si uno no tiene ya algunos cromosomas twee bien ubicados, la visión de God Help the Girl  –que a Rodríguez le recuerda tanto a esa Melody que vio junto a su prima en su viaje adolescente a Buenos Aires y de la que en Barcelona nadie oyó hablar– puede provocar náuseas y convulsiones y súbita conversión al satanismo heavy o antisistemática afiliación a la CUP. Pero si uno entra preparado, el efecto es almibaradamente encantador. Lo que allí se cuenta y se canta es la odisea íntima de Eve, una deliciosa anoréxica con el rostro y pómulos de Emily Browning (la chica que estuvo antes en Lemony Snicket’s A Series of Unfortunate Events y ahora en American Gods y de la que Rodríguez está perdidamente enamorado desde siempre, pero mejor deja de pensar en eso porque Lolita tal vez es twee pero Humbert Humbert seguro que no). Y Eve quiere escribir canciones muy bonitas y muy twee por calles y parques de Glasgow con sus amiguitos James y Cassie. Y Eve/Emily canta esas canciones preciosas que le compuso Murdoch con un mohín siempre mirando al cielo o al techo y siempre sonriendo a todos los que necesitaban ser algo y no sabían qué.

En lo que a Rodríguez respecta, hay momentos de God Help the Girl que le produjeron y le siguen produciendo vergüenza ajena y otros que le recordaron lo que era ser joven y ser romántico y –aunque no lo supiese entonces cuando él ya era así– ser twee.

Ahora, Rodríguez no tiene ninguna solución para resolver los problemas de la humanidad y, mucho menos, para solucionar todos los dilemas del cada vez más desafinado y poco armonioso y paralizado y paralizante “asunto catalán” (eufemismo anestesiante para ir cubriendo/encubriendo todo aquello del Procés y de la DUI y de sus fans y groupies). Lo que tiene Rodríguez –quien después de veinte años está de regreso en los mismos lugares de siempre pero sin siquiera haberse ido antes– es fatiga crónica y nada más.