Aún para los más cercanos que conocían sus pensamientos y que habían seguido su trayectoria fue difícil imaginar, aquel 13 de marzo de 2013, el “plan de gobierno” que Jorge Bergoglio tenía en su mente cuando fue ungido como Francisco, máxima autoridad de la Iglesia Católica. El tiempo, pero sobre todo los gestos de Francisco fueron dejando en claro la propuesta y las huellas que el primer papa latinoamericano deseaba establecer como impronta a su gestión. Fue así que su primer viaje político-pastoral lo llevó hasta Lampedusa, para encontrarse con los inmigrantes ilegales expulsados de su territorio que huyen desesperados en busca de la vida. A ellos y al mundo les reafirmó con un gesto de cercanía y solidaridad su prédica en favor de los pobres, de la vida y de los derechos.
Y desde allí el Papa comenzó a construir su condición de líder universal, más allá de las propias fronteras de la Iglesia Católica donde hasta hoy muchos sectores lo resisten. Puede decirse que Bergoglio es líder en un mundo con liderazgos en crisis. Pero también es cierto que para construirse en ese lugar el Papa eligió la actitud del diálogo y del encuentro con los diferentes, desde la realidad de los pobres y reclamando por sus derechos.
Puede decirse que el discurso pronunciado el 9 de julio de 2015 por el Papa ante el auditorio plural de los movimientos sociales reunidos en Cochabamba (Bolivia) cuyo eje fue su proclama de “las tres T” (tierra, techo, trabajo) constituye una suerte de síntesis doctrinal que, en otro tono y con distinto despliegue, Francisco expresó de manera sistemática y con base teológica en Laudato Sí. Una gran suma que, a contracorriente de las fuerzas triunfantes del capitalismo mundial, se alza en favor de los pobres y sus organizaciones, critica a los poderes hegemónicos y lanza un llamado a la paz. Una militancia pacifista que Bergoglio apoya con sus acciones y las del Vaticano en cada lugar de conflicto que se presente en un rincón de la tierra.
Francisco es hoy un líder incómodo para los centros de poder mundial, pero al mismo tiempo una figura cercana y popular entre los marginados. Y ha construido esa identidad apoyándose en la historia reciente, también en el pensamiento teológico y en la experiencia pastoral, de la Iglesia afincada en América Latina.
De modo también estratégico Bergoglio decidió consolidarse fuera de los límites de la Iglesia, concretar el viejo anhelo del Concilio Vaticano II de dialogar con la sociedad a partir de las realidades, los problemas y también los cuestionamientos que de allí surgen para la institución católica. Quienes lo conocen íntimamente aseguran que el Papa está convencido que es allí, entre los postergados por la sociedad actual y sus poderes, entre los pobres y los excluidos, donde existe el terreno más fértil para el anuncio genuino del mensaje de Jesucristo.
Curiosamente –sobre todo para quienes lo miran a la distancia– las mayores resistencias hacia Francisco radican en la misma estructura eclesiástica y, paradójicamente, en la Argentina, su país.
En la Argentina porque quienes más se alegraron con su designación son los sectores católicos más conservadores, empresarios y representantes del poder, que vieron en Francisco la continuidad de un cardenal Bergoglio que, sin considerarlo como del propio palo nunca les resultó incómodo. Pero Francisco transformó a Bergoglio, acentuó los rasgos más latinoamericanistas del entonces cardenal de Buenos Aires y radicalizó su perspectiva en favor de los pobres, de los excluidos y de sus derechos. Y esto disgustó al poder que hoy se dice decepcionado o directamente escandalizado con el Papa.
Francisco apoyó todo esto con su política de los gestos y con un mensaje sencillo, llano y entendible para todo el pueblo, una virtud que tampoco solía exhibir durante su paso por el arzobispado de Buenos Aires.
Y en la institución eclesiástica, ese lugar desde el cual los integrantes del colegio cardenalicio fueron a buscar a un papa latinoamericano y seleccionaron a un argentino porque siendo tal era el “más parecido” a los europeos, las resistencias (también las intrigas y las conspiraciones) han ido en aumento. Los sectores más conservadores no dejan de rasgarse las vestiduras ante lo que consideran excesivas concesiones de Bergoglio, tanto en sus mensajes como en su estilo pastoral. Francisco no se inquieta por ello. Conoce los problemas que enfrenta y utiliza la energía y el respaldo que le llega desde afuera para dar batallas en la propia Iglesia. Pero sabe que tiene una tarea por hacer: avanzar y profundizar la reforma de la Iglesia hacia una forma de gobierno y de participación más sinodal, más horizontal y plural que renueve la vida del catolicismo. Esa es, probablemente, la gran tarea pendiente y la próxima que el Papa decida encarar como legado de su pontificado. Para alcanzar este propósito no habría que descartar ni siquiera el llamado a un nuevo concilio ecuménico.