Tragedia y drama, comedia y tragicomedia, grotesco, sainete y hasta comedia bizarra, todos los géneros teatrales parecieron aportar sus particularidades a lo largo de todo el año, en los diferentes escenarios donde se hicieron públicos los devenires políticos del país. Pero como siempre ocurre, el teatro insiste en validar su espacio y con la terquedad que lo caracteriza continuó proponiendo y contestando. Aún a pesar de los tarifazos y de la retracción del público, dos hechos íntimamente relacionados que sufrieron grupos y salas por igual. Un estado de cosas éste que motivó estrategias de protesta como el llamado Apagón Cultural, en el mes de mayo, o las “24 horas de resistencia teatral” que organizó en septiembre el colectivo Espacios Escénicos Autónomos. Este diario consignó las experiencias teatrales de algunos artistas, muy pocos si se considera la enorme cantidad de estrenos que se concretaron durante el 2016. El repaso de algunos de ellos da pistas acerca de las inquietudes de, al menos, una porción de la escena porteña.

La compañía española La Zaranda presentó El grito en el cielo.

Año a año aumenta la cantidad de obras que, en las más diversas claves estéticas abordan problemáticas de género. Escrita por Natalia Villamil, dirigida por Ana Alvarado, Sola no eres nadie narró la historia de una chica trans que realiza un viaje de reconocimiento personal que la libera del círculo de prejuicios que la condena. Sobre cuerpos en pugna entre lo masculino y lo femenino, Gurisa, de Toto Castiñeiras, creó una galería de personajes en estado de desesperación. Martín Flores Cárdenas, en su versión de Otelo, de Shakespeare, puso el foco sobre la esposa asesinada por los celos del moro. Por su parte, Emiliano Delucchi dirigió Segundo Tiempo, de Ricardo Halac, quien realizó una revisión dramatúrgica con el objeto de poner al día los temas vinculados a la violencia contra la mujer. El director Hugo Urquijo estrenó Doña Rosita la soltera, de Lorca, en adaptación realizada junto a Graciela Dufau, a la búsqueda de un nuevo perfil de la novia abandonada. Por otra parte, El grado cero del insomnio representó para Emilio García Wehbi “una excusa para hablar de la negación de la condición de lo femenino en el arte, la cultura y la política”. Patricio Abadi con su obra Frida reivindicó la importancia de la voz femenina en la historia del arte y, sobre el concepto de belleza, La suerte de la fea, de Mauricio Kartun,  con dirección de  Paula Ransenberg, se refirió a los traumas femeninos sobre el propio aspecto. Marcelo Savignone en Mis tres hermanas. Sombra y reflejo, potenció el universo femenino y le encontró resonancias políticas inesperadas. La lucha de una mujer por lograr sus objetivos fue el tema central de El diccionario, obra del granadino Manuel Calzada, con dirección de Oscar Barney-Finn, sobre la vida de la bibliotecaria y lexicógrafa española María Moliner.

La familia es un tema que desde hace años inspira a muchos teatristas, Así, el director Jorge Azurmendi eligió Independencia, del norteamericano Lee Blessing, y En boca cerrada, de Juan Carlos Badillo, para realizar sendos retratos de estructuras familiares que impiden el desarrollo de sus integrantes. La misma Alvarado, en su puesta de Münchhausen, de Lucila Vilanova, eligió tomar el aspecto clínico de la obra para convertirlo en metáfora de una familia en problemas. Otro texto, El nombre de la luna, de María Emilia Franchignoni,  también inspirado en un síndrome psicológico, se refirió a la situación de jóvenes que buscan aislarse como respuesta a la rigidez de la educación recibida. En otra cuerda expresiva, en Todas las canciones de amor, de Santiago Loza, con dirección de Alejandro Tantanian y actuación de Marilú Marini, una mujer intenta cambiar la relación que mantiene con su hijo mientras espera su llegada del exterior. Obra con la que se reabrió el Teatro de la Ribera, El andador, de Norberto Airoldi con dirección de Andrés Bazzalo, abordó el tema de las expectativas femeninas en la pareja para referirse a los cambios producidos entre la época en que la obra fue escrita, los años ‘60, y el presente. Acerca de los ancianos cuyas familias deciden dejar librados a sus suertes en una residencia geriátrica, en su visita al Teatro Cervantes, la compañía española La zaranda presentó El grito en el cielo, espectáculo que, según la costumbre del grupo andaluz, también se propuso ligar lo risible con un lirismo cruel y surreal.

Marcelo Savignone potenció el universo femenino en Mis tres hermanas.

Aún cuando las obras estuvieron ambientadas en el pasado y en territorios indeterminados, muchos espectáculos buscaron referirse a problemáticas nacionales del presente. Augusto Fernándes estrenó 1938. Un asunto criminal, obra de su autoría sobre el nazismo que reflejó una crisis del pensamiento que, según su comparación, remite a la actualidad. Con dirección de Enrique Dacal subió a escena Los yugoslavos, del español Juan Mayorga, acerca de la soledad que se vive en las grandes ciudades. Un hombre equivocado, de Roberto Cossa, con dirección de Villanueva Cosse alertó sobre los absurdos de la burocracia.  Desde una estética onírica y cinematográfica, Osvaldo Peluffo dirigió Cámara lenta, de Eduardo Pavlovsky, una metáfora de la Argentina. En Nerium Park, del catalán Joseph María Miró, con dirección de Corina Fiorillo, una pareja busca sobrevivir a una realidad social de ajustes y recortes. En Conurbano, creación del Teatro Sanitario de Operaciones, la geografía bonaerense fue el centro de una reflexión visual sobre los cambios económicos y políticos. En El pescado sin vender, el actor y director Norberto Gonzalo propuso un conjunto de reflexiones sobre el pasado y la actualidad del país. 

Y sobre la crisis de 2001, Clara, con dramaturgia y dirección de Sofía Wilhelmi, desarrolló una trama ligada al thriller, con toques de telenovela y drama.

También aumentan año a año los espectáculos basados en historias de militantes de los ‘70. El director Héctor Levy-Daniel estrenó La fundación, de Susana Torres Molina, obra situada en tiempos de la última dictadura, en una supuesta organización cristiana encargada de entregar bebés en adopción. En 25 millones de argentinos, el autor, actor y director Lisandro Fiks se refirió a la lucha armada sobre el fondo del Mundial’78, elaborando una metáfora de la polarización ideológica de aquella época. Con dirección de Andrés Bazzalo, Los sirvientes, obra de Adriana Tursi, narró las últimas horas de Juan Domingo Perón, pero desde el punto de vista del personal de servicio de la quinta de Olivos. El familiar, obra de Oscar Vázquez, con dirección de Gabriel Fernández Chapo, abordó desde una perspectiva histórica las desapariciones de militantes en el norte argentino. Y Lautaro Perotti, en Cronología de las bestias, se refirió a historias de apropiación de bebés durante la última dictadura cívico-militar.

Ricardo Bartis estrenó su versión de Hedda Gabler, de Ibsen.

Entre los espectáculos basados en material narrativo o lírico, Francisco Lumerman dirigió No daré hijos, daré versos, obra de Marianella Morena, sobre la poeta uruguaya Delmira Agustini. Pablo Mascareño estrenó Alucinado suceso de lo desconocido, obra inspirada en el mundo literario de Dostoiesvki. Otros espectáculos fueron estructurados en base a historias de personalidades de la literatura. Como Mil Federicos, de Mariana Mazover, recorrido intencionadamente arbitrario por la vida y obra de García Lorca, interpretado por Hernán Lewkovicz. O Beckett y el mundo de las abejas, obra de Rubén Pires que bajo su propia dirección estrenó sobre la novela La apicultura según Samuel Beckett, del francés Martin Page. Y como homenaje a un escritor de culto nacido en Buenos Aires, Carlos Correas, la voluntad de vivir, de Bernardo Carey, fue estrenada bajo la dirección de Daniel Marcove.

Diego Lerman, Marcelo Pitrola y María Merlino crearon una versión libre de La dama del mar, del noruego Henrik Ibsen. Del mismo autor, el actor y director Ricardo Bartis estrenó su versión de Hedda Gabler, para referirse a una clase social en decadencia.  Por su parte, el actor y director Juan Manuel Correa estrenó Antígona, de Sófocles según la traducción de Elisa Carnelli y Alberto Ure. La puesta trasladó la acción a una rave donde el rey de Tebas da a conocer sus decretos para terminar con el caos de la polis. Con su versión de Tartufo, de Molière, el director Hugo Alvarez buscó referirse al momento sociopolítico actual al retratar al protagonista como un encantador de serpientes que engaña a quienes eligen creer en sus promesas. Por su parte, Francisco Civit dirigió una versión de Ricardo III en la que 13 actores encarnaron al protagonista, el despótico personaje de Shakespeare, con la idea de subrayar que todos son cómplices de las iniquidades del poder.

Mil Federicos, de Mariana Mazover, sobre Lorca.