Desde Barcelona, España

“Me voy a Jamaica la semana que viene”, comparte feliz Bad Gyal en un búnker enclavado en Poblenou, barrio barcelonés de origen proletario que en los últimos tiempos padeció la gentrificación. Desde la sede de la productora Canada, que además de editorial musical es célebre por la realización de videos a bandas y solistas como El Guincho, Beck, The Weeknd y Tame Impala, la catalana explica sobre su viaje: “Hay artistas que son muy de linkear, pero no soy de redes sociales. Aunque espero poder conocer a algún cantante, voy sobre todo para aprender a bailar y para hacer contactos. Si no fui antes fue porque no tenía los cinco mil euros para viajar. Quiero que la gente entienda lo que hago y quién es Bad Gyal”. Con apenas 21 años y bajo ese álter ego, Alba Farelo se convirtió en el novel icono de la música popular contemporánea española, mientras revoluciona el género urbano en ambas orillas del Atlántico. Y aunque le estamparon la chapa de “nueva reina del trap”, en realidad se trata de la flamante emperatriz del dancehall.

A pesar de su título nobiliario, ser Soberana del género jamaiquino, una evolución más discotequera y rapera del reggae –amén de padre del reguetón–, no ha sido fácil. “En España saben quién soy y ya entienden un poco más de mí”, afirma la artista, quien en febrero presentó nuevo single y video: Blink, cuya música fue producida por DJ Florentino, colombiano establecido en Manchester. “El año pasado estuve en Londres para hacer una Boiler Room y funcionó muy bien. Pero luego canté en un club de jamaicanos allá y nadie me entendió. En este momento, es difícil comprender a Bad Gyal en todo el mundo”, reconoce.

Sin embargo, este viaje al corazón del dembow sólo tiene ticket de ida. “A los ocho años me pasó algo que me marcó mucho: descubrí a Sean Paul. Estaba jugando a los bolos, pusieron su música y me pregunté: ‘¿Qué es esto?’. Me quedó muy adentro. Y le pedí a mis padres que me regalaran ese disco cuando cumpliera años. Fue la primera vez que escuché música urbana sin saber que lo era.”

¿Y cuándo empezaste a hacerlo concientemente?

–Cuando entré en la secundaria: en el patio se escuchaba reguetón. España siempre lo rechazó, pero mi generación lo consume desde los 11 años. No todos, aunque éramos unos cuantos. Además, ésa fue una época dorada y bonita para el género. Me parece que ahora está en una segunda fase. Si bien Arkángel y De La Ghetto siempre se supieron reinventar, me gustaba más lo que hacían a mis 12 años.

España vive su mejor época en lo que al género urbano se refiere. Y aunque es escuela para el rap hispanoparlante, era impensado que alguna vez pudieran hacer reguetón y bachata con identidad propia y actitud. Ni hablar del trap. Bad Gyal abrió el juego de estilos en la escena al sumar al dancehall, pero a partir de eso la consideran trapera. ¿Será por desconocimiento o por marketing? “Yo no hago trap porque nunca vendí drogas. Para mí una persona que canta sobre eso es porque vivió ciertas cosas. Arkángel y todos éstos son trap porque siempre hablan de que vienen de un barrio humilde, de lo que tuvieron que hacer y de que no quieren que sus hijos repitan eso. Toda esta ola de reguetoneros está influenciada por Estados Unidos, porque sentían que lo que hacían no triunfaba. Y explotó mundialmente. Bad Bunny salió hace un año y ya viaja por todo el mundo, y hasta es considerado el nuevo dios del trap latino, pese a que no me parece trap. Por más que venga de un lugar difícil.”

¿De dónde provenís vos?

–Nací en Barcelona, pero vivo en un pueblo que está a media hora de aquí. Nos considero a mí y a mi familia humildes y trabajadores. Tengo cuatro hermanos más pequeños y antes de tener edad para trabajar ya estaba currando. No vendí drogas, pero sí que tuve que ganarme las cosas por mí misma. Y ha sido muy importante para mí. Si no hubiese trabajado muchísimo para conseguir eso, no sería lo independiente que soy ahora.

¿Trabajabas en una panadería cuando te lanzaste como cantante?

–De los 15 a los 16 trabajé de camarera. Después de canguro (niñera) y luego en la panadería. Había días en los que hacía el pan, pero generalmente me encargaba de abrir, limpiar y atender. Más tarde estuve en telemarketing, para poder hacer conciertos los fines de semana. Siempre trabajos normales: nunca hice de actriz ni de nada de eso, a diferencia de mi padre, que es actor. Me recuerda mucho a mí. En 2004 y 2005, en España hubo una crisis muy fuerte y los artistas tuvieron que salir a arreglárselas. Eso despertó mi conciencia. Con un oficio como éste, yo no me pondría a tener cinco hijos. Ni de broma.

Si es tan riesgoso, ¿por qué decidiste ser artista?

–No sé. Siempre me gustó mucho, y hace unos años entré en crisis porque estaba harta. Me sentía inútil. Tenía objetivos pero no podía alcanzarlos. Un día estaba con unos colegas que hacen música, grabé un poquito y vi que se me daba bien para ser la primera vez. Empecé a hacerlo por mi cuenta, aunque nada en serio. Lo hacía para evadir un rato, aunque mi realidad seguía siendo la que era. No me esperaba dejar el trabajo tan pronto. Cuando apareció Slow Wine, en 2016, estaba trabajando, estudiando y haciendo conciertos. Y además lo saqué por mi cuenta y lo cargué a Internet. Fue muy gratificante.

Mientras algunos artistas de la escena apuestan por la fórmula de single más video, Bad Gyal apela por el mixtape. “Pero debe tener un concepto”, enfatiza la catalana, quien prepara para este año su nueva obra, para la que eligió a sus productores de forma aleatoria. “Con FakeGuido empecé a trabajar porque necesitaba que alguien me mezclara la voz. Como comenzamos juntos y nos conocemos bien, seguimos. Siempre me fijo en cosas nuevas y busco el nombre del productor. Eso me pasó con DJ Florentino. Un día le escribí y me dijo que él ya lo había hecho. ¡Y nunca me enteré! Me conecto con gente que tiene mi misma edad. Somos más perecidos que lo que pensábamos.”

Antes de que colgaras el mixtape Slow Wine, tu carta de presentación fue Pai: un cover en catalán de The Work, el hit de Rihanna. ¿Qué motivó esa elección?

–Rihanna es caribeña y hasta entonces no había tratado la música que consumió de pequeña. Es curioso. Cuando lo escuché, pensé que iba a llegar a un nivel que se haría muy grande. Tenía que versionarlo. Era el primer paso para probarme con lo que sabía hacer y me sentía cómoda. Lo hice y lo subí. Al público le pareció muy bueno, y ésa fue la confirmación de que lo quería hacer.

Tu forma de abordar el dancehall no es convencional, sino contemporánea. ¿Cómo buscaste esa identidad?

–Empecé intentando hacer dancehall, que es lo que me gusta y lo que escuché muchísimo. Además, sentí que mi voz podía calar bien porque es muy melódica, ése es mi punto fuerte. El trap, por más trap que fuera, no me lucía bien. Pero de una manera natural acabó siendo esta mezcla. Tampoco soy de las que se les acerca al productor y les dice: “A este beat quiero que le pongas bombos de dancehall y ritmo de reguetón”. Va a donde va, y me siento muy cómoda con los productores con los que trabajo. Quizá una pista es más para dancehall y la termino convirtiendo en R&B. Cuando grabo, no pienso mucho.

Si el trap es misógino, el dancehall es homofóbico. ¿Cómo es tu relación con el género?

–No les di la importancia que tenía que darles. No soy una persona que esté atenta a las situaciones machistas de los demás, y tampoco nadie se atrevió a faltarme el respeto. Sé lo que me gusta de esa música, y ciertamente hay mucha homofobia en ella. En los últimos años salieron un montón de chicas en la escena jamaiquina: se habla de otra manera, y el público reacciona porque se activó algo. Esto hizo que el propio dancehall comience a cuestionarse. Spice, la reina del género, se reposicionó tras esto, y dice lo mismo sobre el escenario. Si has nacido en una cultura así, poco podrás hacer para cambiarla. Pero con tu actitud puedes transformar muchísimas cosas. Y eso lo tomé para mi vida. No puedo salvar a todo el mundo. Por eso me parece muy bueno que haya gente nueva que tenga la energía para marcar y decir, sin imponer. Y que el resto se quede pensando en eso.

Antes de que la violencia de género acaparara la atención de los medios y la opinión pública en España, ya hablabas sobre neofeminismo y el empoderamiento de las mujeres tanto arriba como abajo del escenario. ¿Por qué te animaste a pronunciarte?

–Cuando empecé dije que era feminista. Hablé más sobre lo que pensaba que acerca de lo que soy y de mi música, así que se me tomó y se me politizó. No me gusta que una mujer sienta que tiene que estar por debajo de alguien. Al decir que era feminista, no pensaba en todo lo que se me venía encima. Años después nos encontramos con que el feminismo acapara los titulares de los diarios, y me pareció muy para vender. Ahora, desde mi perspectiva como cantante, lo que me gusta decir es que el hecho de tener claras mis ideas, y de no sentirme inferior a ningún hombre ni mujer, me llevó a donde estoy. Ésa es un poco mi bandera.

¿Influyó Mala Rodríguez en tu actitud como artista?

–Estuvo buenísimo y me gustó lo de la Mala, pero en ese momento estaba descubriendo otras cosas. Perdí el interés en España y me metí más con Jamaica, el Caribe y Africa. Toda esa música que nos queda más lejos, y que tenía que ir a buscar. Pero al momento de pensar en las chicas que aquí hacen música, la primera que salta es ella. Lo que la Mala dice es todo poder, actitud y agallas. 

Considerando que tus canciones versan sobre baile, sexo y libertad, ¿qué las inspiran?

–Mis letras no son tan buenas. No es mi punto fuerte. Escucho a chavales de la escena local como Yung Beef y encuentro poesía. Me ponen la piel de gallina, me hacen sentir emociones, y ésa es mi parte más floja. Pxxr Gvng –ahora se llaman Los Santos– fueron los primeros que rompieron con el rap anterior. Pero en el fondo tienen muchísimo de rap porque en su propuesta hay rítmica, métrica y una gran capacidad para contar cosas. No soy tan capaz de explicarte una situación detallada, por lo que mis letras son más acerca de las emociones. Por eso mis canciones me parecen físicas. Suelto cosas que te hacen sentir y mover. Hablo del baile y del amor en la situación del momento.

Al menos se entendió tu intención. Lo que se traduce en el fenómeno en el que te convertiste… 

–Es lo mejor que me pasó, y a veces me da miedo pensar que esto ya no podría estar más. Quizá me quejo mucho, hay gente que se lo pasa peor. Sin embargo, yo no era nada feliz. Me veía haciendo telemarteking para siempre... ¡espero no volver nunca más ahí! Aunque ahora me encuentro con situaciones en las que dicen que lleno los lugares en los que toco porque tengo mucho dinero. No pasé hambre nunca, pero trabajé mucho. Y ese tema que grabé hace un tiempo, en 2018 alguien lo está escuchando aún. Siempre hago esos saltos en el tiempo porque me sorprende la manera en que evolucionó mi vida en tan poco tiempo.

Quizá tuvo que ver con que la inmediatez, lo digital y el hacelo vos mismo son síntomas de esta época, ¿no te parece?

–Muchos chicos se me acercan para decirme que se van a comprar tal equipo. Y les respondo: “¡Tío, qué dices! Métete con lo que puedas”. La mayoría de los chavales jóvenes quieren grabar y hacer música. En las generaciones más pequeñas se implantó la semilla de “quiero esto, y lo voy a conseguir”, porque se da más fácil. El otro día hice un live en mi estudio y mostré la mierda de ordenador, la mierda de tarjeta de sonido y la mierda de micrófono que tengo. Si bien ahora voy a invertir dinero en un máster, lo que se escucha es tan casero que demuestro que se puede hacer.

Mientras encara su segunda gira por Estados Unidos, la cantante catalana y planea su desembarco en Argentina para el último trimestre de 2018, Bad Gyal no se deja deslumbrar tan fácil por la cosmogonía del indie. “Para mí fue lo mismo salir en Pitchfork que sonar en el festival Rototom, al que suelo ir como público. Ahí me dije: ‘Ha valido la pena’”