El nerviosismo y la tensión que rodeó la final de Mendoza no llegó a adueñarse del protagonismo de la noche, y el desarrollo pudo ir por los carriles normales. Más allá de que algún protagonista pudo haber colocado la pierna con mayor vehemencia, lo que se transmitió desde adentro terminó tranquilizando el ambiente externo. El mensaje que intentaron exhibir los dos clubes, con la cena en conjunto el martes por la noche, fue de utilidad para que el público pudiera recibir una señal de buena convivencia. De esa manera, se fue desactivando el término de “guerra” con el que se fue insistiendo desde hace varias semanas.

El público de las dos parcialidades, algo poco frecuente en Argentina, llegó al estadio sin inconvenientes y escoltados por un fuerte operativo. Cuando ya estaban ubicados en el estadio no hubo ningún tipo de contacto entre las parcialidades, que estuvieron divididas por un sector de plateas totalmente desocupado, a la altura del círculo central. 

Los únicos problemas surgieron en el ingreso a la ciudad. En las horas previas se registraron seis detenidos y secuestro de alcohol, drogas y armas blancas por parte de la policía. En la ruta nacional 188, a la altura de Realicó, provincia de La Pampa, fueron demorados hinchas de River: cinco por derecho de admisión y uno por cohecho. Y en la zona mendocina de San Rafael, en la localidad de Bowen, se secuestraron bebidas alcohólicas, estupefacientes y armas blancas, que estaban en los micros de la parcialidad del conjunto de Núñez.

El final del encuentro tampoco dio motivos para la provocación de los jugadores, debido a que los de River se unieron en el festejo por la obtención de un nuevo título, mientras que los de Boca se agruparon por otro lado del campo para tratar de calmar la pena.

Ellos fueron los principales que lograron asimilar que su conducta iba a repercutir en el resto de la gente, que colmó el estadio Malvinas Argentinas, y pudieron descomprimir la adrenalina extrema que se había creado de antemano. Los que también aportaron su cuota para que todo sea en paz fueron los entrenadores: Marcelo Gallardo y Guillermo Barros Schelotto entendieron su función para no interrumpir la situación, y más allá de alguna queja, también influenciaron de manera positiva.

El festejo tuvo un solo dueño, y los jugadores de Boca presenciaron la premiación de los ganadores, cuando en otras oportunidades el subcampeón acostumbra retirarse rápidamente para evitar ese momento. Un gesto para valorar.

Como había destacado el presidente de River, Rodolfo D’Onofrio, a partir de hoy los dos tendrán que continuar con sus historias en busca de nuevos horizontes. Pero por sobre todo, por el camino que eligieron anoche. El del respeto por el otro y con el juego como única premisa.