Desde Dubai, Emiratos Arabes Unidos

Siempre fue “el de gafitas, el nerd, el sensible” pero cuando tenía 14 años el acoso se intensificó. Cada vez que llegaba a la escuela, Luis Miguel Bermúdez recibía un golpe en la cabeza o por la espalda. Para muchos, eso”era una huevada” o le iba a “formar carácter”. Sin embargo, el entonces estudiante lo padecía. “Eso me fue aislando, me entristecía, me hacía sentir que no quería ir a la escuela”, le confía a PáginaI12. Los ojos de Luis Miguel de pronto cobran brillo y sobreviene la pausa. Los dolores se vuelven próximos aunque pasaron ya 22 años desde esos ataques y él está ahora siendo reconocido en Dubai, a más de 20 mil kilómetros de distancia de Bogotá, su pueblo natal.

Viajó a los Emiratos Árabes como uno de los diez finalistas a recibir el Global Teacher Prize, el premio a quien es considerado el mejor maestro del mundo. Fue justamente un docente quien le cambió la vida. “Ver que un profesor te tiende la mano, te dice que lo que estás viviendo no es normal y que va a trabajar para que eso se solucione te ayuda mucho”, cuenta Luis Miguel.  El maestro le transformó “la forma de ver el mundo” y él, ya liberado de la presión, desarrolló su vocación docente y su sensibilidad para identificar a un chico que está sufriendo. “Ahora como adulto y como docente sé cómo lo puedo orientar”, expresa.

Porque, para el profesor colombiano, independientemente del motivo del acoso o el abuso,  esas experiencias “generan los mismos sentimientos”.

Cuando hace cuatro años llegó a enseñar Ciencias Sociales a la Escuela Gerardo Paredes de Bogotá, registró diversas problemáticas. La discriminación, los abusos y una alta tasa de embarazos tempranos, con consecuencias en la deserción escolar. En aquella escuela, ubicada en una zona de gran vulnerabilidad social, en un momento, tuvo ocho alumnas embarazadas en una sola clase, mientras que en total llegaban a 70.

La primera vez que habló con sus alumnos sobre abuso sexual, cerca de la mitad de las adolescentes que lo escuchaba entraron en llanto. Acababan de darse cuenta de que habían sido abusadas desde que eran chicas y que nunca nadie les había dicho que eso estaba mal ni que debían denunciarlo.

Así como él había soportado que le pegaran, el abuso sexual estaba naturalizado. El embarazo de una nena de 12 años violada por su primo fue el acontecimiento que terminó por decidirlo a formalizar la materia de ciudadanía sexual como obligatoria.

Después de comprender que el problema radicaba en la falta de educación, Luis Miguel se abocó a que los estudiantes conocieran sus derechos humanos, sexuales y reproductivos.

Las clases generaron un inmediato rechazo en las familias y en los docentes más conservadores. “Del otro lado escuchaba: ‘yo no voy a arriesgar mi carrera’ o ‘yo no quiero estar en el ojo del huracán’” y en las casas había quien pensaba que con el proyecto “iba a incitar a la promiscuidad de los jóvenes, que los iba a estimular a tener relaciones sexuales de manera prematura” .

No es que en su país no existieran lineamientos al respecto. Así como la Argentina tiene una ley de educación sexual integral, Luis Miguel reseña que Colombia cuenta “con leyes y normativas de avanzada”. Sin embargo, entre esa política pública y la escuela, “existe una capa de imaginarios, creencias y prejuicios del mundo adulto que impiden que eso impacte en las aulas”.

Con el tiempo comenzó a romper barreras y los resultados del programa fueron su principal respaldo para ganar aliados: en 2014 la escuela tenía 70 embarazos y en 2017, ninguno.

Una de sus estrategias fue trabajar  con un módulo que el maestro denominó “Cultura machista” y enseña a los estudiantes a reconocer las causas históricas de la creencia de que el hombre es superior a la mujer.

“En Colombia a las mujeres se les enseña desde pequeñas a ser sumisas y a los hombres que ellas son de su propiedad. Entonces, les explicamos que todos tienen derechos sobre sus cuerpos, pero también a decir que no, que ellas no están obligadas a ser mamás”. Y que si sufren algún tipo de abuso deben pedir ayuda. El maestro supo así, por ejemplo, que la nena evitaba ir a la casa de al lado porque su vecino la tocaba y ella pensaba que debía tolerarlo, que no tenía otra opción.

A los hombres les explica “que pueden ser sensibles, que no se tienen que sentir presionados por cumplir con el patrón tradicional de masculinidad”. En la escuela Paredes, los adolescentes que no respondían con los estereotipos eran matoneados. Los encerraban en un aula para golpearlos.

Entonces empezó  a construir otra forma de ver la vida.  Y a trabajar también con las familias “porque ahí  –sostiene– está el origen de los machismos”.

Las familias “excluyen a las mujeres de la información y no las asesoran en métodos de planificación porque, según el docente,  la planificación se vuelve la expresión pública de que son sexualmente activas o que deciden por ellas mismas”. Para esas  adolescentes, además, significa “la exclusión de su grupo familiar y escolar”.

Cuando lo empiezan a ver en sus hogares les genera resistencias y los padres van a hablar a la escuela. Ese momento, para Luis Miguel, es una oportunidad para contarles que en los países donde los chicos reciben educación más temprano, las relaciones sexuales se posponen y disminuyen los riesgos. El maestro reconocido mundialmente no puede creer cómo en su pueblo los niños “se pueden morir de hambre, o ser abusados; los pueden asesinar y nadie se alborota tanto como cuando se implementa un proyecto de educación sexual en la escuela”.

La nominación al premio internacional le dio el orgullo de representar a Colombia y la posibilidad de contar una plataforma de visibilización. De demostrar que se puede cambiar la mentalidad de toda una generación.

Luis Miguel ama enseñar, inspirado por aquel maestro que se involucró y cambió su vida. Y ahora es lo que busca hacer por los demás.