Abuelo era el de Heidi en la montaña, con sus cabras, solito siempre. O era la viva imagen del bonachón de Papá Noel, viviendo para repartir regalos. Y ser abuela significaba cocinar para los otros como Doña Petrona, preparando las tortas que nunca se comió, por lo menos en cámara. La abuelidad era un futuro imposible para Freddy Mercury, el contraluz de La jaula de las locas, un inimaginable segundo episodio de la película Mujeres enamoradas que hubiera convertido a Sharon Stone en abuela bollera. La nona, el nono, sinónimos forzados del blanco de una barba o de unos rulos de peluquería retrocediendo, bastante más opaco, al color de la virginidad. “Para nosotros era una cosa impensada la sexualidad de nuestros abuelos o incluso de nuestros padres, pero hay que ponerles la vida sobre la mesa a los chicos, para que sea una cosa cotidiana”, dice la artista plástica y lesbiabu, Rox Carini, a quien su nieta Lola ha visto dormir más de una vez con Verónica, su ex novia y con quien comparte reuniones de amigas L que no se callan nada. “Lo que más festejaría de la situación de que un abuelo presente su sexualidad de una manera más abierta, es que hay un montón de procesos que para un niño se van a ir aliviando a lo largo de la vida -dice Ricardo Iacub, psicólogo y asesor de mediana edad y vejez-. Son las cuestiones luminosas que trae esta cultura para que un niño se críe en una sociedad no tan rígida ni estúpidamente signada por valores únicos”. Hace unos años, en un evento organizado por Muchos días felices (la página web que reúne relatos felices de un amplio y diverso grupo de personas), la artista plástica Nushi Montaabski compartió con el público del Malba el recuerdo de su abuelita lesbiana. Cuando Soy le pregunta por este tema, Nushi responde: “Cada vez que puedo contarlo, lo cuento, porque para mí es importante la lucha por la libertad. Sobre todo lo fue en la época de mi abuela en la que ser lesbiana era una mala palabra. Mis abuelos tuvieron un gran quilombo entre ellos por eso y mi abuelo terminó metiendo a mi mamá pupila. Para mí la gran lucha es defender la libertad de cada uno, más allá de la de amar: es la libertad de vestirse, opinar, sentir. Mi abuela se llamaba Klarisa Huber y es mi gran orgullo”. 

ABUELX QUE PUEDE DECIR SU NOMBRE

Marcela Romero, presidenta de ATTTA y madre de Héctor, de 30, solía decir que una cosa le faltaba vivir para poder irse tranquila de este mundo: un nieto. Desde que nació, hace siete meses, no le alcanza el ancho panorama del futuro para llenarlo con lo que le gustaría hacer con él. Salir a comprar algo, caminar, ir de vacaciones, dar paseos. En su nieto ve a ese hijo que llegó a su vida con apenas añito y medio y al que corrió del foco de la violencia transfóbica, ocultándolo. “Era el hijo de mi pareja, con quien nos conocíamos desde los 18 años y fue mi novio del barrio. Después él tuvo a su hijo y nos volvimos a ver –cuenta Marcela–. En este momento me encuentro con muchas mujeres trans que, como yo, tuvieron que esconder a sus hijos para que no los lastimaran. La mayoría pasó por la misma situación que yo. Y de golpe, ya grandes, hacen aparecer el combo: el hijo con el nieto. Cuando me reuní con otras compañeras vi que empezaban a decir: yo también tengo un hijo, biológico algunas, otras adoptadas, otras de corazón. De pronto aparece la foto en Facebook y visibilizan todo junto. Yo creo que nos animamos por la madurez de nuestros hijos, muchas de nosotras pensamos retirarnos para dejarlos que tengan sus parejas, para que no les surjan problemas a raíz de nuestra identidad. Y que la gente no les comente tu mamá es esto o es lo otro. Una a veces se va porque quiere que el hijo sea feliz. Pero la sorpresa que nos dan nuestros hijos es que ellos dicen si yo soy feliz, vos también.”

¿Y cómo es la relación con tu nuera y con su familia?

–Muy buena. Yo respeto mucho. El año pasado mi hijo me pidió que pasara las fiestas con ellos porque soy su familia y ella estaba embarazada. Fuimos a comer a la casa de sus parientes políticos y él me presentó: ella es mi mamá, dijo. Y lo mismo va a decir mi nieto en el futuro: esta es mi abuela.  

Hace poco, mientras tomaban mate, la consuegra de Marcela se quedó boquiabierta cuando la vio tomar al bebé entre sus brazos y prosperarle lo que es para ella el mayor de los piropos: “Bautista, ¡qué rico olor a chongo que tenés!”. Por el asombro, Marcela se dio cuenta de que estas no son palabras que la mujer suela usar con el niño al que se refiere como chiquitín o pollito. Diosa o monstruita, en cambio, son los apelativos un poco más grandilocuentes con que Jem, Maximiliano o el Ieie -que se define como persona que sale con hombres o con mujeres y que por sobre todo es drag queen- se refiere a su nieta Lola. Agustín le puso el nombre Gatito a su gatita a pesar de que la veterinaria le dijo a su abuela Rosana, que es torta, que la mascota era hembra, y cuando Patricia le preguntó a Nicolás si sabía de quién hablaba ella al decir mi amor, el chico no dudó y dijo que sí, de la abuela Olga. 

LAS CAMPANELLI

La abuela Olga Viglieca y la abuela Pato Kolesnicov son dos reconocidas periodistas, cuya foto de casamiento, sacada hace ya unos años, se hizo pública junto con una crónica muy conmovedora escrita por Patricia y publicada en Clarín. Cuando su nieto ve esa foto se enoja porque en ella están los sobrinos de la pareja tirándoles el arroz a las novias que a él le hubiera gustado tirar, pero no pudo porque no había nacido todavía. Ahora que nació lo que tira es otra cosa: no son granos de arroz sino juguetes de todos los colores que desparrama por la casa cuando va a visitarlas. Esto pasa bastante seguido, y cada vez que va a verlas se queda a dormir (se mete entre ellas en la cama en lugar de hacer uso del cuarto que le armaron especialmente). Aunque a Olga siempre le dice abuela y a Pato a veces le dice Pato –según Olga porque ella le da más bola a la hora de jugar–, el chico no registra ninguna diferencia entre abuelidad biológica o de la otra. Para él es exactamente lo mismo. La dinámica familiar está, según ellas, por completo aceitada y su relación con la parentela de su yerno no merece ningún capítulo aparte. Se sientan todos a comer ravioles en la misma mesa cuando llega el domingo y se acabó la monserga. “En esta casa está todo muy normalizado –dice Olga–. Si hubo fricciones fue con mi mamá hace veinticinco años y ya pasó. Cuando era adolescente, mi hijo tenía una actitud contrafóbica, venía con sus amigos y lo primero que les decía era: ella es mi mamá, ella es la pareja de mi mamá.”

Patricia: Es una familia Campanelli la nuestra, pero con dos mujeres. Ellos son mis hijos también. Yo llevé a mi hija, la mamá de Nico, a Guadalajara y se la presenté a la escritora Sandra Lorenzano. A Sandra le llamó la atención que fuéramos tan distintas y mi hija le contestó: es que salí de la otra.

LOVE IS LOVE

A Rosana, abuela de Agustín, le interesa poder transmitir a su nieto una información  sobre la sexualidad que lo ayude a disfrutarla libremente, sin clasificaciones que puedan limitarlo (una preocupación a todas luces inexistente para las generaciones de abuelos previas a esta). “La historia es ir contestando lo que preguntan -dice-. Si no lo pueden terminar de verbalizar ayudarlos, pero mi nieto no ha sugerido nada. Cuando yo hablo con él, mi hija opina igual, es un mensaje de ambas, le decimos que cuando uno se enamora no importa si es hombre o mujer, lo importante es la persona no su género. Creo que hay que ir por algo más amplio. No encasillarlos. Sobre mí, mi nieto nunca me preguntó nada. Nunca lo senté para decirle: mirá tengo relaciones con mujeres”. Para Ricardo Iacub, el secreto de cómo los chicos viven la sexualidad o el género de sus abuelos radica en cómo sus propios padres lo han vivenciado (en el caso de Rosana, tal vez alcance con decir que sus hijas, madres de sus tres nietos, suelen acompañarla cada año a las marchas del Orgullo). “En términos generales, el problema aparece cuando la generación intermedia tiene miedo con los tíos o con cualquier otro familiar donde el reconocimiento de la identidad sexual está puesto en duda. Me parece que cuando las cosas están claras y no generan dificultad, entonces no hay demasiado conflicto para la abuelidad más que alguna cuestión social o que en algún momento puedan aparecer los propios problemas en los chicos”, explica Ricardo Iacub. La mamá de Nushi Montaabski es un ejemplo de generación intermedia que no podría haber vivido mejor la elección sexual de sus mayores. Y la de sus menores también. Nushi se emociona al recordar la reacción de esa madre después de haberle contado ella que, al igual que su abuela, también se había enamorado de una mujer: “Lo primero que hizo, al día siguiente, fue llamar a mi tía Pichi a Nueva York y contarle que yo estaba con una mujer brasilera. Entonces yo le dije: Ay mami, no tenés porqué andar contándole a todos. Y me acuerdo que me miró fijamente y me dijo: no tenés nada de qué avergonzarte, hija, lo cuento con todo orgullo porque no estás haciendo nada malo. El amor es el amor. Tenés que andar con la frente bien alta porque esta es tu elección”.

 

Sebastián Freire
Rox Carini

EL ASCO DE LXS NIÑXS 

Según Sigmund Freud, el asco es un mecanismo de defensa ante los impulsos sexuales inconscientes. Cuando los chicos usan esta palabra ante la visión, no de la sopa o el pescado sino de una persona o situación sentimental, es obvio que ese asco, o deseo reprimido, no proviene de ellos sino de la tele, la escuela, o quién sabe de qué actor social que no sabe qué hacer con sus pulsiones. “Qué asco” fue la expresión de una de las hijas de Rox Carini al enterarse, de chiquita, que quien ella creía que era una amiga de su madre, en realidad había sido su novia. Digerir esa información le costó a la ex un año entero de no ser atendida al teléfono: “Hoy la adora”, cuenta Rox. “Qué asco” fueron también las palabras que le susurró un niño a su mamá ante la presencia de Jem en el subte. Iba hecha una perfecta drag y de la mano de su nieta. “No tenés que sentir asco, le contesté -cuenta-, estás ante un actor como los de la televisión o el teatro. Y de repente subió una nena y se me tiró a los brazos. Conmigo pasa algo raro, soy una Lourdes Sánchez, una Panam mostra”. 

¿Cómo suele reaccionar la gente en la calle cuando te ve pasear con Lola montado?

–La gente tiene reacciones positivas y a veces también muy negativas. Recibo más crítica de parte de las mujeres. El dedito acusador, el chiste, la cosa graciosa, sacan fotos a escondidas porque no pueden entender que una mostra lleve una bebé a su lado cantando, vestidas las dos iguales. Somos la nueva familia, la del futuro. Todas las abuelas deberían salir a la calle así disfrazadas, divirtiéndose. Hay una cuestión protocolar muy fuerte, pero si todos saliéramos con alegría sería tan divertido.  

¿Qué edad tiene Lola?

–Cuatro años. Cuando tenía tres en el festejo de Halloween, llegué con un resto de maquillaje y las uñas pintadas al pelotero y una de las nenas me dijo: los nenes no se pintan las uñas. A lo que mi nietita respondió: los nenes no se pintan, pero el Ieie sí.  

TODO JUEGO ES POLÍTICO

Aunque Patricia dice que a ella no le gusta demasiado jugar, el día que esta cronista visita su casa, bañó playmobils sin parar toda la mañana. Olga, en cambio, no mide el tiempo invertido en actividades lúdicas junto a Nico. Y cuando lo hace, se propone meterse en el corazón del sistema y poner en cuestión el mundo de los superhéroes con todo su peso simbólico: agarra entre sus manos al Increíble Hulk y al Hombre de piedra, los hace bailar tango y le dice a su nieto que mire cómo se están enamorando. Nicolás le contesta que no, que eso no puede ser porque son varones y ella le explica que no sabe lo mucho que dos varones pueden amarse y que es una pena, realmente una gran pena, que en universos heroicos como el de esos muñecos casi no haya mujeres. “El año pasado en el otro jardín les enseñaron a los chicos sus derechos y después ellos o ellas podían agregar uno más. Poder ver tele, dormir en la cama con mi mamá, comer más caramelos. Mi nieto puso: mi derecho humano de niño es jugar con mis abuelas”, cuenta Olga.

Los bisabuelos de Nico, padres de Patricia, viven en Israel y le mandaron al muchachito un regalo fenomenal. “En el discurso mis padres tienen incorporado que es mi nieto, pero no sé en la realidad porque no compartimos cotidianidad. Pero cuando fui a verlos y volví, mi papá le mandó un equipo de futbol y fue lo que más le gustó. Mi padre está contento de que venga un niño varón a la familia. La última vez que vinieron jugaron un montón con él. Nicolás le decía a mi papá, “papu”. Ahora, si piensan que de verdad, de verdad, es mi nieto, no lo sé. ¿Vos que decís?”, le pregunta Patricia a su esposa.

Olga: No sé. No sé si piensan que de verdad, de verdad, yo soy tu pareja.

Patricia: Eso es cierto. Pero en la práctica funciona. 

El que lo sabe de verdad, de verdad, es su nietito que no para de decirle a Pato: Mirá, ahí está tu novia. Joaquina, o Jojo, nieta de Rox, en cambio, a veces parece no poder convencerse de la identidad lésbica de su abuela a la que cada tanto le vuelve a preguntar si no se va a casar con un hombre. Pero cuando se dio cuenta de que su abuelo había sido el marido también se quedó desconcertada. El capítulo noviazgo o diferencia sexual a sus cinco años parece no cerrar todavía. “Yo estaba corrigiendo un día un trabajo de artes visuales de la secundaria y ella vio una modificación de obra de Tamara de Lempika, en la que había muchas mujeres y me dijo: Como vos que tenés muchas mujeres -cuenta Rox-. Yo no tengo muchas mujeres, le contesté y me preguntó: ¿Y qué pasó con todas las que tenías? En un punto registra, porque cuando vienen ex parejas mías yo les digo que son ex novias. Pero igual le sorprende. Ha ido a varias marchas del orgullo conmigo y le he explicado. En la última, lo que más le llamaban la atención eran las travestis y dijo: Ah, pero esta es la marcha de las novias”.  

AMOR A DIARIO

Cuando es el momento de regalar, como sucede en estos días, la cosa no es tan fácil para estos abuelos atentos, la mayoría, a no reproducir en los juegos, en las ropas y en las lecturas, los grandes valores de ayer que, mal que le pese a Silvio Soldán, hace mucho sabemos que no serán los de siempre. Por eso cuando Marcela compra un babero o un osito para vestir a Bautista jamás elige un celeste o un azul oscuro y si, por pedido, tiene que llevarle algún regalín que va en contra de sus convicciones, sufre como loca. Jem, que confecciona los mismos vestidos para él que para su nieta, busca alejarse en cada puntada del look de las princesas de Disney. Pero regalos hay de muchos tipos y no todo son pilchas en la vida. Rox usa su talento artístico para la hechura de un diario con textos, colores y fotos que se llama Mi vida con Jojó. Este no será un regalo para hacerle mañana a su nieta sino en un futuro; a través de sus páginas Joaquina desandará el recuerdo de estos días de primera infancia vividos junto a su abuela. En una de sus entradas, puede leerse: “Anoche viendo la novela de Onur, la madre de Onur intenta suicidarse. Joaquina pregunta por qué se quiere morir. Porque no es feliz, respondo. Yo no me quiero morir, dice, porque me voy a aburrir. Yo le contesto que todo empieza y termina y así eternamente. Es un ciclo. Empezar terminar y volver a empezar. Yo creo que cuando morimos nos vamos al universo, estamos un tiempo, volvemos a nacer en otro cuerpo para seguir aprendiendo y viviendo. Y ella dice: pero yo no quiero tener otra cabeza. Tu cuerpo va a ser otro pero tu alma es siempre la misma, le dije yo. Como caemos del cielo, ¿mirá si me caigo arriba de otra persona y le rompo los huesos?, pregunta. Yo le digo: no, entrás en la panza de otra madre y volvés a nacer. ¿De otra?, dice. ¡No! ¡Yo no quiero otra familia!”.

Sebastián Freire
Jem