El espera que ella salga del baño –donde, aterrorizada tras un ataque de celos, ha buscado refugio– para propinarle 17 golpes fatales en la cara, la cabeza. Algunos, dirá luego un cirujano, con “la fuerza de una moto que se estrella contra un muro a 15 kilómetros por hora”. Cuatro golpes son contra el canto de una puerta y le destrozan el cráneo. Con crueldad, con saña, la muele a trompadas brutalmente. Cuando ella cae inerte, con apenas un hilo de vida, él le sigue pegando. No la socorre, no llama a emergencias. Llama, sí, a su abogado, y se cuelga al teléfono durante horas, mientras ella permanece ahí, en coma profundo, con una toalla sobre el rostro desfigurado. Él, Bertrand Cantat, líder de la exitosa banda Noir Désir, no pide ayuda hasta ¡7 horas! después de la paliza, pero ya es tarde: la actriz de cine y teatro Marie Trintignant, su novia, no despierta más, muere pocos días más tarde. De aquello hace ya 15 años, una noche de julio de 2003 en un hotel de Lituania, país donde Marie filmaba la película Colette, une femme libre, dirigida por su madre, Nadine Trintignant. 

Por el crimen, Cantat recibió una pena de 8 años, pero salió en menos de 4, enternecida la Justicia por sus “esfuerzos de reinserción social”, por su buena conducta, sus estudios por correspondencia en la Universidad de Toulouse. Ya en libertad, el varón volvió con Kristina Rady, su exmujer: prestigiosa promotora cultural, productora y puestista, con la que había tenido dos hijos, previo a su relación con Trintignant. Aún enamorada del músico, Rady lo ayuda a seguir adelante, lo recibe en su casa, nunca le suelta la mano. Pero al tiempo, en 2010, los constantes maltratos físicos y psicológicos se le hacen demasiado, y se cuelga, se suicida, mientras Cantat duerme la siesta. Los medios hablaban entonces del “pobre Bertrand”, alagaban su entereza ante otro mal trago…  

Pues, el “pobre Bertrand”, célebre feminicida galo, símbolo de la violencia de género en Francia, ha vuelto a estar en el candelero estas últimas semanas, con el inicio de su tour nacional: varias decenas de recitales donde presentará su primer disco en solitario, Amor fati. Fechas (muchas sold out) que lógicamente disgustaron a miles y miles y miles de personas, que abiertamente repudiaron con qué ligereza han allanado los productores el “camino de redención” de un feminicida que, jamás de los jamases, mostró sincero arrepentimiento por el crimen –los crímenes– que cometió. Un hombre con largo historial de maltrato hacia las mujeres, que –por caso– había intentado estrangular a una novia en 1989. Un tipo que es “la prueba de la impunidad de la que gozan los agresores, de la tolerancia social ante la violencia sexual y sexista”, según explica Raphaëlle Rémy–Leleu, portavoz del grupo feminista Osez Les Femmes. 

Cuestión que, al anunciarse las fechas de su gira, el repudio y la presión pública –especialmente traccionada por activistas feministas y mujeres políticas, asqueadas por “este intento por banalizar la violencia de género”– no tardaron en llegar, y dos festivales decidieron hacerse eco de la indignación popular, dándolo de baja del line-up. No por un repentino despertar moral: porque tanto autoridades locales como auspiciantes amenazaron con retirar su apoyo financiero, y cantidad de personas, con no asistir de estar el asesino programado. Tales fueron los casos de Les Escales, en Saint-Nazaire, y del Ardèche Aluna Festival. Distinto fue el caso del festival normando Les Papillons De Nuit, que hizo caso omiso al hecho de que el municipio declarara a Cantat persona non grata. Sostuvieron entonces los organizadores que si habían fichado a Bertrand era “por sus méritos artísticos”, que no serían flanco de censura, y sanseacabó. En oídos sordos cayó la petición online, con más de 80 mil firmas, donde mujeres explicaban a las cabezas del festival que, al incluir al feminicida, “trivializan y avalan la violencia machista”: “¿Cómo es posible que lo presenten en su web como un hombre que ‘no ha perdido ni una pizca de su angustia vital, su ira y su espíritu crítico’, como alguien ‘oscuro y poético, a veces melancólico e irascible’? Matar a una mujer no es romántico. Empujar a una mujer al suicidio no es romántico. Su invitación a Cantat tiene consecuencias. Dice que un varón puede matar mujeres, e igualmente ser aplaudido, vitoreado, admirado”. 

Acorralado por las críticas, el propio Cantat quiso zanjar el asunto, y decidió dar un paso al costado para “poner un punto final a la polémica”. Ojo: solo en el caso de los festivales. Sigue adelante con la ¡cantidad! de fechas previstas en solitario, en autos desde el 1º de marzo, cuando comenzó su tour presentación del mentado Amor fati. Colmo del cinismo, aprovechó el asesino la controversia para rasgarse las vestiduras, inflando el torturador su ridícula famita de alma torturada: “Cumplí mi condena, cumplí la sentencia que la corte decretó. Hoy, como cualquier ciudadano, reclamo mi derecho a la reintegración”, expresó en redes. La realizadora y escritora Nadine Trintignant, mamá de Marie, también se expresó: “Si quiere continuar con su carrera de artista, que componga para otros cantantes. Pero ¿subirse al escenario y recibir aplausos? Es una vergüenza, una indecencia, absolutamente desagradable ¿Es que acaso la gente ha olvidado la sangre, los golpes, las lágrimas? ¿Han olvidado ya la cantidad de puñetazos que recibió mi hija Marie?”. 

Por fortuna, muchas mujeres y hombres no olvidan, y se han manifestado la semana pasada en el ingreso del teatro Rockstore, en Montpellier, donde Bertrand daba un show, sosteniendo carteles que decían: “Aplaudir es avalar”, “Si matar es un arte, denle a Cantat todos los laureles”. En paralelo, una abogada –Yael Mellul, de la asociación Femme et Libre– trabaja para que se reabra el caso por el suicidio de Rady, contando a la prensa que tiene pruebas nuevas que complicarían al impune Bertrand Cantat. M