La crisis matrimonial, ese pozo insondable y materia prima fecunda para las artes narrativas, es también el punto de partida de Mujer y marido, cuya inversión del orden clásico (y por cierto machista) en la presentación de los partenaires es no tanto un indicio de las prioridades de la historia como un rasgo de corrección política. Afortunadamente, la película del italiano Simone Godano nunca termina de resbalar en el terreno del cuidado extremo de las formas, aunque tampoco logra escapar a las decenas de lugares comunes sobre los roles de la mujer y el hombre contemporáneos, más allá de algún apunte acertado aquí y allá. Y si gran parte de la comicidad es el resultado de un intercambio de mentes y cuerpos (suerte de Hay una chica en mi cuerpo con pasajes cruzados, con un representante del sexo masculino ocupando también un envase biológico femenino), la mayoría de las reflexiones que el film intenta transmitirle al espectador no logra ir mucho más allá de ideales obvios: igualdad, fraternidad, comprensión. Y amor, desde luego, esa gran abstracción.

Lo de “chica” es un decir: Sofia (la polaco-italiana Kasia Smutniak, vista recientemente en la versión original de Perfectos desconocidos) y Andrea (Pierfrancesco Favino, figura popular en Italia por derecho propio) hace rato que dejaron atrás los primeros veinte abriles. Matrimonio con dos hijos pequeños que ha atravesado recientemente la barrera de los cuarenta, la película los presenta en plena sesión de una típica terapia de pareja. Tan típica como las quejas que la terapeuta escucha con algo de fastidio: “no me escuchás”, “estás todo el tiempo enojada”, “no te ocupás de tus hijos”, “casi no tenemos sexo”, etcétera. El hecho es que Andrea, neurólogo para más datos, además de atender a sus pacientes en el hospital, está abocado al desarrollo de una tecnología que podría permitir leer la mente de pacientes que han perdido el habla. Típico artilugio cinematográfico, lucecitas intermitentes incluidas, el malfuncionamiento del cachivache es lo que, inesperadamente, habilita la transferencia de uno en el cuerpo de la otra y viceversa, permitiendo a su vez la posibilidad de llevar a un extremo ese término de origen griego que la psicóloga había utilizado durante la sesión: la empatía.

Que justamente ese cruce de ánimas se produzca la noche anterior al debut frente a las cámaras de tevé de Sofia no es tanto una casualidad como la luz verde del guion para el primer gag físico recurrente de Moglie e marito: la incomodidad de Andrea para hacer uso de su nuevo cuerpo. Ni que hablar de su falta de elegancia a la hora de vestir minifalda y tacos altos. La película no insistirá demasiado (o demasiado seguido) con esas ocurrencias, intentando en cambio posicionar el concepto fantástico como plataforma para poner en crisis los lugares establecidos y las dificultades y facilidades de ser hombre o mujer. Relato jocoso con evidentes ambiciones populares, no hay demasiado jugo más allá del humor ligero y los conceptos voluntaristas, pero al menos tanto los guionistas como el director se animaron a imaginar y poner en pantalla el momento en el cual la pareja vuelve a tener un encuentro íntimo. Claro que ahora con los cuerpos intercambiados. Interesante momento de incomodidad, primero, y de experimentación sexual después, que acerca un condimento ligeramente queer a un film pensado para el gran público.