Hace pocos años, en la Facultad de Ciencias Económicas un conocido profesor fue acusado de haber maltratado a dos estudiantes, un varón y una joven, a quienes echó del aula con insultos y a ella, además, a empujones. Ante la denuncia pública del episodio –publicado en su momento por este diario–, el docente envió a toda la comunidad académica un correo electrónico dando su versión de los hechos. El e-mail apareció con el título “Lástima que no pude violarla”, en referencia a la actitud que había tenido con la alumna. Después, escribió otros comentarios misóginos en su FB. La movida de estudiantes que generó su desplazamiento de los claustros universitarios, sacudió a Mercedes D’Alessandro, por entonces profesora de Epistemología de la Economía, “para empezar a ver cosas que antes no veía”. “Me cayó la ficha”, recuerda en diálogo con PáginaI12. D´Alessandro acaba de presentar su libro Economía Feminista. Como construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour), (Sudamericana), donde propone un viaje al lado menos visible de la desigualdad, para abrirle los ojos a otras (y a otros). 

–¿Qué empezó a ver a partir de ese episodio de violencia machista? –le preguntó este diario.

–Lo primero que me di cuenta fue la poca cantidad de mujeres que éramos en la carrera dando clases, a cargo de grupos de investigación o como expositoras cuando se hacían charlas, debates o congresos. Cuando se organizaban mesas para discutir macroeconomía no nos invitaban a las mujeres. Y si reclamábamos, nos daban el lugar de moderadoras. Entonces me pregunté por qué si en la carrera somos muchas estudiantes, éramos tan pocas en las discusiones e incluso para opinar en los medios, en diarios, televisión. 

–Se puso los anteojos violetas, como decimos las feministas…

–Exacto. Empecé a mirar a mí alrededor. Vi que muchas docentes que se convertían en madres relegaban un poco su trabajo académico. Me puse a pensar cuáles son los obstáculos por los cuáles hay pocas docentes mujeres. Por ejemplo, la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, que es la más grande de Latinoamérica, no tiene un jardín maternal ni guardería. Tuve un camino muy errático. Con la apertura de la Cátedra de Corina Rodríguez Enríquez y Valeria Esquivel, de Economía y Género, tres años atrás, descubrí la sistematización de toda la información que hay y decidí sumergirme en el tema con distintas lecturas. Y en mayo de 2015, justo unos días antes de la primera movilización de Ni Una Menos, abrimos con Magalí Brosio nuestro blog Economía Femini(s)ta. 

–¿Qué las motivó a crear ese espacio? 

–Con Magalí estamos mucho en las redes sociales y veíamos que las discusiones sobre economía eran solo entre varones y cada tanto entrábamos nosotras. Para ellos, los economistas, no estamos a su nivel para discutir y si nos enojamos en una discusión, nos dicen: “estás en uno de esos días”. Ellos se pueden decir de todo y son apasionados, pero vos sos “una loca o estás indispuesta”. Eso nos empezó a pasar. Y ahí decidimos empezar con el blog. Y nos plantemos participar en los debates cotidianos, por ejemplo, sobre desocupación y buscar la información específica, sobre mujeres, para incorporarle la mirada de género a la economía. Los datos de desocupación del segundo semestre subieron a 9,3 por ciento; pero entre las mujeres llega a 10,5, y al 25 por ciento, entre jóvenes sub 29 del conurbano.

D´Alessandro es doctora en Economía. Fue directora de la carrera de Economía Política de la Universidad Nacional de General Sarmiento y se ha dedicado a divulgar la economía con perspectiva de género. Actualmente vive en Nueva York. En diálogo con PáginaI12, comentó alguno de los ejes que desarrolla en su primer libro.

–Las mujeres todavía ganan un 27 por ciento menos que los varones. ¿Cuáles son los factores que inciden en esa brecha salarial?

–Y entre las precarizadas llega al 40 por ciento la diferencia. Hay varios factores. No es un problema de educación; al contrario: las mujeres tienen más nivel educativo en promedio que los varones. Un aspecto a tener en cuenta es la cantidad de horas que trabajan mensualmente. Las mujeres trabajan menos y por eso cobran menos. Pero no es que quieran trabajar menos sino que no les queda otra opción porque cargan con las responsabilidades de cuidado y domésticas dentro del hogar. En general, suelen tomar trabajos de menor jornada y más precarizados para poder ir a buscar a los chicos a la escuela, por ejemplo. Si una mira a qué se dedican las mujeres en la Argentina, la primera ocupación es empleada doméstica: casi el 20 por ciento, y le siguen maestras y enfermeras. En el libro incluí un texto de Dora Barrancos sobre el empleo femenino a fines de 1800: cien años después, la composición es la misma que ella describe de aquel momento del país, empleada domésticas, enfermeras y maestras, mayoritariamente. Son los trabajos de cuidado. Y están muy mal pagos, en general. Seguro ganan menos que un chofer de taxi que es un trabajo masculinizado.

–¿Por qué no se discute en la Argentina en torno a ese factor fundamental de la desigualdad estructural de las mujeres en la sociedad, que es el hecho de que se hagan cargo del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados?

–El 76 por ciento del trabajo doméstico no remunerado lo realizan las mujeres, según la Encuesta de Uso de Tiempo de 2013 que hizo el Indec. Además, 9 de cada 10 mujeres se hace cargo de esa tarea y 4 de cada 10 varones, no hace absolutamente nada. Recae sobre mujeres, implica no solo precarización laboral sino también pobreza de tiempo, como lo llaman algunas economistas feministas, que significa que reducís tu tiempo de ocio o de formación. Y también implica, en chicas jóvenes que enfrentan un embarazo adolescente, dejar sus estudios y tener después dificultades para insertarse laboralmente. La gente de mi entorno que leyó el libro lo que más le llamó la atención es justamente este tema.

–Muchas personas tienen tan naturalizada la división sexual del trabajo que no la analizan críticamente…

–Las mujeres tenemos tan asumido que es una tarea nuestra lavar los platos, levantar la mesa, hacer la comida, lavar los calzones de nuestra pareja y los nuestros, cuidar a los hijos, que no nos damos cuenta. En 2016 nos seguimos comportando como si fuéramos una familia de los años 60, cuando solo 2 de cada 10 mujeres trabajaban fuera del hogar. Seguimos formateadas así aunque trabajamos todo el día fuera de la casa. 

–Lo que falta es debate legislativo y que el Estado se haga cargo de servicios de cuidado, con jardines maternales y de primera infancia gratuitos y que se garanticen vacantes para quien necesite, con programas de cuidado de adultos mayores enfermos o dependientes, con licencias parentales más amplias, como se está implementando en Uruguay.

–El problema es que ni siquiera está la demanda social de ese tipo de políticas públicas porque no nos damos cuenta las mujeres de la cantidad de horas que le dedicamos: un promedio de cinco horas diarias. Si podés contratar a una niñera o a una empleada doméstica ¿cuánto se va de tu sueldo en relegar esa tarea en otra mujer, finalmente? Creo que recién ahora después del primer paro nacional de mujeres convocado el 19 de octubre se empezó a ver esta situación. Las licencias por maternidad en la Argentina están por debajo de los estándares internacionales. La que le corresponde al padre es de apenas dos días. En Canadá existía la licencia por paternidad más extensa pero no era obligatoria, entonces los hombres no se la tomaban. La cambiaron y es obligatoria. Ya hay estudios que muestran que después de que se la toman y aunque vuelven a trabajar, aumenta su participación en todas las tareas domésticas: se dan cuenta de lo necesario que es su aporte también y compartir esas tareas para mejorar la calidad de vida de la familia. Es decir, las licencias para los padres más prolongadas tienen un resultado palpable y efectivo y es que los hombres se comprometen más con el trabajo del hogar y el cuidado de los chicos.

–En Islandia pasó igual… fue la clave para sentar las bases de una de las sociedades más igualitarias del planeta. Otro tema en el libro es el lugar de las mujeres en los puestos directivos de las empresas…

–Este año me invitaron al Coloquio de IDEA, en Mar del Plata, a hablar de ese tema. Iba caminando por los pasillos y ya notabas la desigualdad: la relación entre mujeres y varones era de 1 a 20. Ahí conté que si se analizan las 500 empresas más grandes del mundo, solo el 4 por ciento tiene una CEO mujer, es decir, 96 por ciento de esas firmas está dirigida por varones. Muchos me miraban con los ojos desorbitados y decían que no podía ser. Bastaba mirar alrededor, en ese auditorio, habría unas 800 personas, de las cuales muy pocas eran mujeres. Se sorprenden porque lo tienen tan naturalizado que no lo ven. Un estudio de la consultora McKinsey, de 2007, mostró que la participación de las mujeres en los directorios mejora el rendimiento de las empresas tanto en términos de ganancias como de capitalización. Fortune sugiere que de entre las 500 empresas más grandes, las que tienen más mujeres en sus juntas directivas logran hasta tres veces más ganancias que las que son conducidas mayoritariamente por varones.

–¿A qué se debe?

–Hay varias hipótesis para explicarlo: algunas investigaciones muestran que una mujer en el directorio baja las probabilidades de que haya casos de corrupción, fraude y batalles entre los accionistas. Acá tenemos la foto de Mauricio Macri cuando convocó a los empresarios a la Casa Rosada: era elocuente, había solo dos mujeres entre unos doscientos hombres. El único ámbito de poder que tiene una proporción mayor de mujeres es el Congreso, por la Ley de Cupos, que incluso permitió que se supere el piso que se estableció del 30 por ciento.

–Pero no por mucho más, ronda el 40 por ciento…

–En los lugares donde no hay cupo las mujeres quedan totalmente relegadas, desde las empresas hasta los organismos políticos. 

–Sería clave la presencia de mujeres en puestos de decisión de los sindicatos para impulsar las demandas sociales vinculadas a políticas de cuidados.

–De hecho hay una ley de cupo sindical que no se cumple mayoritariamente. Hoy, sobre un total de 37 cargos para cubrir en el secretariado nacional de la CGT, sólo dos fueron ocupados por mujeres, concretamente a la tradicional presencia de Noemí Ruiz, del sindicato de modelos, ahora en la secretaría de Igualdad de Oportunidades y Género, se le sumó Sandra Maiorano, de la Asociación de Médicos, en la secretaría de Salud.

–¿A qué se refiere cuando habla del precio de ser mujer en su libro?

–Al tiempo que demanda para las mujeres maquillarse, peinarse, arreglarse, porque el mercado les exige estar impecables. Una periodista que fue a entrevistar a Hillary Clinton contó que antes de empezar la charla fue al baño a ponerse presentable y demoró unos 40 minutos y entonces se preguntó cómo sería esa preparación para la entonces candidata demócrata. Y es una de las primeras preguntas que le hace. Hillary le contestó que no podía darse el lujo de salir desprolija porque toda la prensa se lo iba a cuestionar si no se maquilló o si su pelo estaba desordenado o la pollera era muy corta o el color de su ropa muy estridente, muy vestida o muy poco vestida para la ocasión. Y si lo contrastás con Obama en cuyo vestidor todas las camisas prácticamente son iguales, blancas, y se afeita cada dos o tres días, te das cuenta la cantidad de horas que pierde una mujer en ese proceso de arreglarse. O Mark Zuckerberg, el CEO de Facebook, que tiene en su guardarropas todas remeras grises y buzos con capucha, que es lo que él usa. El 80 por ciento de las mujeres en los Estados Unidos usan maquillaje y destina un promedio de dos semanas de su tiempo al año, entre bases, delineadores, labiales y sombras. Pero no se trata de una cuestión de vanidad, sino que tiene un impacto en término de contrataciones: las mujeres que no ocupan ese tiempo en “producirse” no consiguen los mismos cargos que las que si lo hacen. Es una mala impresión en una entrevista laboral que una mujer no vaya maquillada, pero no podes estar muy glamorosa tampoco. También el precio de ser mujer se refiere al sobreprecio que pagamos las mujeres, el llamado pink tax, al comprar productos femeninos, rosas, que son más caros que aquellos que compran los varones. Según un estudio publicado en 2015 en Nueva York, Talcos, champúes, acondicionadores de pelos, y cremas cuestan un 13 por ciento más si vienen con fragancias de flores delicadas y colores pastel.