La desaparición de personas, lejos de constituir un fenómeno excepcional de una etapa o de un determinado contexto sociopolítico e histórico, es la consecuencia extrema de una lógica inherente al desarrollo del capitalismo. Sobran las pruebas históricas, también “desaparecidas” de las historias oficiales con las que se fundamentan las existencias de las organizaciones sociales y políticas denominadas “estados nacionales” y sobre cuyas bases ahora se erige la construcción de las organizaciones supranacionales y regionales como la Unión Europea, el Mercosur, el Nafta y demás decenas de Alianzas –fundamentalmente comerciales– que configuran hoy el mapa político del globo. La comprensión de este concepto es necesaria para no tomar el caso de la desaparición de personas en el período de la última dictadura militar como un episodio “aislado” y un fenómeno estructurado por el estado “de excepción” que todo “asalto” del poder supone, en cualquiera de sus formas.

Los valores del capitalismo, aquellos que incluso se consagran en las constituciones de muchos estados nacionales que rigen la organización social y la denominada “libertad del individuo”, sobre todo las leyes consagradas a la propiedad privada y al libre comercio, son las máscaras de proa con las que, esencialmente, se protege la libertad para hacer negocios y acumular capital, lo cual incluye, implícitamente, que en las reglamentaciones prácticas de las leyes se considere la existencia misma del hombre como un error del sistema a eliminar. No está escrito en ninguna parte, claro está, pero sí en el extremo lógico con el que se despliega esta contradicción se da la paradoja de que, si el hombre mismo se hace obstáculo para la prosecución del proceso de producción y acumulación de capital, es decir, la efectuación de la plusvalía, entonces esa es la libertad individual que puede no ser respetada. Es el verdadero estado de excepción que se contempla de fondo, sin que esto se encuentre más que en el espíritu de las leyes del capitalismo ultraliberal.

No podría dictarse ni consagrarse en ninguna constitución semejante legalidad. Pero es real: el hombre, efectivamente, es un error del sistema. Y si el sistema se basa en la tendencia a la eficiencia, la productividad y competitividad en la carrera por la plusvalía, léase explotación del trabajo hecho por el hombre, entonces ese error tiende a ser inadmisible. De ahí que el desarrollo del sector de Recursos Humanos dentro de las corporaciones haya tenido tal impulso en los últimos 30 años. Pero, por más que se intenten todas las “afinaciones” posibles para lograr la adaptación obediente del ser humano, no hay caso. Lo que retorna una y otra vez, como falla del sistema, es lo que Freud detectó hace ya más de cien años en el síntoma. Retorna un cuerpo que nada tiene que ver con la operatividad del sistema, ni en cuanto al tiempo ni en cuanto al espacio en el que ese cuerpo “freudiano” habita. Retornan los vestigios del cuerpo del deseo, el amor y el goce, encadenados para situar en el inconsciente un “fuera de tiempo” y del espacio de la productividad. El síntoma, más o menos “estallado”, es la revelación de que hay algo incoercible que remite, una y otra vez, a tal falla del sistema, la “grieta por donde ese cuerpo desaparecido puede ser recuperado”.

Por lo tanto, Freud se instituye, con su método, como un recuperador de “cuerpos desaparecidos”, que se niegan a quedar enterrados para siempre en el silencio, asumidos definitivamente como “errores del sistema”.

Precisamente, el sistema pudo ir desarrollando formas más o menos sutiles de “desaparecer” los cuerpos. Por supuesto, no hablamos del cuerpo de la organicidad pura, que se explica por sistemas de órganos que se autocompensan, de cuyo funcionamiento correcto depende la prosecución de la “vida”. Freud descubrió –como lo “sabían” sus pacientes–, que en ese discurso no se hablaba de “vida”, de lo que resultaba, o no, ser “una vida”. Los pacientes, sobre todo las pacientes histéricas, daban cuenta de lo que para ellos “no era vida”.

La vida desaparecida

El psicoanálisis nace para, entre otras cosas, y sin proponérselo, dar cuenta de la extensión de lo desaparecido en el paisaje de la realidad capitalista, que, desde aquel tiempo hasta hoy, ha pasado a ser el paisaje global.

Los pacientes hablan de “lo desaparecido”, aun sin explicitarlo. Con mi colega y amigo Cristian Rodríguez, hemos escrito un libro1 que sitúa el modo en que tanto Auschwitz como Hiroshima son los paradigmas del estado de excepción permanente en el que vive amenazada la existencia (no ya como abstracción, sino en cuanto a lo que se refiere a vestigio, a traza presente, en cada uno de los individuos contemporáneos: de humanidad) se manifiesta en estos fenómenos ubicados abiertamente en el extremo del desarrollo lógico e inercial del sistema que coloca a la existencia humana como falla, como error a eliminar. Auschwitz e Hiroshima fueron “correcciones” en masa. Un “refresh” del sistema.

Nadie que, en estado de gracia, enamorado, viviendo plenamente una vida que no está por completo ausente del deseo y del goce, puede pensar que se puede abocar al paradigma de la productividad medida en los términos de la guerra competitiva por el sinsentido de la acumulación, como se acumula basura. El “reciclado” es una de las caras actuales con las que recobra fuerza el valor de la productividad y la eficiencia, rostro más amable, de apariencia sensible incluso. Se recicla la basura, se protege la “naturaleza”, así como también se reciclan los cuerpos, y se reutilizan en una suerte de obsesión por evitar el paso de los años, por evitar, de forma alienada, quedar afuera del circuito de la utilidad.

Pacientes que “confiesan” que sienten que, para interactuar con otros, estando, como se ve dentro del paisaje urbano de todos los días, cada uno “en la suya” (con sus celulares, con sus “máquinas de enchufar”) tiene que “molestar”, cuando nadie quiere molestarse ni molestar a nadie, sobre todo porque nadie quiere ser molestado. Sin saberlo, el paciente nos brinda un rasgo del deseo, que “molesta”, incomoda, nos interfiere la inercia del movimiento rumbo a la asunción del “error”, rumbo al destino de desaparición. Son los pacientes quienes hablan de cómo se sienten “desaparecidos” para los otros.

El deseo, y el cuerpo deseante, está cada vez más borrado, aunque pudiera parecer exactamente lo contrario, en la profusión de las imágenes que supuestamente manifiestan la liberación de los deseos y el fin de las inhibiciones: eso pasa a ser casi una obligación, una nueva moral del deber “vivir la vida”. Como complemento reforzante, la maquinaria de publicidad y propaganda nos dice, a todos, qué significa y qué es “vivir la vida”. Son las formas sutiles del exterminio que mencionaba al principio, la realización de esa amenaza de fondo que constituye el estado de excepción permanente de la vida contemporánea. ¿Cómo explicarle a ese individuo, afectado de inconsciente, que de por sí, ese es el punto de partida, y no el final? ¿Cómo explicarle que, de entrada, se confronta a una libertad que, al fin y al cabo, jamás es la suya? ¿Qué sería en realidad, entonces, la construcción de una sociedad de individuos libres, realmente? Lacan se mofaba de esas declaraciones de Libertad que no contabilizan que la libertad, más que la de ser explotados, es la de asumirse como error del sistema, por lo tanto, la libertad de ser eliminado como tal.

Los pacientes hablan de su malestar, de lo exigidos que andan por la vida, como si en verdad no fuera o no la sintiesen “suya”. Esa alienación la viven como la exigencia de algo que, moralmente, los tortura –hablo en general, no en particular, una suerte de inferencia o de estado del sujeto contemporáneo, perteneciente a las clases medias, o medio altas urbanas– y que los lleva a pensar que, por esa tortura, se ganan el derecho salvarse. ¿De qué? Pues precisamente, de desaparecer. ¡Al contrario! Por suerte existen los síntomas, y el psicoanálisis, como un dispositivo de recuperación de cuerpos, los cuerpos en los que se aloja y se vive “una vida”.

La tortura que mencionábamos, esa tortura moral que, a su vez, muchas veces estalla a nivel de esos órganos de la medicina más conservadora y tradicional, y se manifiesta como una especie de descompensación, o desregulación catastrófica inexplicable, son fenómenos OVNI2.

¿No es acaso esta la prueba del estado de excepción, de ese punto sin ley en el que el sujeto se encuentra a merced de un goce mortífero para el que no le encuentra la vuelta civilizatoria? ¿No es allí donde reina el estado de excepción adónde van a parar los cuerpos desaparecidos, los detritos del sistema, que nada quieren saber del amor, del goce y del deseo, anudados en los cuerpos que detienen, enlentecen y hasta interrumpen la línea de montaje capitalista, sea cual fuere la forma que adopta en cada época, más moderna, menos moderna?  

En el tema de la inseguridad que a muchos pacientes se les escucha decir, como “el karma de sus vidas”, se escucha el murmullo creciente y cada vez más claro, a medida de que progresa un análisis, que –lejos de tratarse de la autoestima o de la dificultad para saber “imponerse” y otras yerbas o modulaciones del decir “no”, tan de moda– donde se pone en claro que la inseguridad viene de esa pregunta del sujeto, de si el Otro, ese Otro que me devuelve el eco de mi propia voz muda, la voz muda de la pulsión de muerte, es finalmente humano. Eso es lo inquietante con lo que es difícil confrontar.

* Psicoanalista. Miembro de EPC (Espacio psicoanalítico Contemporáneo).
1 “Auschwitz con Hiroshima: Sobre el resplandor en la línea de montaje”. José Luis Juresa-Cristian Rodríguez. Ed. Eduvim. 2017
2 “El OVNI psicoanalítico”. Texto inédito. José Luis Juresa-Cristian Rodríguez.