El 24-de-marzo se ha transformado en un significante por sí mismo, más allá de todas las definiciones que cada uno ponga en esa cifra referencial a-temporal.

Me atrevo a definirlo a esta altura como un sintagma performativo –tal como lo denominó J. Alemán en otros trabajos–, dado que la multiplicidad inagotable de sentidos produce acontencimientos soportados en un sujeto político emergido de las luchas históricas en la Argentina.

A su vez, el 24-de-marzo designa un sentido –no unívoco–, describiéndole a una comunidad, una situación que la define. Me interesa resaltar esta idea como una marca de lenguaje que vuelve a confrontarnos con su traumatismo.

Un paciente decía en estos días de conmemoración que empezó a ir a las marchas para dejar de “cortarse las venas” cada 24, porque era la fecha donde según él, se confrontaba con “toda la veracidad” de lo sucedido, a pesar de lo cual no lograba hacer ningún movimiento nuevo con eso. Sencillamente el dolor debía volver a imponerse en su cuerpo y como mandato memorístico apelaba a esa dimensión real –sus venas– para no fallar en ese encuentro con lo único que lo calmaba: el dolor. De este modo, él tenía que volver a transitar por el dolor en la carne corpórea, para soportar su existencia.

Otra paciente, también en estas semanas, se preguntaba si no sería hora de comenzar a ir a las marchas del 24, ya que desde su liberación en el centro clandestino de detención donde estuvo secuestrada durante dos años, no había podido compartir nunca ese espacio público de la plaza, porque temía que “su dolor y su luto íntimos fueran banalizados si ella los exponía allí”. 

Ante los delitos imprescriptibles, los daños que se producen ¿no son también imprescriptibles? ¿Esto quiere decir que no podemos hacer nada con ese dolor o con esas marcas? ¿O todo lo contrario? Lo inaceptable es suponer que esos delitos podrían no dejar marcas en los cuerpos ni en la sociedad.

La insistente repetición de las conmemoraciones que las sociedades que transitaron por experiencias concentracionarias provocan, enfrentan a su comunidad con la crueldad vivida, el dolor invisible que portan esos cuerpos –incluso los que creen no haber sido tocados por el terror estatal–. Convivimos con temporalidades simultáneas, también convivimos con cerca de 400 cuerpos vivos que aún hoy se encuentran desaparecidos, porque sus nombres continúan “apropiados”, también convivimos con miles de nombres que aún no se encontraron con sus restos.

Hemos transitado un impresionante camino de reconstrucción de memoria, de verdad, de justicia y de reparación, con un altísimo impacto simbólico incluso sobre las nuevas generaciones que cargan con este legado. 

Este 24 nos encontramos con los efectos de las marcas construidas hasta aquí y con la emergencia de nuevos discursos que fueron irradiados por la extensa lucha de los organismos de derechos humanos y el anudamiento que se produjo desde el Estado a partir de la construcción de políticas de memoria como políticas públicas. Parece ser que no es cualquier Estado el que puede producir un discurso sobre esas políticas, como tampoco son irrelevantes los discursos que promueven los gobiernos que encarnan al Estado.

Durante este año, la inmensa movilización contra el 2x1 que puso freno a los intentos de impunidad, el surgimiento de nuevos colectivos como las hijas, hijos y nietos/as de genocidas, la movilización internacional ante la desaparición de Santiago Maldonado y la irrupción en el espacio público de colectivos que ya no son ni Madres, ni Abuelas ni Hijos, ni Sobrevivientes, sino vecinos.

Los “Vecinos sin genocidas” lograron devolver a Etchecolatz a la cárcel bajo el fundamento legítimo de una comunidad que se reconoce afectada ante la decisión judicial que la obliga a convivir con uno de los responsables máximos de los crímenes de lesa humanidad en este país, ¿eso qué significa?

¿Cómo leer la emergencia de la voz de los hijos/hijas/nietos/nietas de genocidas que apelaron a la ley para quitarse los apellidos que los ligan con el horror y espanto, o interpelaron a los dispositivos legislativos para que la justicia les permita declarar en contra de sus genitores? 

Independientemente de las derivas que estos hechos tengan, los nuevos actos producidos son, sin lugar a dudas, parte de las fronteras que se han marcado en nuestro país, constituyéndonos en nuevos sujetos políticos articulando un campo de memoria, construida desde los legados. Treinta-mil ya no es un número, es un nombre. 

* Psicoanalista. Trabaja en asistencia a víctimas de violaciones de DD.HH.